Despedidas y agradecimientos
Practicando adioses
Leí hace tiempo en El mundo amarillo de Albert Espinosa que siendo muy joven, tuvieron que cortarle una pierna porque tenía sarcoma. Su cirujano le propuso que, en la víspera de la amputación, celebrara una fiesta para despedir a la pierna y agradecerle sus servicios durante los años en que había podido caminar con ella. Lo cuenta con tanto valor y tanta gracia que lo guardo como uno de esos gestos preciosos de humanidad de los que hay que seguir aprendiendo. Se me ha presentado recientemente la ocasión de aplicar ese aprendizaje, solo que en talla small, y de poner en práctica esa iniciativa. La ocasión me la han brindado un par de muelas, pobrecillas, que llevaban muchos años sujetándome un puente pero se han cansado y han decidido, de manera unilateral, dimitir de su función. Me ha pillado de sorpresa, y eso que las dos me habían ido avisando con antelación de su propósito de rescindir su contrato de sujeción y soporte. Yo les había ido dando largas pero, al recurrir ellas a una huelga salvaje, no he tenido más remedio que firmarles el finiquito con importantes perjuicios odontológicos de los que no entro en detalles. Menos mal que me acordé de lo de “despedir con agradecimiento” y me he puesto a ello: mientras estaba tumbada y anestesiada en el sillón de la dentista, fui agradeciendo a ambas muelas el servicio inestimable que me han prestado durante tantos años, cumpliendo sin rechistar su función masticadora y colaborando activamente a mi nutrición. Ya de paso, y dado que la intervención era larga, aproveché para recordar el comienzo del salmo 121 que dice literalmente así: «¡Qué alegría con los que me dijeron(´omerim en hebreo, participio de la raíz ´mr, decir): ¡Vamos a la casa del Señor! ».
Hace tiempo que trato de seguir un tutorial para adultos mayores cristianos en que el que voy aprendiendo cómo recibir los anuncios de esos ´omerim (molares extraídos en este caso, pero pueden ser otros muchos). Explica que su misión es recordarnos con su lenguaje de “nosotros ya nos vamos”, que el traslado a “la casa del Señor” quizá no esté demasiado lejano.
De momento solo voy por el capítulo en que se ponderan las ventajas de acogerlos con paciencia. El siguiente trata de cómo hay que recibirlos incluso con alegría, pero a ese aún no he llegado. Estoy en ello.
(21 RS Febrero 2020)