INCOMPRENSIÓN CATALUÑA-ESPAÑA Y ESPAÑA-CATALUÑA
La incomprensión entre las personas que viven en Cataluña y todos los que vivimos en el resto de España es ya el hecho más evidente y tal más grave de todo lo que está ocurriendo en torno a este lamentable asunto. Sea cual sea el final al que se llegue –todavía incierto, a un mes ya escaso de la fecha marcada para el desenlace de esta larga historia-, la incomprensión entre unos y otros es ya un hecho cuajado y evidente, que va a perdurar además en cualquiera de las soluciones a las que ahora se pueda llegar.
Estoy muy convencido, y quiero resaltarlo ahora, que lo peor que está ocurriendo es que ni los catalanes que están protagonizando esta batalla ni el resto de los españoles estamos ya capacitados para comprendernos los unos a los otros, para entender las razones que los otros tienen para la defensa de sus propias posturas. Se ha llegado ya a una situación en la que la comprensión de la postura ajena resulta ya imposible, pues existe el convencimiento de que las posturas ajenas son indefendibles y hasta demenciales. La incomprensión del otro ha conducido -¡y es lo triste!- a la agresividad frente a las posturas contrarias, pasando claramente del no entender hasta el criticar y condenar, incluso con tonos indignados, violentos y agresivos.
Me encuentro en el sector no catalán, y me resulta muy difícil -o no me resulta posible- comprender las razones que puedan tener los catalanes para situarse en las posturas que ahora protagonizan. No comprendo que no entiendan la prohibición de la Constitución a que una parte de España decida sobre lo que afecta a todos los españoles. No comprendo cómo prefieren situarse al margen o en frente de la Constitución. No comprendo su ceguera ante las que me parecen inevitables derivaciones económicas de su proceso independentista. Resulta muy evidente que los catalanes soberanistas, en la actualidad, no entienden el parecer que es común entre los españoles… y entre los propios catalanes que no son soberanistas. La incomprensión de los otros es absoluta.
Lo malo es que la constatación anterior se hace simultánea con comprender que en el resto de España no entendemos nada de la problemática peculiar de Cataluña. La agresividad que provoca el comportamiento catalán no permite comprender que Cataluña reúne unas condiciones muy diferenciadas del resto de los españolas, que el hecho de que la totalidad de la población hable siempre el catalán no tiene por qué ofendernos a los que hablamos el castellano, que el desear una mayor independencia -o la independencia- no es todavía un delito. Constato, sin embargo, que los comportamientos catalanes producen a mi alrededor posturas irracionales y agresivas: increpar ineducadamente a sus dirigentes, cambiar de canal cuando la TV habla del tema, negarse a ver un partido de futbol del Barsa, considerar justificado el no comprar productos catalanes como venganza… En el sector español detecto posturas tan cerriles como las que estimo que se dan entre los catalanes. Así, la mutua comprensión se hace imposible.
A la actual situación de mutua incomprensión dicen todos que se ha llegado porque el análisis del tema no se realiza desde la razón sino desde los sentimientos, que son prácticamente ingobernables. En un medio puramente catalán (en Google: CJ El blog de Cristianisme i Justícia), he leído un interesante diálogo desarrollado entre el teólogo José Ignacio González Faus y un para mí desconocido Jaume Botey. Faus había escrito Después de la diada, con algunas muy rebajadas matizaciones al proceso embalado catalanista, y su interlocutor responde con un larguísimo escrito para explicar la peculiaridad del “procés” catalán. Coinciden en que el asunto tiene una muy difícil –o ninguna- solución.
El testimonio tan negro de González Faus me ha dado mucho que pensar: “Las sensibilidades exacerbadas, hieren a su vez las sensibilidades del lado opuesto, acabando en esa estéril pugna de quién empezó. Creo que ahí estamos hoy. Los “posicionados” de ambos lados que lean estas líneas me aplaudirán cuando critico al otro, pero dirán que no entiendo nada cuando les critico a ellos. Por eso me parecen inútiles las apelaciones al diálogo: hoy por hoy, el único diálogo que cabe en este problema y en este país son monólogos que gritan, tratando sólo de que triunfe su versión. Pero diálogo significa precisamente “dejarse atravesar por la razón del otro” (dia-logos, para quien tenga alguna noción de griego)”.
En la mutua incomprensión esta lo peor del problema, lo que subsistirá incluso cuando al tema se le dé, dentro de pocos días, la solución que se le quiera o se le pueda dar.
Estoy muy convencido, y quiero resaltarlo ahora, que lo peor que está ocurriendo es que ni los catalanes que están protagonizando esta batalla ni el resto de los españoles estamos ya capacitados para comprendernos los unos a los otros, para entender las razones que los otros tienen para la defensa de sus propias posturas. Se ha llegado ya a una situación en la que la comprensión de la postura ajena resulta ya imposible, pues existe el convencimiento de que las posturas ajenas son indefendibles y hasta demenciales. La incomprensión del otro ha conducido -¡y es lo triste!- a la agresividad frente a las posturas contrarias, pasando claramente del no entender hasta el criticar y condenar, incluso con tonos indignados, violentos y agresivos.
Me encuentro en el sector no catalán, y me resulta muy difícil -o no me resulta posible- comprender las razones que puedan tener los catalanes para situarse en las posturas que ahora protagonizan. No comprendo que no entiendan la prohibición de la Constitución a que una parte de España decida sobre lo que afecta a todos los españoles. No comprendo cómo prefieren situarse al margen o en frente de la Constitución. No comprendo su ceguera ante las que me parecen inevitables derivaciones económicas de su proceso independentista. Resulta muy evidente que los catalanes soberanistas, en la actualidad, no entienden el parecer que es común entre los españoles… y entre los propios catalanes que no son soberanistas. La incomprensión de los otros es absoluta.
Lo malo es que la constatación anterior se hace simultánea con comprender que en el resto de España no entendemos nada de la problemática peculiar de Cataluña. La agresividad que provoca el comportamiento catalán no permite comprender que Cataluña reúne unas condiciones muy diferenciadas del resto de los españolas, que el hecho de que la totalidad de la población hable siempre el catalán no tiene por qué ofendernos a los que hablamos el castellano, que el desear una mayor independencia -o la independencia- no es todavía un delito. Constato, sin embargo, que los comportamientos catalanes producen a mi alrededor posturas irracionales y agresivas: increpar ineducadamente a sus dirigentes, cambiar de canal cuando la TV habla del tema, negarse a ver un partido de futbol del Barsa, considerar justificado el no comprar productos catalanes como venganza… En el sector español detecto posturas tan cerriles como las que estimo que se dan entre los catalanes. Así, la mutua comprensión se hace imposible.
A la actual situación de mutua incomprensión dicen todos que se ha llegado porque el análisis del tema no se realiza desde la razón sino desde los sentimientos, que son prácticamente ingobernables. En un medio puramente catalán (en Google: CJ El blog de Cristianisme i Justícia), he leído un interesante diálogo desarrollado entre el teólogo José Ignacio González Faus y un para mí desconocido Jaume Botey. Faus había escrito Después de la diada, con algunas muy rebajadas matizaciones al proceso embalado catalanista, y su interlocutor responde con un larguísimo escrito para explicar la peculiaridad del “procés” catalán. Coinciden en que el asunto tiene una muy difícil –o ninguna- solución.
El testimonio tan negro de González Faus me ha dado mucho que pensar: “Las sensibilidades exacerbadas, hieren a su vez las sensibilidades del lado opuesto, acabando en esa estéril pugna de quién empezó. Creo que ahí estamos hoy. Los “posicionados” de ambos lados que lean estas líneas me aplaudirán cuando critico al otro, pero dirán que no entiendo nada cuando les critico a ellos. Por eso me parecen inútiles las apelaciones al diálogo: hoy por hoy, el único diálogo que cabe en este problema y en este país son monólogos que gritan, tratando sólo de que triunfe su versión. Pero diálogo significa precisamente “dejarse atravesar por la razón del otro” (dia-logos, para quien tenga alguna noción de griego)”.
En la mutua incomprensión esta lo peor del problema, lo que subsistirá incluso cuando al tema se le dé, dentro de pocos días, la solución que se le quiera o se le pueda dar.