Felices…

Llegaron a decir “no tienen derecho a ser felices” ¿cómooo?

Aquí hay muchos niños, muchísimos. Además les gusta acercarse a la zona de nuestra comunidad. Hay “barulho”, que dirían y que entendemos perfectamente en castellano. Se les ve habitualmente contentos, diría que felices por la frecuencia y el modo en que se manifiestan. Esto no significa que no tengan dificultades y momentos de sufrimiento.

La felicidad es un concepto difícil. No siempre distinguimos alegría, bienestar, sensación de plenitud… de felicidad. Sin duda la felicidad tiene vínculos con estos y otros sentimientos.

Mi tiempo en África, aunque no muy largo (diez años y bastantes presencias de meses en diferentes periodos de mi vida), me permitió confirmar lo que ya intuía: la felicidad no está vinculada ni a la fama, ni al poder, ni al dinero.

Mi sorpresa vino dando un retiro a adolescentes-jóvenes en España. Era un grupo de nivel social medio-alto. Cuando les hablé de la alegría y la felicidad de los niños en África (sin querer entrar en comparaciones… que podría), varios prácticamente se indignaron y llegaron a decir algo que me dejó boquiabierto: “no tienen derecho a ser felices”. ¿Cómooooo…? Les pregunté.

La explicación no ofrece dudas al respecto de las expectativas de estos pobres chavales: “no pueden ser felices porque no saben lo que se pierden, no conocen otras cosas”, como diciendo que por ello su felicidad no cuenta. Mi conclusión es que ese grupo de chavales o conseguía cambiar su perspectiva (conversión, lo llaman), o nunca serían felices, porque nunca sabrían lo que pueden perderse, por ejemplo en África.

Jesús nos dio pistas sobre la felicidad, no en vano a veces se traducen así las bienaventuranzas: “felices los que…”. Pero también sobre la infelicidad de los que creen tenerlo todo y por eso les es muy difícil entrar en el Reino de los Cielos.

Hoy (21 de abril) se ha publicado un artículo en la prensa española dando cuenta de una investigación que se hizo a partir de 1938 con el seguimiento a 724 jóvenes estudiantes universitarios a lo largo de toda su vida. Para sorpresa de muchos -no de Jesús, ni siquiera de Maslow- la felicidad se encuentra claramente asentada en el tipo de relaciones que tenemos con los demás. La comensalidad de Jesús, su acercamiento a quienes eran excluidos, su “mandamiento” del amor que nos identifica, ya nos decían el por qué de las bienaventuranzas, iluminadas en la Pascua. En realidad ese estudio no “descubre América”, ya lo estaba, lo que hace es aportar datos que pueden estudiarse científicamente.

En Makili, como decía, hay muchos niños, más que en otros pueblos. Hay una red de relaciones extensa e intensa. Hay sistemas tradicionales de afrontar los conflictos entre adultos que son respetados y devuelven la paz (“hadame-malu”) rehaciendo la relación. Los niños juegan, se relacionan entre ellos continuamente, con sus berrinches también, pero aprendiendo a superarlos; se relacionan con sus familias como referencia segura; con una naturaleza “potente” para bien o mal, pero que saben disfrutar. También se sienten corresponsables en la familia y buscar leña, limpiar, ayudar en casa… es connatural.

Sí, a pesar de la pobreza, a pesar de tener algo de hambre en muchos momentos, a pesar de no tener televisión ni coches ni motos… o quizás porque no lo tienen y les hace más libres para el encuentro: qué felicidad irradian en sus sonrisas, en sus preguntas, en su esperanza, en sus relaciones, en su solidaridad.

Pobrecitos los de aquél grupo del retiro… no saben lo que se pierden, por ejemplo aquí en el Pacífico (vaya, qué casualidad).

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