SEMANA SANTA, ¿con futuro?


Pasados los días intensos de la Semana Santa, procede hacer una reflexión sobre el sentido que tiene esta fiesta y sobre su futuro más o menos previsible.

Lo que más sorprende de la Semana Santa es el tirón que tiene sobre las grandes masas de la población. Hablo del contexto de las capitales y las grandes ciudades andaluzas, por desconocer con detalle y directamente lo que ocurre en el resto de España (y menos, en otros países). Por acá, la Semana Santa moviliza a la práctica totalidad de la población. Los miles de sillas preparadas en los palcos, se agotan. Y las calles por las que transcurren las procesiones, en horarios muy diversos, se inundan de personas de todas las clases sociales, de todas las edades, con todas las indumentarias, aunque el Domingo de Ramos y el Jueves y el Viernes Santo predominen los vestidos formales. En muchas ciudades andaluzas, se dice que la Semana Santa es el acontecimiento que más población moviliza, más que las ferias y otros fiestas populares, por ser además en las calles, sin tener que pagar entradas para entrar en locales o en casetas. La Semana Santa es la fiesta popular por antonomasia.

La explosión de la belleza es apabullante. Los cinco sentidos se encuentran impactados por las imágenes espectaculares, la música constante, el incienso y el aroma de los azahares, la cera en las manos de los nazarenos, todo contribuyen a envolver globalmente a los simples espectadores y a los participantes en las comitivas. Aun los menos entusiastas tienen que reconocer, además, que las imágenes variadísimas en las calles –la Santa Cena, la Oración en el Huerto, el Prendimiento, el Cautivo, los Crucificados y las Dolorosas, la Lanzada, el Descendimiento, el Santo Entierro- constituyen una catequesis monstruo de gran efecto en la retinas y en las mentes aun de los más externos observadores. El impacto de la Semana Santa resulta enormemente eficaz.

Fiesta total
El tirón popular es indiscutible. Más difícil resulta el sentido y la interpretación de todo este fenómeno. No se puede decir que toda la población que se agolpa en las calles se moviliza sólo por motivaciones religiosas, pero tampoco se puede afirmar que los participantes no tienen ningún tipo de sentimiento religioso. Sólo Dios puede conocer lo que sienten por dentro las personas, en los momentos intensos de silencio cuando los pasos discurren por las calles. Como en todos los fenómenos de religiosidad popular, más bien habría que decir que cada cual participa en ellos con la religiosidad que en su interior vive, más o menos intensa, más o menos acorde con el espíritu de su propia espiritualidad. La coherencia, desde luego, no es el efecto más natural y exigible en la Semana Santa.

A una persona de vida religiosa intensa y bien orientada le oí decir estos días que los dos palcos desde los que ellos asistían a las procesiones se convertían en acontecimiento familiar, lugar de encuentro de padres, hijos y nietos, lugar de participación de toda la familia. Esto deja claro que la Semana Santa es lo que dicen los antropólogos una “fiesta total”, un acontecimiento que engloba lo religioso pero también otros muchos aspectos del a vida humana.

Futuro imprevisible
Este año se han producido algunos signos de inquietud sobre el futuro de la actual configuración de la Semana Santa.

El Ayuntamiento de Madrid, he leído que le ha cobrado al popularísimo Cristo de Medinaceli un impuesto “por uso de la vía pública”. En Sevilla, en la famosa madrugá entre el Jueves y el Viernes Santo, se ha producido una grave alteración del orden normal y pacífico de los actos, unas estampidas, parece que provocadas por unos jóvenes que sólo pretendían llamar la atención y distorsionar. Las Autoridades sevillanas ya están convocando reuniones con las Hermandades para programar medidas conducentes a evitar provocaciones similares en los años próximos.

Es claro que, aun siendo un fenómeno tan masivo, hay personas a las que les fastidia que una actividad religiosa invada las calles. El laicismo a ultranza pretende reducir lo religioso al estricto terreno privado, encerrarlo en las Iglesias y en el reducto estricto de lo íntimo, sin permitir manifestaciones externas, particularmente las católicas. Las redes ya comienzan a vociferar: "Exigimos el FIN de las procesiones. Son actos que atrasan a nuestra sociedad y ofenden a nuestros hermanos musulmanes". Los partidos y organizaciones laicistas, que ya solicitan la supresión de la misa católica en la TV pública, no he oído hasta ahora que se atrevan a pedir oficialmente la supresión de las actuaciones externas de la Semana Santa, porque saben que hacerlo así les enfrentaría a los ambientes populares más mayoritarios. Pero resulta claro que las manifestaciones masivas de signo religioso no agradan a estos colectivos.

Todavía, sin embargo, son muy fuertes los signos de vitalidad de la Semana Santa. Los niños vestidos de nazarenos, los jóvenes participando en las actividades públicas de las Cofradías, la multiplicación de las Hermandades hasta constituir un problema la aceptación de todas en la organización de los recorridos oficiales, la multiplicación de actividades sociales y la revitalización interna de las Hermandades, todos estos son signos de que el movimiento semanasantero no está en retroceso sino que cuenta con una pujante vitalidad.

Signos de claros de incertidumbre y signos fuertes de vitalidad, ambos extremos al mismo tiempo. Simultáneamente, un futuro esperanzador e incierto.
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