Hay mucha contaminación Una iglesia más oxigenada.

Vino nuevo de las boda de Caná

La boda de Caná
La boda de Caná Alejandro Fernández Barrajón

El paso del tiempo es implacable. Los cabellos se blanquean; las arrugas van haciendo apariciones estelares; los dolores se hacen unos a otros la competencia; el sueño se va perdiendo poco a poco; las fuerzas nos van fallando y los achaques nos van ganando. En fin, el tiempo pasa. La caducidad hay que vivirla, sin embargo, con optimismo para que no sea tan devastadora.

    Y en medio de esta realidad caduca hay algo en cada uno de nosotros que permanece y se enriquece. No está todo perdido. Nuestra personalidad va ganando con el paso de los años –como los buenos vinos- y nuestra experiencia nos convierte en pequeños sabios que tienen una respuesta para casi todo. Nuestra caja envejece y nuestro interior se enriquece. Hermosa paradoja.

    La mejor prenda que guardamos para la vida es el amor y ahí radica nuestra grandeza y nuestra eternidad. En la medida en que guardemos una experiencia de amor estamos abriendo la puerta del futuro y la esperanza. “Polvo seré mas polvo enamorado” Todo nos parece al final gratificante si ha sido aderezado con unas migajas de amor.

    El drama de la vida –el infierno- no es otra cosa que un desamor disimulado que se prolonga a lo largo de la vida. Un desamor que nos coloca detrás de la trinchera de la ideología, de la crítica, de la envidia, de la enemistad. Un desamor que nos destruye a fuerza de querer destruir. Cuando hemos sido atrapados en la telaraña del desamor ya no tenemos escapatoria, viene la araña de la amargura y -¡zas!- nos empuja hacia la muerte. El peor suspiro que podemos dar es el de la autosuficiencia.

     El amor suele esconderse entre las páginas del álbum de los sentimientos. Cuando nos empeñamos en reprimir los sentimientos, en hacernos fuertes a fuerza de no sentir, en creernos superiores porque no somos sensibles a lo sensible, no encontramos el cromo del amor que se esconde entre los pliegues de los sentimientos y entonces estamos acabados.

     Conozco a una persona –buena persona- que califica a la gente de oxigenada o poco oxigenada. Una persona oxigenada es aquella que sabe darle cuerda a las cosas y no tensa demasiado las cuerdas de la incomprensión. Una persona oxigenada es aquella que suele ser tolerante y sabe escuchar. Una persona oxigenada es la que sabe reírse de sí misma al final del día cuando se han dado ya todos los pasos posibles. Una persona oxigenada es la que no se ahoga en un vaso de agua antes de haber bebido.

       Necesitamos oxigenarnos un poco para concederle una tregua a la vida, a la nuestra y a la de los otros. Ya hay demasiadas tensiones y estrecheces en la vida como para medir al milímetro el terreno que no es nuestro. ¡Vamos a oxigenarnos!

        Hay mucha contaminación en las calles y avenidas de la vida, de la Iglesia, de la sociedad. Mucha contaminación que nos hace perder capacidad torácica. Nos hace falta apostar por el aire puro de la montaña y por la mirada limpia que sabe valorar lo que ve sin condenar y sin juzgar. Estamos muy seguros de nosotros mismos y de nuestras ideas y eso, precisamente, es lo que más inseguros nos hace. En estos tiempos de crisis añadidas, de Pandemias amenazantes y de fumadores empedernidos, oxígeno, por favor.

Oxígeno para la iglesia nueva que brota de las Bodas de Caná, donde el agua se convierte  en vino y las jaculatorias se convierten en fiesta de la buena. Necesitamos ya una iglesia más sinodal y oxigenada. Empezando por mí. Sobre todo esto he escrito un libro que ha salido muy bien: “la Boda de Caná”. PPC. Madrid, 2018.

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