El patriarca Kirill se ha auto descalificado como pastor. La guerra en Ucrania, el fracaso de Europa
Un momento para demostrar que nuestra fe no es "opio del pueblo"
- Conmocionados por la barbarie de la guerra.
En los últimos días hemos asistido, entre espectadores y sufrientes, al drama inmenso de una guerra altamente agresiva en Ucrania que está agudizando el sufrimiento de los inocentes.
La historia se repite, una y otra vez: Intereses y ambiciones cruzados que desembocan en el sufrimiento de todo un pueblo.
No se trata de buscar culpables, aunque los hay. El bombardeo indiscriminado que practicaba el ejército ruso, a las órdenes de un hombre frustrado como Putin, es algo intolerable en nuestros días e impropio de una tierra civilizada. El mundo no puede estar en manos de un loco capaz de apretar un botón de destrucción y muerte. A esto nunca se podrá calificar de progreso y tecnología sino de barbarie. Cuesta entender que haya aun grupos minoritarios que defiendan esta guerra y no condenen con fuerza esta locura de destrucción, como la iglesia ortodoxa de Rusia, alineada con el poder destructor de manera injustificable. ¡Un auténtico escándalo para los creyentes!
Pero la respuesta de los países aliados no ha contribuido, en modo alguno, a remediar la situación de justicia. Parece desde todo punto de vista desproporcionado el castigo impuesto a Ucrania y a sus gentes. Una zona devastada que tardará más de 20 años en poder ser reconstruida, miles de muertos, más de tres millones de refugiados, lejos de su casa, familias separadas, dramas personales y secuelas psicológicas incurables en tantos niños, vienen a decirnos que algo ha fallado en el deseo de justicia que preconizaron en sus día los países de la OTAN. Parece una solución excesivamente trágica. Al fin y al cabo, el problema político que prendió la llama de la guerra sigue ahí, tal cual, y sin solución a corto plazo.
- Un drama humano que no puede dejarnos indiferentes.
Más allá de las causas y consecuencias de esta guerra absurda queremos detenernos ante la situación de fragilidad humana que atraviesan hoy miles y miles de ucranianos. Esto es lo verdaderamente importante. Acabará la guerra y el drama humano persistirá y en una gravedad suma.
Tenemos la obligación moral y cristiana de restaurar, en la medida de lo posible, tantas heridas abiertas como sufren hoy las familias afectadas por la guerra y huidas a distintos países y refugiados lejos de su tierra. Que estén lejos de sus hogares no quiere decir que haya cesado el llanto y la angustia de tantos afectados, especialmente mujeres, ancianos y niños. Permanecer callados o cruzados de brazos ante esta barbarie sería pecado.
-Nuestra solidaridad, signo de nuestro compromiso creyente.
Nuestra fe no puede quedarse en vanas palabras ni en gestos o ritos sin contenido. “El que dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve es un mentiroso” nos dice San Juan. Y Jesús nos recuerda que “todo cuanto hagáis con estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hacéis”.
Tenemos una hermosa oportunidad de mostrar nuestra solidaridad y de evaluar nuestra propia fe. El creyente auténtico no puede encerrarse en su propia carne, más bien se hace solidario, al estilo de Jesús, que entregó su vida para que todos tengamos vida.
En otro tiempo se dijo de nosotros, los creyentes, que estábamos adormecidos bajo una religión que era “opio del pueblo”. Hoy y ahora podemos demostrar que nuestra fe, lejos de ser una adormidera, es aguijón y denuncia, esfuerzo de solidaridad por un mundo más justo y más fraterno. Nuestra fe se lanza más allá del templo y de la sacristía para ser oferta de renovación y denuncia de la ambición que domina tantas instancias del poder.
La iglesia quiere ser una conciencia puesta en pie en medio del mundo y cuenta con nosotros, los creyentes, con nuestros gestos de solidaridad, para que sea creíble y eficaz, y así el mundo crea en Jesucristo, el Salvador de este mundo resquebrajado por la amenaza de la guerra. “Que todos sean uno, Padre, para que el mundo crea que Tú me has enviado”
La valentía del papa Francisco, probablemente el único líder creíble hoy en el mundo, una vez que se ha auto descalificado el patriarca Kirill por sus apuestas bélicas y homófobas, ha de ser un estímulo para que nosotros, los católicos, seamos signo de una apuesta indiscutible por la paz y la libertad de los pueblos.