La vida consagrada que yo deseo para mí. La Merced en su XVII Capítulo ante sus 804 años de fundación.
Nos acechan muchos peligros
Vivimos un tiempo de incertidumbres y zozobras. La Pandemia del Coronavirus y la guerra de Ucrania nos está empujando al discernimiento y a la toma de opciones desde nuestro compromiso cristiano y liberador. La vida cristiana se difumina entre tantas ofertas tentadoras y los mercedarios nos preguntamos ¿qué tenemos que hacer? Nuestra condición mariana desde el origen –somos la primera congregación dedicada a la virgen María en la historia de la vida consagrada- nos lleva a escuchar: “Haced lo que Él os diga”. Éste es el lema de nuestro Capítulo General y la disposición de cada mimbro de la familia mercedaria que desea ser fiel al carisma liberador de san Pedro Nolasco, cuya fiesta celebramos este próximo 6 de mayo.
La vida consagrada que yo deseo para el siglo XXI.
- La crisis de la vida consagrada hoy.
El momento actual que nos ha tocado vivir tiene mucho de apasionante. En medio de la paradoja del progreso percibimos lagunas inmensas de inhumanidad que nos hieren el alma. Una sensación agridulce se va abriendo paso entre nosotros. La disminución vocacional en Europa es preocupante. Hay muy poca demanda desde fuera hacia la vida consagrada, y, lo que es más preocupante aún, no sabemos regalar una oferta atractiva desde dentro que cautive a los jóvenes y los entusiasme por el Evangelio. Es la radiografía rápida de una sociedad que camina muy deprisa pero olvida el encuentro consigo misma y con los valores más auténticos que entretejen el ser de esta humanidad.
-Somos los protagonistas de esta historia.
Y en medio de esta realidad estamos nosotros. Es momento de renovarse o de morir. Si creemos firmemente en la vida consagrada ha llegado el momento de sacudirnos la modorra y caminar con paso firme y decidido hacia una renovación profunda. Si la vida consagrada, siendo una opción carismática, ha sido capaz de perdurar en la iglesia con tanto vigor ha sido por su capacidad de adaptación y renovación, por su actitud de escucha y disponibilidad a los signos de los tiempos.
Hay valores permanentes de la vida consagrada que no pueden cambiar jamás porque brotan del mismo evangelio y subrayan la consagración especial de los religiosos; pero otras muchas circunstancias han de ser revisadas. Que los jóvenes se muestren indiferentes ante nuestra opción religiosa no puede ser una cuestión baladí; tiene que interpelarnos y empujarnos por dentro. Estamos en tiempo de discernimiento para entresacar la cizaña del grano y ofrecer a la sociedad y a la iglesia un estilo de vida atractivo y valiente, sin concesiones absurdas que nos alejan de la realidad.
-Estamos en entredicho.
Estamos empezando a aceptar nuestra condición de “raros” en medio del común de las gentes. Optar por la vida consagrada hoy es una opción extraña, en muchos casos sospechosa. Hemos pasado en Europa de ser considerados un prestigio social a ser mirados con recelo. ¡Cuántos padres se oponen violentamente a la vocación de sus hijos porque no es para ellos una expectativa de futuro atractiva! Estamos cuestionados desde fuera y desde dentro.
-Desde fuera: percibimos una imagen distorsionada e interesada en los medios de comunicación social. Las mismas familias contemplan con preocupación y fastidio la posible opción de alguno de sus hijos e hijas a la vida religiosa. Hay un ambiente social adverso hacia los religiosos más allá de su trabajo carismático cuando tiene una implicación fuertemente social.
-Desde dentro: Hay síntomas preocupantes de aburguesamiento y acomodación. El individualismo, tan valorado en nuestra sociedad, se abre paso también en nuestras comunidades rompiendo esa sensación tan agradable de unidad, de proyecto en común, de fraternidad. El valor de la entrega y del sacrificio por los otros va cediendo paso al valor de la autorealización personal que muchas veces no tiene nada que ver con el estilo del Evangelio.
Algunos jóvenes, apenas recién ordenados, acaban abandonando la vida consagrada, por motivos muy diversos pero, en cualquier caso, preocupantes.
En fin, hay signos preocupantes de que la vida consagrada necesita una conversión a Jesucristo y una revisión profunda de sus esquemas que impida un anquilosamiento peligroso que le niegue su propia razón de ser.
-¿Qué vida consagrada queremos para siglo XXI?
Hay pilares maestros, de hoy y de siempre, que están sosteniendo la vida consagrada y tienen que seguir siendo motores del dinamismo interno de los religiosos.
Me atrevo a sugerir éstos:
1.- La vida fraterna, cimentada en un profundo afecto humano que posibilite un encuentro profundo desde un diálogo fluido.
2.- La celebración y la oración compartidas.
3.-El trabajo como donación y entrega. La redención mercedaria tiene mucho que ver con esta dimensión.
4.-El proyecto común abrazado por todos como meta de los propios proyectos individuales. Es el proyecto expresado en las constituciones, que ha de ser revisado y cuestionado cada día por todos en orden a dotarlo de mayores posibilidades de fidelidad, pero, a la vez, abrazado y asumido por todos como esqueleto fundante de nuestro ser y quehacer.
-El nuevo consagrado en la iglesia.
¿Cómo vivir esta aventura en la iglesia sin diluirse? Considero que el nuevo consagrado del siglo XXI tendrá que reunir una serie de características que le hagan sintonizar con su tiempo y a la vez con los valores más genuinos del Evangelio. Tal vez los consagrados del siglo XXI serán:
-Contestatarios frente a una sociedad consumista.
-Expertos en humanidad: cultivo de las relaciones humanas gratuitas.
-Creadores de espacios de solidaridad. (Somos la primera ONG)
-Promotores de esperanza: pobres, enfermos, marginales, enganchados, descartados, cautivos…
-Testigos de un valor superior: transcendencia.
-Nos acechan muchos peligros.
En esta tarea nos acechan muchos peligros como sucede en todo aquello que merece la pena y aporta algo importante a la sociedad y a la iglesia. Me atrevo a sugerir algunos para tenerlos a la vista, no sea que nos paralicen sin apenas darnos cuenta. Sólo podemos evitar los peligros cuando sabemos de dónde nos vienen.
-La oración como un rito individual al margen de la vida.
-La cultura como un privilegio en lugar de ser don.
-La comunidad como una seguridad en vez de cómo un ambiente de afecto.
-La riqueza como un fin en lugar de ser un medio.
-La evasión como una obsesión y no como un descanso.
-el hedonismo como un modo de vida que destruye mi disponibilidad.
-El proyecto personal al margen o enfrentado al proyecto común. -Mi realización personal enfrentada a los valores del Evangelio.
-Mis afectos personalizados en lugar de ser socializados.
-El ruido como refugio frente al silencio como interrogante.
-Nos empujan muchas esperanzas.
Y, a pesar de todo, yo creo profundamente en la vida consagrada. Precisamente en nuestros tiempos la vida consagrada está llamada más que nunca a ser signo del Reino, “piso piloto del Reino”. Como levadura en medio de la masa, como luz en la oscuridad, como oferta generosa en medio de tantas ofertas interesadas. Allí donde haya una comunidad auténtica surgirá una pregunta inmediata, se interpelará a la sociedad, se denunciará un estilo de vida caduco y falto de esperanza. Precisamente la vida consagrada tiene como misión ser presencia de Dios en medio de la ausencia, ser experta en humanidad en medio de la despersonalización, ser signo de un tiempo nuevo allí donde los hombres han optado por el conformismo. Este es el reto de la vida religiosa hoy, de cada uno de nosotros. Por eso es importante no acabar siendo unos de tantos... tenemos que ser por encima de todo nosotros mismos, definidos, auténticos, distintos, sugerentes...
-Somos mercedarios; pues a serlo.
¿ y cómo se hace eso? ¿No es demasiado complicado ser religioso hoy? Pues simplemente se trata de serlo; de no disfrazar nuestro estilo de vida contemporizando con aquellos que nos rodean. Nuestra vocación de consagrados tiene sus exigencias y sus conquistas, sus apuestas y sus límites. Si la vida consagrada hoy no resulta atractiva y apasionante no es por culpa de los de fuera, sino por los mismos religiosos que no sabemos transmitir desde nuestra autenticidad un estilo de vida evangélico y convincente.
La vida consagrada es un camino y sólo se avanza caminando. No hay lugar para el cansancio, para la desgana, para la rutina. Estamos llamados a ser signo del Reino, levadura, luz, sal de la tierra. Somos “piso piloto del Reino” ¿Para que servirá la sal si se vuelve sosa?
¿Para qué servirá un religioso acomodado, que no es profeta de nada ni signo de nada, sino más bien peso inútil en esta barca de la utopía?´
No importa que seamos muchos o pocos. Lo que importa es que seamos.
Algunos interrogantes:
-¿Qué demandan de los religiosos hoy la sociedad y la iglesia?
-¿Qué aportamos de original a la iglesia y a la sociedad?
-¿Cómo vivimos esta crisis de la vida religiosa en nuestras comunidades?
-¿Cuáles son los peligros que nos afectan más directamente?
-¿Cuáles son las esperanzas que nos motivan en nuestra consagración?
-¿Qué dicen los jóvenes de nosotros?
Ojalá este XVII Capítulo General de La Merced sea una oportunidad para responder a estas preguntas y no sea uno de tantos, un tomo más de documentos para las bibliotecas sino un paso adelante y un deseo ardiente de avanzar, de escuchar lo que la sociedad y la iglesia de hoy quieren decirnos.
Ojalá este capítulo no sea un mirada atrás, una tentación que nos acompaña siempre por nuestra larga historia que contar y no una apuesta por construir un nuevo futuro más de Dios y de los cautivos.