#cuaresmafeminista2025 Miércoles de ceniza: Tiempo de deconstruir

| Mayte Olivares Cruz
Cuando era niña, la pregunta recurrente sobre qué queríamos ser de grandes tenía respuestas que se repetían entre mis compañeros y compañeras: actriz, conductor de televisión, actor. La fama y el poder de quienes aparecían en la televisión eran apabullantes. Nos los imaginábamos viviendo en mansiones, viajando en limusinas, cenando langosta y caviar cada viernes por la noche.
Treinta años después, ahora como madre, me llama la atención cómo ha cambiado la respuesta, pero no el fondo. Hoy, las amigas y amigos de mis hijos dicen: “creador de contenido”. Los juegos han evolucionado: ahora, con un celular en mano, fingen ser vistos por alguien del otro lado de la pantalla. En este juego de ser niños divertidos, narran todo: desde el color de su ropa hasta recetas meticulosas que inventan cada día. Lo sorprendente no es que la imaginación infantil se nutra de la idea de la fama —que nos ha perseguido desde siempre—, sino que esta idea sea un reflejo fiel de la realidad adulta.
Estamos inundando internet con contenido de todo tipo: desde los rincones oscuros de la Deep Web hasta artículos científicos que circulan entre estudiantes. La cantidad de información en línea ha crecido exponencialmente, y con ello, los desafíos. En 2024, se registraron aproximadamente 14,800 millones de videos en YouTube que pasaron prácticamente desapercibidos, reflejando la sobreabundancia de material que no logra captar la atención. Además, se estima que para 2025, el 3.2% de todas las emisiones de carbono del mundo provendrán de granjas de servidores de IA, un costo ambiental que sigue en ascenso conforme la industria prioriza la expansión sobre la eficiencia.
La propuesta es simple: encontrar a Dios en el silencio. Ayunar de forma corporal es un reto, pero lo sería aún más hacerlo del contenido digital. Aunque pueda parecer paradójico usar este medio para invitar a la no creación de contenido, creo que es necesario nombrarlo. Detenernos. Voltear a ver al otro. Apagar la pantalla. Recordar que somos polvo y al polvo volveremos. Como un gesto de humildad, como un reconocimiento de que no somos más que un instante en la eternidad del Buen Padre.
La mayor gracia es la vida y compartirla con la hermana y el hermano, es lo que le da sentido. Busquemos espacios de silencio para conectar con Aquel que lo es todo. Para deconstruirnos en su amor y gracia. Y, después, salir llenos de su espíritu al encuentro con la otra, el otro.