Navidades en pijama
Jesús llega como quien tiene todo el tiempo del mundo
El título me lo ha sugerido un texto de Fidel Aizpurúa en su reciente libro Aún es tiempo. En búsqueda de nuevos caminos para la fe (Ed.Feadulta), de obligada y muy provechosa lectura. En la escena del encuentro de Jesús con Zaqueo en Lc 19, “los de siempre” – reencarnados ahora en los que ponen verde a Francisco –– murmuran contra Jesús porque ha ido a hospedarse (katalysai en griego) en casa de un pecador. “Ese verbo “descansar”, “hacer un alto en el camino”, significa propiamente “desenganchar las bestias de tiro”. Es decir, cuando el viajero llega a un albergue (katalyma) avía las bestias en la cuadra y, una vez arregladas, sube al cuarto de huéspedes para cenar con tranquilidad. Es decir, Jesús se sienta ante Zaqueo como quien ya tiene todo arreglado, como quien tiene todo el tiempo del mundo para el encuentro, como quien se apresta a un diálogo largo y tranquilo (…). Katalyô puede significar también soltar: el huésped que sube a cenar se “suelta” el ceñidor para estar más cómodo y hablar con mayor tranquilidad y disfrute: “se ha soltado el ceñidor en casa de un pecador…, se ha puesto cómodo en casa de un pecador…….”, algo de eso, del mismo modo que muchas personas, en el intimidad, a la hora de la noche, se ponen cómodas vistiendo ya el pijama con el que van a ir a dormir”.
Imposible expresar mejor cómo disponernos a estas fiestasentrañables, como gustaba repetirnos el emérito en su mensaje de Nochebuena y que ya ensaya Leonor, por si en el futuro hay suerte y pilla reinado.
Y es que a Jesús se le ve en el Evangelio muy suelto y no solo de los amarres de la ley sobre sábados y alimentos, sino también de su familia: no hay más que acordarse de las vueltas que tienen que dar los curas para explicar lo de “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”, cuando toca esa lectura en misa.
Se le veía cómodo entre nosotros y “se soltaba el ceñidor” comiendo y bebiendo con gente. “Vino Juan el Bautista, que no comía ni bebía y dijisteis: ‘-Está endemoniado’. Viene el Hijo del hombre, que come y bebe y decís: ‘-Ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores” (Lc 7, 33-34). Es un misterio que este texto lo hayan conservado dos evangelistas y que “Bebedor de vino” pueda añadirse a los graves y solemnes títulos que la Escritura y la teología le ha ido dando a lo largo de los siglos: Señor, Hijo de Dios, Primogénito de entre los muertos, Imagen, Segundo Adán, Hijo del hombre… Frente a Juan Bautista con sus desiertos, austeridades y ayunos, él tenía una pasmosa facilidad para hacerse amigos, rodearse de gente, caminar en compañía, aceptar invitaciones, prolongar sobremesas, dejarse perfumar.
Con todo esto en el corazón, llegas a Nochebuena: “avías las bestias de la cuadra” – esas prisas, ese móvil...- ; sueltas el ceñidor de los bufidos contra las eléctricas, el G20, las farmacéuticas, los de Glasgow...- ; te desconectas de lo que les esté pasando a los de Génova; apoyas la última petición de firmas: “que desenganchen Alfa y Omega del ABC”; te pones en modo silencio, “con advertencia amorosa y oscura noticia” como dice san Juan de la Cruz y, cuando habías empezado a subir al cuarto de huéspedes, te acuerdas de que la contraseña es zaqueobaja y vuelves a la cuadra.
Allí al fondo, a la luz de un candil, ves al Niño envuelto en pañales y reclinado en el pesebre y reencuentras tu verdadero nombre – no un metaverso con “experiencia inmersiva y multisensorial”- y te reconoces en los que aquella noche escucharon: “Os ha nacido un Niño”; eres uno de los pastores que corren hacia el establo, eres un buscador inquieto como los magos de Oriente.
Eres también como Zaqueo y como Tomás y por eso te rindes ante el Niño y le susurras: “Mira, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres..., Señor mío y Dios mío...”
(ALANDAR Diciembre 2021)