Rarezas y misterios
Esta joya literaria activa inmediatamente en mi cabeza otros caminos que también a mí me rebasan, por ej.: el camino desde Australia para tirarse tomates en Buñol, el camino a Borja para ver el Ecce Homo, el camino a comprar vaqueros de marca con agujeros.
También queda fuera de mi alcance entender el impacto estético que se consigue llevando una mariposa tatuada en el cogote o el refuerzo identitario que seguramente experimenta quien se perfora la lengua con un piercing. Pero esas son bagatelas en comparación con este otro misterio inexplicable: la pasmosa divergencia de opinión en torno a la duración de una homilía, según provenga de los fieles sentados en los bancos o de quienes las pronuncian.
El sentir del primer grupo es casi unánime: en general nos parecen largas. Y nos atrevemos a decirlo en alto, envalentonados (empoderados se dice ahora) al saber que tenemos al Papa de nuestra parte:
“La homilía- dice en la Evangelii Gaudium- es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase. (…) Si la homilía se prolongara demasiado, afectaría dos características de la celebración litúrgica: la armonía entre sus partes y el ritmo” (nº 138). El subrayado es mío y el total acuerdo también, excepto en el empleo del subjuntivo: no estamos ante una lejana e hipotética posibilidad de que se prolongue una homilía, sino ante un indicativo puro, duro y constatable: salvo excepciones que la “bancada” comenta elogiosamente a la salida, las homilías tienden a ser más largas de lo aconsejado por el Magisterio.
Un ejemplo reciente: los organizadores de un encuentro numeroso de educadores católicos, piden al obispo que va a presidir la Eucaristía que, por favor, no se alargue mucho porque los autobuses esperan a una hora determinada a los que tienen que viajar; el obispo accede amablemente pero, al comenzar, se disculpa por tener que hacer una homilía breve. Y aquí aparece la anómala desviación perceptiva: la brevedad homilética que unos lamentan, es motivo de agradecido alivio para sus destinatarios.
Se me ocurre como solución salomónica un intercambio de posiciones: un grupo de homiletizados, elegidos por sorteo, haríamos la experiencia de preparar algunas homilías buenas y breves: seguramente nos serviría para darnos cuenta de lo difícil que resulta. Por su parte, los miembros del grupo de homiletizadores, se sentarían a lo largo de varios domingos junto a nosotros y escucharían las homilías de sus colegas.
Y después volveríamos a opinar.