Hola, soy Dory
También a los israelitas del s. VIII a.C. se les olvidaba en seguida lo que el Señor hacía por ellos y Oseas se lo reprochaba: “Vuestro amor es como una nube mañanera, como rocío que se evapora al alba” (Os 6,4), y algo parecido les pasaba a los receptores “pedregosos” de la parábola de la semilla de Mc 4,16 que aparecen caracterizados como proskairoi (transitorios, momentáneos, ocasionales…).
En ellos podemos vernos reflejados también nosotros, emparentados con Dory en sus olvidos persistentes, parecidísimos a la tierra incapaz de retener la humedad que la había refrescado al amanecer, afectados por esa memoria quebradiza y fugitiva que no deja echar raíces a los recuerdos que hacen vivir.
Hagamos la prueba: ¿qué recordamos de la encíclica Laudato si a solo unos meses de su aparición? ¿Qué huella nos ha dejado su llamada urgente a “cuidar la casa común”? ¿Qué pasos hemos dado en dirección a esa “cultura de la sobriedad y conversión ecológica”? ¿Estamos dispuestos a reemplazar el “discurso verde” (y que se nos pegue la lengua al paladar…) por la adicción a las 3R de reducir, reutilizar, reciclar? ¿Cómo de determinados estamos, por ejemplo, a abrigarnos más en invierno y bajar la calefacción? ¿A evitar plásticos, utilizar transporte público y reducir el consumo de agua?
“No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo”, dice Francisco (LS 211).
No hay que renunciar tampoco a la posibilidad de que Dory recupere la memoria.
Dolores Aleixandre, Vida Nueva 3003, Septiembre 2016