¿Qué hace Sistach en Roma?
Por supuesto, con el Derecho Canónico en las manos, el arzobispo tiene poder para tomar la decisión de prohibir la conferencia de Tamayo. Lo que yo me pregunto es si, con el Evangelio en las manos, se puede tomar la misma decisión. Sobre todo, si tenemos en cuenta que Sistach está estos días en Roma, en el Sínodo de Obispos, que trata de cómo celebrar “el año de la fe” y de cómo conmemorar el concilio Vaticano II. Y yo simplemente me pregunto: ¿la mejor manera de actualizar el concilio es hacer justamente lo contrario de lo que dijo el concilio? Y ¿la mejor manera de actualizar la fe es hacer lo contrario de lo que el Evangelio de Jesús afirma sobre la fe?
Insisto en esta última pregunta. Sistach, seguramente, no ha caído en la cuenta de que Jesús (según los evangelios) entendía la fe de manera que, de forma sorprendente, la fe que más elogia es la del centurión (Mt 8, 5-13; Lc 7, 2-10; Jn 4, 43-54), que, por su cargo, tenía que practicar una religión distinta de la de cualquier israelita. Como elogia la fe de la mujer sirofenicia a la que le curó una hija enferma. O como elogia la fe de un samaritano leproso. Mientras que, por el contrario, al menos por lo que cuentan los sinópticos, repasando los pasajes en los que la fe se pone en relación con los apóstoles, es para decir que aquellos hombres no tenían fe, o la tenían más escasa que la pequeñez de un grano de mostaza. El Jesús de los sinópticos no elogia, ni una sola vez, la fe de los apóstoles. ¿No es esto sorprendente? ¿Se puede asegurar que el “sistema romano”, con toda su parafernalia, sea el motor que va a renovar la fe de esta Iglesia, a la que tanto queremos y a la que tanto vemos vacilar precisamente en la fidelidad a la fe que Jesús nos enseña en el Evangelio?
Por todo esto, comprendo la decisión de Sistach. Lo que no es posible comprender es que, desde la pompa, el boato y las verdades a medias (o incluso las mentiras) de Roma, la fe y el Vaticano II se vayan a renovar.