Nuestro Desierto
Hoy quiero referirme al desierto interior de cada ser humano, que lo tenemos, sin duda, aunque no seamos conscientes.
Cada persona tiene su propio desierto y solo él o ella tienen que atravesarlo a lo largo de su vida hasta llegar a la “tierra prometida”. Posiblemente no sea un recorrido fácil, estará lleno de espejismos, inquietudes, sufrimientos etc., etc., pero el camino merecerá la pena cuando hayamos sido capaces de alcanzar el oasis, la luz….
Una persona, no hace mucho, en su lecho de muerte me decía con una gran sonrisa: “nosotros vamos en una barca en la que cuando partes y te despiden en el puerto, todos se quedan llorando, pero cuando llegamos a la otra orilla, te reciben con un gran abrazo y alegría”… Pues así es nuestra vida, así somos nosotros. A lo largo de ella nos encontramos todo tipo de desiertos que tenemos que saber cruzar. Con nuestra pareja, por ejemplo, con la que con el paso del tiempo, conoces la monotonía y si no existe una creatividad y aceptación, permaneces en el desierto de la desolación.
El desierto del Espíritu. De ese también sabe Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz, cuando habla de la noche del Espíritu, tan dura, pasando de la aridez al paraíso.
Otro de los desiertos puede ser el de nuestra fe, algo que parece que hoy no necesitamos, porque se “vive mejor sin ella”. A nuestro aire… Muchos piensan: “mejor no tener conciencia”, porque todos los que han dejado el país como lo tenemos dicen: “Yo tengo la conciencia muy tranquila”… y en ese tira y afloja nos encontramos…
Seguro que tu también tienes tu propio desierto, el problema es que no nos paramos, no nos permitimos ese desafío, nos cuesta permitir la irrupción del espíritu por si surge alguna flor en medio de la desolación y ¿entonces qué? Nos rompería los esquemas, ¿verdad? ¿Y qué sucedería?...