Vivimos acontecimientos en los que resulta difícil guardar silencio. Demasiada hipocresía en este mundo donde todo se compone de falsas promesas que no llevan a ningún sitio, y quienes más lo están sufriendo, como suele ser normal, son los que menos tienen.
¡Por favor, no nos acostumbremos a las malas noticias y pasemos de largo!
Hay demasiados hermanos que parece que sólo han nacido para sufrir, a ellos nunca se les concede la palabra, nunca tienen voz, es como si no existiesen…
Lo que está pasando con las vallas no tiene palabras. Los gobiernos de aquí y de allí se dedican hablar frente a una buena mesa llena de comida y chimenea donde no les falta de nada y cuyo tema de conversación es cómo subir más la valla, cómo hacer más zanjas etc, etc y mientras eso sucede, no cesan de llegarnos imágenes escalofriantes de cientos de personas jugándose la vida por un trozo de pan como si fueran auténticos animales, ¡qué vergüenza!
Está claro que quien más tiene, más puede, siempre ha sido así y eso nunca cambiará. Si no tienes dinero, no tienes derechos, porque en Europa los derechos se compran o te quedas colgado en una alambrada entre cuchillas buscando unos derechos que su país les deniega como es poder comer.
Nuestros derechos, también en España, empiezan a quedarse al borde del camino, el problema es que siempre empieza por los que menos tienen.