Monárquicos sin fronteras
Cuántas horas de lectura pura y dura de Evangelio nos hacen falta para curarnos de nuestros delirios de realeza
| Dolores Aleixandre
“Tú eres el rey de Israel” proclamó Natanael a espetaperro nada más conocer a Jesús: otro más que se apuntaba al colectivo “monárquicos sin fronteras” que puebla la Biblia y continúa activo en la liturgia. Da lo mismo que el imaginario profético sea tan rico, provocativo y novedoso: donde esté la imagen de rey, que se retiren todas las demás. Da lo mismo que el propio Jesús pusiera pies en polvorosa en cuanto querían endosarle el título. Da lo mismo que su corona fuera de espinas, su cetro de caña y su manto, un pingo color púrpura. Da lo mismo que la última burla de sus enemigos fuera precisamente aquel letrero en su cruz.
¿Qué el texto de Mateo habla de magos? No importa, ya nos encargamos nosotros de ascenderles a reyes e inventarles un séquito de pajes, escuderos y abanderados. ¿Que hay que hacer memoria de aquella cena en la que uno lavó lo pies de los otros? Vale, pero con jarra de plata y jofaina de porcelana de Limoges. ¿Qué el pan y el vino resultan demasiado corrientes? No pasa nada: el oro de los vasos sagrados y el humo del incienso se encargan de cubrir su normalidad. Cantemos el Gloria, pero que el orden de la invocación sea la adecuada: Rey celestial lo primero y Padre después, añadiendo en seguida todopoderoso no sea que suene a demasiado humano.
En caso de atenerse a nuestras fantasías, a María no le quedaría tiempo para caminar junto a nosotros porque la reclamarían sus deberes de Celestial Princesa y de Reina de tantísima gente como proclaman las letanías. En todo caso, qué raras sus ideas sobre la monarquía: se pone a cantar contentísima a un Dios poco interesado por los tronos y simpatizando claramente con plebeyos y gentuzas varias. Qué disconforme con su trayectoria vital nuestra afición por coronarla una y otra vez, cuando lo que a ella de verdad le salió bien fue educar a aquel hijo adicto al último lugar.
Cuántas horas de lectura pura y dura de Evangelio nos hacen falta para curarnos de nuestros delirios de realeza.
Vida Nueva febrero 2019