La sombra de Pedro
¿Pueden curar nuestras sombras?
“Sacaban los enfermos a las plazas y los ponían en camillas y parihuelas, para que, al pasar Pedro, al menos su sombra tocara a alguno de ellos (…) y todos se curaban” (He 5, 15). El detalle es sorprendente y descoloca nuestra mentalidad que asocia de manera inmediata lo benéfico y lo positivo con lo luminoso, lo puro y lo radiante. Aquí se afirma justamente lo contrario: era la sombra de Pedro (¿sus aspectos oscuros?, ¿sus limitaciones?, ¿sus negaciones…?) la que tenía un efecto sanante.
Qué bien nos viene leer este texto en estos momentos en los que nos sentimos maltrechos por todas esas historias sombrías que están emergiendo de fondos oscuros de la realidad eclesial y que han puesto al descubierto tantos desequilibrios afectivos, tantas heridas provocadas, tantos hábitos malsanos de poder.
Supone un acto de fe muy profundo aceptar que el Viviente no se detiene ante los umbrales de los ámbitos infernales y que la energía de su resurrección puede hacerse presente también en la sombra de Pedro.
Cómo no confesar el efecto curativo que puede tener reconocer fallos, pedir perdón por los errores cometidos, acercarse con humildad a las víctimas, llamar por su verdadero nombre los hábitos cobardes de la ocultación. Cómo no celebrar, aunque resulte costoso, haber sido despojados de los falsos apoyos que ofrecen el prestigio y la prepotencia. Cómo no acoger con agradecimiento la ocasión de mostrar un nuevo rostro eclesial, menos impositivo y severo y que refleje mejor la compasión que brota de las heridas del Resucitado.
21 RS , Mayo 2019