Viernes negro
En un reportaje paralelo, un señor con aire de mandar mucho explica lo que sucede cada vez que hacemos click para comprar algo en su empresa: el centro de distribución que dirige es un hangar inmenso donde se almacenan los productos y se distribuyen los pedidos.
Hay 800 empleados yendo y viniendo afanosos como en un hormiguero, moviéndose entre estanterías y cintas transportadoras llenas de paquetes. De vez en cuando se van abriendo compuertas laterales y algunos paquetes son engullidos por rampas donde los esperan otros empleados con lápices lectores que los controlan, marcan, registran, revisan y etiquetan.
“Las pasadas Navidades –se nos informa-, se utilizaron más de 24.000 metros de papel de regalo reciclado, el equivalente a envolver dos veces el paseo de la Castellana”.
Para desconectar de semejante agobio, cojo una revista y encuentro esta noticia: hay algunas poblaciones en Paquistán en las que casi todos sus habitantes tienen solo un riñón porque el otro se lo han vendido a una organización de tráfico de órganos.
En este final del Viernes Negro tomo tres decisiones: considerar artrítico el índice de mi mano derecha imposibilitándolo para cualquier click de pedidos; declarar una cuarentena de ayuno y abstinencia en lo que se refiere a compraventas y anular mi anterior propósito de sustituir un jersey viejo por otro nuevo.
Lo malo es que voy a quebrantar la cuarentena yendo a una mercería a comprar unas coderas.