Erasmus de ida y vuelta
Bolonia y su polémico plan sacaron a los jóvenes de las playas antes de lo acostumbrado. Septiembre ha madrugado y los aviones no esperan para quienes pondrán rumbo a uno de los 31 países del programa Erasmus. Muy probablemente muchas madres “solidarias” hayan guardado también toalla y bronceador. Son caros para las madres los nuevos horizontes de sus hij@s. Seguí la pista de una de esas bravas progenitoras.
Esta madre ayudará a la joven con las maletas, pero hubiera preferido esconderlas en el último rincón del trastero. Jurará en su foro interno contra la Unión Europea y el programa Erasmus, maldecirá al inventor de la “movilidad académica”, pero acompañará, bien arreglada para la ocasión, a su hija al aeropuerto, desde donde volará a la ciudad elegida. Le dará alas, aunque la víspera de su partida empapará de silenciosas lágrimas toda la almohada.
Junio asoma lejano, pero grande, muy grande. Diez meses de iniciación de la estudiante para sentarse después con ella de igual a igual, de mujer a mujer, para hilar una misma y ya madura conversación. Son las madres valientes de nuestros días, las que eligen puerta abierta y no regazo. Es cara siempre nuestra libertad, pero más aún la que en justa ley es preciso devolver a l@s hij@s. Hoy tienen billete de ida y vuelta. Hace 70 años sólo de ida. La vuelta era siempre una incógnita, cuestión de suerte, ni siquiera de valor, por más que la verdadera suerte se sujete siempre a destino.
La madre cercana que inspira estas líneas, apenas ha dormido en toda la noche. Cuando la vi a media mañana, sus grandes ojos rojos aún testimoniaban un desconsuelo hasta el alba. Los jóvenes de hoy van a las Universidades de Francia, Alemania, Italia… comparten estudios con los colegas de esos países. Amén de proseguir con la carrera, van a conocer otras lenguas y culturas, a colaborar, a reír y disfrutar con los estudiantes del país en cuestión.
Hace 70 años iban a intercambiar tiros y no conocimientos, dolor y muerte y no ciencia y vida con los jóvenes enemigos de otros países, con los abuelos de los colegas de ahora. Ahora comparten pupitres, hace unas décadas se enfrentaban en trincheras. No quiero ni imaginar los ojos de la madre en cuestión hace 70 años, si su hijo, si su hija, en vez de a una facultad lejana, se encaminara a una sangrienta batalla.
Septiembre también madrugó en su primer día de 1939. Entonces comenzó la más negra pesadilla humana. Nadie diga que no avanzamos, que la historia quedó congelada. No veo ya a tiranos paseando sus tanques invasores por la geografía de otros países. Ningún padre, ninguna madre clame contra la Unión Europea, o si no que recuerden cuando los hijos tenían que correr a frenar a esos crueles tiranos, cuando calzaban botas de guerra y no deportivas, cuando blandían fusil y no portátil, cuando cogían trenes que rugían y nunca volvían...
Esta madre ayudará a la joven con las maletas, pero hubiera preferido esconderlas en el último rincón del trastero. Jurará en su foro interno contra la Unión Europea y el programa Erasmus, maldecirá al inventor de la “movilidad académica”, pero acompañará, bien arreglada para la ocasión, a su hija al aeropuerto, desde donde volará a la ciudad elegida. Le dará alas, aunque la víspera de su partida empapará de silenciosas lágrimas toda la almohada.
Junio asoma lejano, pero grande, muy grande. Diez meses de iniciación de la estudiante para sentarse después con ella de igual a igual, de mujer a mujer, para hilar una misma y ya madura conversación. Son las madres valientes de nuestros días, las que eligen puerta abierta y no regazo. Es cara siempre nuestra libertad, pero más aún la que en justa ley es preciso devolver a l@s hij@s. Hoy tienen billete de ida y vuelta. Hace 70 años sólo de ida. La vuelta era siempre una incógnita, cuestión de suerte, ni siquiera de valor, por más que la verdadera suerte se sujete siempre a destino.
La madre cercana que inspira estas líneas, apenas ha dormido en toda la noche. Cuando la vi a media mañana, sus grandes ojos rojos aún testimoniaban un desconsuelo hasta el alba. Los jóvenes de hoy van a las Universidades de Francia, Alemania, Italia… comparten estudios con los colegas de esos países. Amén de proseguir con la carrera, van a conocer otras lenguas y culturas, a colaborar, a reír y disfrutar con los estudiantes del país en cuestión.
Hace 70 años iban a intercambiar tiros y no conocimientos, dolor y muerte y no ciencia y vida con los jóvenes enemigos de otros países, con los abuelos de los colegas de ahora. Ahora comparten pupitres, hace unas décadas se enfrentaban en trincheras. No quiero ni imaginar los ojos de la madre en cuestión hace 70 años, si su hijo, si su hija, en vez de a una facultad lejana, se encaminara a una sangrienta batalla.
Septiembre también madrugó en su primer día de 1939. Entonces comenzó la más negra pesadilla humana. Nadie diga que no avanzamos, que la historia quedó congelada. No veo ya a tiranos paseando sus tanques invasores por la geografía de otros países. Ningún padre, ninguna madre clame contra la Unión Europea, o si no que recuerden cuando los hijos tenían que correr a frenar a esos crueles tiranos, cuando calzaban botas de guerra y no deportivas, cuando blandían fusil y no portátil, cuando cogían trenes que rugían y nunca volvían...