El papa Francisco, ése fenómeno del Espíritu
Francisco está resultando un ser providencial para la iglesia católica en nuestros días. No porque él pueda ya hacer muchas cosas. Su edad es ya un impedimento grande para poder llevar a cabo las grandes reformas que la iglesia necesita y que sólo pueden llevase a cabo a lo largo de mucho tiempo; más allá de la vida, sin duda, del papa Francisco.
Pero el papa Francisco ha hecho ya lo esencial: ha abierto la puerta a una renovación, que, incluso, con las discrepancias de algunos serios cardenales, no tiene ya vuelta atrás. Francisco es ya una primavera de la iglesia aún sabiendo que las grandes reformas todavía están por llegar. El papa emérito Benedicto, no puedo afrontarlas, por muchos motivos complejos, de gran oposición interna o por su edad muy avanzada. Pero hizo también algo providencial: presentó su renuncia para que alguien pudiera llevar a cabo las reformas que él veía necesarias y se sentía incapaz de llevar a cabo.
Juan Pablo II, ni siquiera se planteó grandes reformas, su pontificado se destacó por su espíritu paralizante. Mucha imagen, viajes y presencia mediática, pero en lo referente a las reformas que solicitaban, por ejemplo desde la teología latinoamericana, supuso un parón, cuando no una condena. Todos recordamos la imagen, para olvidar, del poeta Ernesto Cardenal de rodillas ante el papa Juan Pablo en el aeropuerto de Nicaragua y el dedo alzado del papa sobre él. Dicen algunos que no fue una recriminación, pero a todo el mundo le pareció evidente. Sea como fuere, la actitud del papa Juan Pablo II, san Juan Pablo II, no fue muy favorable a grandes progresos teológicos o sociales. Ni siquiera se lo planteó según mi parecer. Es el único papa con el que he estado sentado a su lado y le he estrechado la mano y, sin embargo, no es, con perdón, un papa de mi devoción al lado de Juan XXIII , al que sólo he conocido por referencias y estudios o del papa Pablo VI, al que sí conocí de niño por los medios de comunicación y después por los estudios, y que siempre me pareció el papa sabio, sufriente y herido por amor a la iglesia. Tal vez será por connotaciones de la infancia pero le profeso un gran cariño y “devoción” al papa Pablo VI. Creo que su figura no ha sido suficientemente valorada y resaltada en la iglesia por los momentos políticos difíciles en España entonces, que le tocaron vivir y ante los cuales fue firme y valiente: la defensa de la vida siempre. Ganó fama de “antiespañol “por su postura frente a la pena de muerte, pero en realidad fue un papa adelantado a su tiempo, sabio y profundo.
Y todo este meandro es para llegar al papa Francisco, un hombre que sí ha sido capaz, aunque no pueda hacerlo él por la traición opositora de algunos cardenales que él mismo ha escogido como hombres de su confianza, de abrir la puerta de la iglesia para que entre aire fresco, estilo evangélico, verdad y cercanía; en definitiva otro estilo de iglesia que él ya está haciendo posible. Dicen algunos que es un comediante, sólo gestos, pero el tiempo de los gestos ya ha pasado y se está instalando un estilo nuevo en la iglesia donde se puede hablar con más libertad, donde los pastores están tomando buena nota porque está promoviendo un nuevo estilo de pastor con “olor a oveja” que escasea todavía mucho, una manera nueva de ver la vida cristiana, mas gratuita, más libre, más sencilla, una nueva visión del ecumenismo que le ha llevado a afrontar viajes difíciles y arriesgados y en los que ha conseguido reconocimientos unánimes. En este momento todos los grandes líderes mundiales sueñan con un encuentro con el papa Francisco porque su credibilidad mundial es realmente asombrosa. No cabe duda, estamos ante un papa que es un líder mundial indiscutible: tal vez el único líder aceptado por todos.
Su actitud firme ante la pederastia, esa carcoma de la iglesia, está siendo sanadora.
Su denuncia de los males de la propia iglesia: Los “trepas”, los ambiciosos de dinero, el clericalismo, el autoritarismo, los pastores príncipes, los que ocultan el mal, le están haciendo cada vez más creíble dentro y fuera de la iglesia.
Francisco ha abierto la “Caja de Pandora” de la renovación eclesial y ya será muy difícil que alguien pueda cerrarla de nuevo. El papa Francisco, este hombre torpe en sus andares y encorvado ya por el peso de la edad, está habitado por el Espíritu de Dios y va a dar mucho que hablar para bien de la iglesia en los próximos tiempos. Un hombre que se está haciendo creíble hasta para los no creyentes que terminan escuchándole. Dios nos lo conserve muchos años lúcido y fuerte para seguir conduciendo a la iglesia hacia el evangelio. Nunca será suficiente. Y entre todos los cristianos, que deseamos la renovación, hagamos lo posible por ir arrinconando a todos esos que no siguen la línea renovadora del papa, simplemente haciéndonos sordos a sus proclamas más políticas que evangélicas. Vamos a aislarlos, en sus palacios, en sus apartamentos, en sus jardines privados, en sus negocios inmobiliarios, para que sientan la soledad de los que no están abiertos al espíritu de Dios que es dinámico, y nadie sabe de donde viene ni a donde va.
Porque como dice el papa, somos, sobre todo, pecadores y no príncipes. Y en el pecado y en la necesidad de renovación podemos encontrarnos todos. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Con el papa Francisco, siempre.
Pero el papa Francisco ha hecho ya lo esencial: ha abierto la puerta a una renovación, que, incluso, con las discrepancias de algunos serios cardenales, no tiene ya vuelta atrás. Francisco es ya una primavera de la iglesia aún sabiendo que las grandes reformas todavía están por llegar. El papa emérito Benedicto, no puedo afrontarlas, por muchos motivos complejos, de gran oposición interna o por su edad muy avanzada. Pero hizo también algo providencial: presentó su renuncia para que alguien pudiera llevar a cabo las reformas que él veía necesarias y se sentía incapaz de llevar a cabo.
Juan Pablo II, ni siquiera se planteó grandes reformas, su pontificado se destacó por su espíritu paralizante. Mucha imagen, viajes y presencia mediática, pero en lo referente a las reformas que solicitaban, por ejemplo desde la teología latinoamericana, supuso un parón, cuando no una condena. Todos recordamos la imagen, para olvidar, del poeta Ernesto Cardenal de rodillas ante el papa Juan Pablo en el aeropuerto de Nicaragua y el dedo alzado del papa sobre él. Dicen algunos que no fue una recriminación, pero a todo el mundo le pareció evidente. Sea como fuere, la actitud del papa Juan Pablo II, san Juan Pablo II, no fue muy favorable a grandes progresos teológicos o sociales. Ni siquiera se lo planteó según mi parecer. Es el único papa con el que he estado sentado a su lado y le he estrechado la mano y, sin embargo, no es, con perdón, un papa de mi devoción al lado de Juan XXIII , al que sólo he conocido por referencias y estudios o del papa Pablo VI, al que sí conocí de niño por los medios de comunicación y después por los estudios, y que siempre me pareció el papa sabio, sufriente y herido por amor a la iglesia. Tal vez será por connotaciones de la infancia pero le profeso un gran cariño y “devoción” al papa Pablo VI. Creo que su figura no ha sido suficientemente valorada y resaltada en la iglesia por los momentos políticos difíciles en España entonces, que le tocaron vivir y ante los cuales fue firme y valiente: la defensa de la vida siempre. Ganó fama de “antiespañol “por su postura frente a la pena de muerte, pero en realidad fue un papa adelantado a su tiempo, sabio y profundo.
Y todo este meandro es para llegar al papa Francisco, un hombre que sí ha sido capaz, aunque no pueda hacerlo él por la traición opositora de algunos cardenales que él mismo ha escogido como hombres de su confianza, de abrir la puerta de la iglesia para que entre aire fresco, estilo evangélico, verdad y cercanía; en definitiva otro estilo de iglesia que él ya está haciendo posible. Dicen algunos que es un comediante, sólo gestos, pero el tiempo de los gestos ya ha pasado y se está instalando un estilo nuevo en la iglesia donde se puede hablar con más libertad, donde los pastores están tomando buena nota porque está promoviendo un nuevo estilo de pastor con “olor a oveja” que escasea todavía mucho, una manera nueva de ver la vida cristiana, mas gratuita, más libre, más sencilla, una nueva visión del ecumenismo que le ha llevado a afrontar viajes difíciles y arriesgados y en los que ha conseguido reconocimientos unánimes. En este momento todos los grandes líderes mundiales sueñan con un encuentro con el papa Francisco porque su credibilidad mundial es realmente asombrosa. No cabe duda, estamos ante un papa que es un líder mundial indiscutible: tal vez el único líder aceptado por todos.
Su actitud firme ante la pederastia, esa carcoma de la iglesia, está siendo sanadora.
Su denuncia de los males de la propia iglesia: Los “trepas”, los ambiciosos de dinero, el clericalismo, el autoritarismo, los pastores príncipes, los que ocultan el mal, le están haciendo cada vez más creíble dentro y fuera de la iglesia.
Francisco ha abierto la “Caja de Pandora” de la renovación eclesial y ya será muy difícil que alguien pueda cerrarla de nuevo. El papa Francisco, este hombre torpe en sus andares y encorvado ya por el peso de la edad, está habitado por el Espíritu de Dios y va a dar mucho que hablar para bien de la iglesia en los próximos tiempos. Un hombre que se está haciendo creíble hasta para los no creyentes que terminan escuchándole. Dios nos lo conserve muchos años lúcido y fuerte para seguir conduciendo a la iglesia hacia el evangelio. Nunca será suficiente. Y entre todos los cristianos, que deseamos la renovación, hagamos lo posible por ir arrinconando a todos esos que no siguen la línea renovadora del papa, simplemente haciéndonos sordos a sus proclamas más políticas que evangélicas. Vamos a aislarlos, en sus palacios, en sus apartamentos, en sus jardines privados, en sus negocios inmobiliarios, para que sientan la soledad de los que no están abiertos al espíritu de Dios que es dinámico, y nadie sabe de donde viene ni a donde va.
Porque como dice el papa, somos, sobre todo, pecadores y no príncipes. Y en el pecado y en la necesidad de renovación podemos encontrarnos todos. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Con el papa Francisco, siempre.