Guardianes y custodios
Para custodiar hay que saber cuidar de uno mismo
La recomendación es del papa Francisco en una de sus primeras homilías y vuelve a resonar en los alrededores de la fiesta de san Francisco. “Seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura. Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura”.
Una observación: “¡Cuídate!” se ha convertido en la forma de despedida más frecuente. Al principio me parecía una manera de evitar el “A-Diós” de toda la vida, pero me estoy acostumbrando a recibirla como si me dijeran “cuídate de manera razonable para servir mejor…”
Una constatación: me gusta que me cuiden pero si siento que “se pasan” en los cuidados (recomendaciones, atenciones, consejos…), me asalta el deseo violento de que “me dejen en paz”. Tendré que trabajarme esto para cuando me lleguen tiempos de dependencia.
Una perplejidad: ¿Cómo encontrar el punto justo entre el cuidado y aquello de san Juan de la Cruz: “dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”? O lo de una de sus cartas: “Déjese y huélguese. ¿Quién es ella para tener cuidado de sí? ¡Buena se pararía!”. Mi maestra de novicias decía allá por los años 60: “Hermanas, recuerden que no han venido ustedes al convento para demostrar lo que puede durar una monja bien cuidada…”. O sea que a esto del cuidado/des-cuido hay que aprender a cogerle el punto.
Una referencia evangélica: en la parábola del samaritano éste se despide así del posadero al que ha confiado al herido: “Cuida de él…”. Creo que es una encomienda que hoy recibimos abarcando a toda la creación y nos sigue estando dirigida con muy intensa gravedad.