El Dios de mis padres
me bendijo con unos brazos fuertes,
unas piernas firmes,
me dio el poder de su compañía,
y el valor para estrenar cada día como un presente.
Mi Dios fue generoso conmigo,
y me regaló un corazón ardiente y compasivo,
una risa obstinada, ojos soñadores.
Me puso música en el alma,
semillas fecundas en mi vientre,
y me propuso seriamente la felicidad.
Yo, obediente,
la encuentro a cada rato,
y asombrada,
dejó escapar de mis labios,
una dulce alabanza.