El P. Jordi de la Porciúncula de Mallorca Un franciscano que, además de serlo, lo parece.
Cuando la humildad se hace testimonio.
La Porciúncula de Mallorca es uno de los lugares más impresionantes de esta bellísima isla. Una iglesia con unos vitrales impresionantes que conquista la mirada del alma porque la belleza es un camino seguro para el encuentro con Dios. Llegué allí hace unos días acompañado de unos amigos mexicanos, conducidos por mi buena amiga Pilar Roselló, la abogada que ha logrado ganar el famoso pleito de la Jerónimas al Obispo Taltavull, empeñado en apropiarse del Convento de santa Isabel y que no lo ha conseguido. Ha recurrido la sentencia, con muy pocas perspectivas de éxito. (Le dejará el marrón al próximo obispo porque Taltavull está a punto de pedir la renuncia por edad al Papa). Una torpeza incomprensible.
Por cierto, entré a ver la catedral gótica y nos cobraron 9 euros a cada uno por la visita turística. Un buen negocio, sin duda. Yo entiendo que hay que mantener la catedral y pagar empleados y mantenimiento pero 9 euros por persona me parece un precio excesivo.
Entrar en la iglesia de la Porciúncula, de manera gratuita, es trasladarse a un lugar sublime donde se oye cantar a san Francisco con el Cántico de las Criaturas a través de los impresionantes vitrales que decoran la iglesia, ¡Qué colorido y armonía!
Fue allí donde conocí a Fray Jordi, un sacerdote franciscano, con una inmensa cultura, profesor de Filosofía, que logró transmitirnos esa humildad franciscana que cautiva y enamora. Él nos enseñó la Porciúncula y sus museos anexos con la sencillez de un niño cautivado por san Francisco y su carisma de la pobreza y la humildad. ¡Toda una lección carismática franciscana!
Y como es tan difícil encontrar hoy gente tan sencilla y entregada no me he resistido a contaros este encuentro con fray Jordi a modo de agradecimiento y homenaje. A ver si cunde el ejemplo.