Ese nombre eres tú Canto a la amistad
Me sentía incompleto, me faltaba tu nombre.
He añadido un nombre nuevo a la agenda de mi vida. No es un nombre más; no es un nombre para aumentar la lista. Es un nombre único, original e irrepetible…
La virtud que tiene un nuevo nombre es que partir de ese momento mi vida empieza a ser otra. Ya es otra.
Un nombre nuevo viene a traer a la vida un conjunto nuevo de emociones, de miradas, de afectos. Como si tuviéramos en el desván del alma un baúl cerrado con diez candados y, de repente, viene alguien –ese alguien eres tú- y lo abre. Y de ese baúl van saliendo muchas cosas imprevisibles que llenan la vida –como les sucede a los niños- de ilusiones imprevistas y de emociones intensas. Es admirable sentir cómo un nuevo nombre –ese nombre eres tú- puede despertar en el zaguán del alma melodías nuevas y desconocidas.
Hoy, cuando ya han pasado los días y algunos kilómetros separan el presente de la memoria, siento que tu nombre –ese nombre eres tú- es para mí un regalo inmerecido que quiero agradecer especialmente ahora que he buscado un rincón para el silencio y la oración. Desde la distancia –es curioso- se percibe el horizonte con mayor nitidez.
Pudiera parecer que todos los afectos con los que nos encontramos son iguales; pero no. Cada afecto es nuevo como lo es cada rayo de luz que consigue atravesar las nubes cada madrugada y se recuesta en el candor de las hojas más tiernas. Todos los afectos son distintos. Y tal vez sean todos necesarios. El afecto que me ha regalado tu nombre –ese nombre eres tú- es nuevo para mí. Y lo agradezco con el alma entera. Pensé que a mi edad ya no había demasiadas novedades que consiguieran sorprenderme. Eso creía yo. Ahora reconozco mi error. Puede haber algo nuevo cada día. Lo hay. Nunca acabamos de vaciar del todo ese viejo baúl del desván que estaba cerrado con diez candados de frío metal. Lo mejor de la vida es que guarda alguna sorpresa cada día y te la regala cuando ya no esperas nada. La vejez debe ser esa sensación de falta de emoción y de sorpresa cuando los días ya no guardan nada nuevo en el baúl del desván.
Apenas te conozco. Yo me creía feliz antes de conocer tu nombre –ese nombre eres tú- y sin embargo no lo era del todo porque me faltaba tu nombre. Lo he descubierto ahora que tu nombre ha pasado a formar parte de mi agenda, la del corazón.
¿Sabes lo que no entiendo de todo esto? No entiendo por qué Dios me ha conducido hasta encontrarme con tu nombre. ¿Por qué lo habrá hecho? ¿Qué querrá decirme con tu nombre?
Y creo haberlo descubierto ya en estos días de silencio y soledad. Creo que yo estaba incompleto, me faltaba tu nombre.
Pero ahora lo siento dentro. Tu nombre tiene y provoca resonancias especiales en mí. Lo oigo y me pongo alerta. Lo leo y un conjunto de agradables sensaciones se cobija en mi piel. Lo veo y deja de ser noche mi noche; como si fuera una estrella que no desea ser fugaz.
Parece imposible que un simple nombre –ese nombre eres tú- pueda evocar en mí tantas cosas y tan hermosas. ¡Cómo no voy a sentirme agradecido!
En mi agenda tengo escritos muchos nombres. ¡Muchos! Y sin embargo tu nombre no es uno más. Tu nombre eres tú. Y me pregunto por qué ha tenido que pasar tanto tiempo hasta que he descubierto tu nombre. Eres en mi vida un nombre tardío y sin embargo te siento temprano, fresco, amanecido. ¿Te imaginas que de repente la flor preferida de mi jardín se volviera mustia y perdiera su color y su aroma? ¿Te imaginas que en un instante el agua juguetona del riachuelo que baja del monte perdiera su frescura su espuma y su transparencia? ¿Te imaginas que por un momento una estrella que brilla con especial intensidad perdiera lentamente su resplandor? Así sería ahora yo si me olvidara de tu nombre.
Tu nombre, como un tapiz de hebras diversas, se ha entretejido con el mío. Forma parte del mío. Y quisiera -¡qué ingenuo!- que el mío formara parte del tuyo.
¿Recuerdas en el libro de Saint-Exupèry que el zorro le pide al principito que lo domestique? Yo también quisiera ser domesticado por ti para que nunca nadie pueda arrebatarme tu nombre y venga siempre conmigo.
Ya no puedo más. Quiero decirlo ya. Voy a pronunciar tu nombre. Con admiración, con respeto, con ternura… con todas las emociones que hay guardadas en el viejo baúl del desván de mi alma… con acento divino… ¡Ese nombre eres tú!