Alsasua, completar la cadena

Escucho por televisión a la madre de uno de los guardia civiles agredidos en Alsasua y trato de hacer mío su dolor. Escucho a los familiares y amigos de los jóvenes que están en prisión acusados de terrorismo por esa trifulca nocturna y trato de hacer mío su dolor. Ser puentes entre los dolores, entre los corazones magullados; abrazar el dolor del mundo, de los unos y de los otros, haciendo propias sus heridas..., es afronta difícil, pero de día en día más necesaria.

La emoción primaria nos polariza de forma inmediata con una de las partes y allí nos atrincheramos y desde ahí el conflicto se perpetúa. Superaremos la confrontación en la medida en que intentemos hacer nuestro el dolor de todas las partes; en la medida que caminemos los pasos de unos y otros, que nos asomemos con ellos a sus ventanas, que vivamos el latido de sus corazones, que sintamos el dolor en sus llagas… Sólo podremos salir del conflicto si empezamos a ver al enemigo como el “otro yo” que nació en un lugar diferente, que se crió en otras circunstancias, que cantó otras canciones y encumbró a otros héroes, que durmió otros sueños..., pero humano como yo al fin ya al cabo, con la misma nobleza y debilidades, con la misma sangre en sus venas y soplo divino en sus pulmones.

Siento el dolor del guardia civil que se ve extraño en su localidad de destino, que no recibe el calor de aquellos a quienes trata de servir. Siento el dolor del guardia civil que decide salir de noche de su estrecho coto establecido y en un bar se le echa encima a él y su pareja un grupo de jóvenes que les insulta y agrede. En algún momento habrá que vestir su uniforme, sus galones, su necesidad de enrolamiento, el desamparo al alejarse de los suyos…

Siento el dolor de unos jóvenes que han vivido las trabas para el desarrollo de su lengua y su cultura, que aún no han logrado quitar de su cabeza el rol intimidador que jugó la guardia civil en el pasado. Ven a este cuerpo como algo extraño, ajeno, vinculado a la represión franquista. En algún momento habrá que sentir su piel desnuda, su pasado indefenso, su identidad atropellada…

Cada quien está atrincherado en su dolor, remisos a sentir el dolor del otro. Sin embargo la clave es seguramente ésa, tratar de ubicarse en el lugar del adversario. A veces es preciso quitarnos de encima los condicionamientos emocionales que tanto nos escoran hacia un bando determinado. Desnudarnos de pasado nos permite enfundarnos en unas y otras pieles, sentir el dolor de unos y de otros, a la postre el mismo dolor humano.

Estamos llamados a no ser de ningún bando y al mismo tiempo de todos. Sobre todo deseamos ser de entre los que comienzan a abrirse y sopesan la posibilidad de dar la espalda al pasado banderizo y avanzar hacia el adversario. Un nuevo tiempo político está llamado a ser también un nuevo tiempo en las relaciones humanas. Cuando una cadena humana recientemente unió los domicilios de los siete jóvenes tan injustamente encarcelados, pienso que había una casa que faltó a lo altsasutarras por unir, por humanamente enlazar: la casa de la guardia civil. Unos brazos hasta el cuartel del cuerpo hubiera significado el inicio de una nueva era social. Un gesto generoso, acogedor de esa índole hubiera marcado el arranque de una nueva historia para nuestro pueblo.

Faltaba superar la historia, alargar la cadena, culminar el círculo, redondear el aro de la humana condición. En realidad llevamos desde muy atrás pendientes de completar el círculo con la pieza más complicada, al tiempo que preciada, nuestro propio adversario. Si ahora es el momento de atender a las justas reivindicaciones populares que hubieron de esperar ayer; también lo puede ser para manifestarnos nosotros/as más afables e integradores, más solidarios en todos los sentidos, en definitiva más humanos.

Artaza, junto a Alsasua, a 11 de Enero de 2017
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