Murmuradores, os debemos un favor
Gracias a ellos Jesús se arranca con tres parábolas poderosos
Tengo el pálpito de que el grupo de fariseos y maestros de la ley que murmuran contra Jesús – “Este anda con pecadores y come con ellos” - en la escena evangélica de Lc 15, es el mismo que, al verle entrar en casa de Zaqueo, farfulló entre dientes: —“Se ha alojado en casa de un pecador” (Lc 19,7).
Dan la impresión de ser un grupo siempre al acecho, con dedicación plena a no quitar ojo a Jesús para poder criticarle. No participan de lo que ocurre, no disfrutan cuando hay alegría, no se conmueven cuando hay dolor: lo suyo es quedarse al margen fijándose solo en lo negativo. Hay otras escenas sobre las que los evangelistas no han dejado constancia de ese tipo de presencias de la estricta observancia, pero podemos fácilmente imaginar su posible reacción de haber estado allí.
En Caná de Galilea, habrían rechazado la invitación a la boda: “- No tenemos por costumbre mezclarnos con ese público de pobretones y pecadores que sin duda asistirá…” Sin embargo, cuando les llegan rumores de que algo insólito ha pasado, comentan: “- Pues sí que empieza bien ese galileo que se las da de profeta… Menudo disparate poner a disposición de esta gentuza tantos litros de vino. Se van a emborrachar por culpa suya, ya veremos cuántos comas etílicos provoca. Y no digamos lo de haber aparecido llevando a sus discípulos. ¿Es que va a formarlos así, en las ferias del populacho?”
En Cafarnaúm, a orillas del lago: otro par de tipos resentidos miran la escena de la pesca desde la orilla y murmuran por lo bajo: “- Pero en qué estará pensando Simón y cómo se le ocurre hacer caso a ese forastero que hace chapuzas en Nazaret. No tiene ni idea de pesca y ni siquiera se ha enterado de que en este lago se pesca de noche…”
“- Pues mira a los Zebedeos, embobados al ver tantos peces en sus redes…Anda que como se les revienten y se les hunda la barca, lo van a tener crudo para remontar el negocio… Conmigo desde luego que no cuenten para un préstamo…”
Sin embargo y mal que nos pese, hay que reconocerles el favor que nos han hecho estos murmuradores sin fronteras: gracias a ellos Jesús reacciona y se arranca con tres parábolas poderosas. Y uno de sus efectos es el de señalar con precisión en nuestro navegador vital esa ubicación que andábamos buscando después de dar tantos tumbos: estamos sobre los hombros del Pastor, en la mano de quien nos guarda como a una moneda de alto precio, entre los brazos del Padre que nos acoge en el umbral de nuestra casa.
Pues de todo esto nos hemos enterado por gentileza de los murmuradores: ellos tuvieron la habilidad de sacar de quicio a Jesús y dejar emerger la noticia inaudita de su inexplicable afición por nosotros, gente perdidiza y torpe, propensa a recaer una y otra vez en los mismos despistes.
Así que, de verdad, murmuradores: muchas gracias.