El silencio de los obispos

Hace unos años, se hizo famoso un film que llamó la atención de mucha gente: “El silencio de los corderos”. Una historia patética que analizaba la extraña personalidad del doctor Lecter, un siquiatra desquiciado, amalgama de dos facetas contradictorias. Por una parte, el hombre culto, refinado, de modales exquisitos. De otro lado, el “alter-ego” de este tipo desajustado, cínico, manipulador, que castiga sin piedad a quienes dan muestras de “malos modos”. Pues bien, si recuerdo aquí esta historia y el poder destructivo que tal historia contiene, es porque “el silencio de los corderos”, me evoca una de la experiencias más fuertes que estamos viviendo en estos días. Me refiero, no ya al “silencio de los corderos”, si al “silencio de los pastores”, utilizando el título que se asignan a sí mismos los obispos. Estos hombres que, como el mencionado doctor Lecter, aparecen, ellos también, como una amalgama de dos facetas contradictorias: el refinamiento de los modales exquisitos y la manipulación cínica del que va por la vida castigando los “malos modos”.

Todo esto viene, como anillo al dedo, para ayudarnos a pensar lo que estamos viendo y viviendo desde el día en que el PP ganó, con mayoría absoluta, las últimas elecciones generales. Ante todo, porque no puede uno quitarse de la cabeza esta pregunta molesta: ¿cómo se explica que la opción política más afin a la Iglesia sea la que peor trata a los pobres, a los inmigrantes, a los sin papeles y sin techo, a todos aquellos, en suma, que fueron los más cercanos al que la Iglesia considera como su fundamento y su modelo, Jesús de Nazaret? Es duro afrontar esta pregunta. Porque, aparte otras consideraciones, es una cuestión que inevitablemente lleva derechamente a otra pregunta aún más incómoda y desagradable. Quiero decir: ¿en qué religión creen los que siguen defendiendo la gestión del actual Gobierno de España? Y, lo que es aún más fuerte, ¿en qué o en quién creen nuestros obispos?

No estoy sacando las cosas de quicio. Basta leer los evangelios para darse cuenta enseguida de dos cosas: 1) Lo que más le preocupó a Jesús fue el problema de la salud de la gente, sobre todo de la gente pobre. Prueba de ello es que rara es la página de los evangelios en la que no se habla de enfermos y de curaciones de enfermos. 2) Jesús relaciona constantemente la fe con las curaciones. “Tu fe te ha curado”, dice una y otra vez el Evangelio. La fe en Jesús se traduce en salud. Es interminable la lista de textos que sería necesario recordar aquí. Lo cual quiere decir que el que tiene fe, lo primero que hace es procurar, por todos los medios que tenga a su alcance, para que el problema de la salud sea lo más eficaz posible y alcance, sobre todo y ante todo, a la gente que más lo necesita. Exactamente lo mismo que hizo Jesús.

Por supuesto, nosotros no podemos hacer milagros. Pero sí podemos exigir a los gobernantes que la atención sanitaria esté debidamente garantizada, ante todo, para quienes más la necesitan. Más aún, cuando los gobernantes de este país, desde su mayoría absoluta, le han metido la tijera a todo lo que se les ha ocurrido, sobre todo a las partidas presupuestadas para los más pobres y desamparados, ¿cómo se explica el silencio de los obispos sobre este asunto concreto precisamente? ¿por qué se callan en esto, que es tan grave? ¿por qué ahora justamente dan pie para que se hable tanto contra los homosexuales y su apremiante “curación”? ¿no es sospechoso que hayan desviado la atención hacia el problema de los gays y lesbianas cuando nos hemos enterado de que la partida del presupuesto que se destina a la Iglesia ha quedado intacta? Yo sé que en la Iglesia hay muchos obispos, cientos de sacerdotes y legiones de laicos cristianos que no están de acuerdo con estas cosas. Pero también es cierto que quienes más poder tienen, en esto de la religión, son los que deciden lo que se dice y lo que no es “prudente” decir, ni “se debe” decir. ¿Por qué dejar que las cosas sigan así?

Es mucha la gente que en España se hace estas mismas preguntas. O pregustas, sin duda, mucho más graves y apremiantes. Por esto precisamente, porque se trata de un silencioso clamor popular, por eso digo estas cosas. Porque es mucho lo que me importa la Iglesia. Y porque sé que la Iglesia sigue teniendo fuerza y poder ante la opinión pública. Yo me pregunto qué habría pasado en España si los obispos en pleno se hubieran plantado ante la reforma del mercado laboral, los recortes en educación y sanidad, las duras decisiones que se han tomado contra los inmigrantes... ¿Estaríamos como estamos? ¡Qué ocasión está perdiendo nuestra Iglesia para clamar, como clamaban los profetas antiguos, que no hay derecho a hacer las cosas que se están haciendo! Por eso, porque me importa tanto el dolor de los pobres y el descrédito de la Iglesia, por eso clamo, como voz en el desierto, ¡Basta ya!
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