Mi vida de cura y la villa 1-11-14
| Eduardo de la Serna
Mi vida de cura y la villa 1-11-14
Eduardo de la Serna
No me interesa hablar de mí, sino de “mis hermanos villeros”, aunque en este caso no sea con nombres y rostros. Pero no puedo dejar de reconocer cuánto influyó, en que yo sea el cura que soy, la villa “del Bajo Flores”, como la llamamos.
Antes de entrar al seminario yo había colaborado con Carlos Mugica en “la 31”. Nada importante, iba martes y jueves al apoyo escolar. Fue, más o menos, un año y medio (71 y 72, estando yo en 4to y 5to año del colegio secundario). Con frecuencia, además, iba a la villa los domingos a misa (allí conocí = vi de cerca, a Alberto Carbone, recién salido de la cárcel, y acompañado, en esa ocasión por Macuca Llorens). En el 74 entré al seminario. Con Carlos hablé unas 3 veces en ese entonces, incluso unas pocas semanas antes de su asesinato. Recuerdo como un dolor inmenso su crimen, al que en lo personal tengo que sumar que a los del año introductorio del Seminario no nos permitieron ir a su velatorio el lunes, en la villa. Los pobres, desde ese entonces, fueron el lugar desde el que quise siempre mirar mi servicio como cura.
Ya ordenado (81) los destinos a los que me enviaban los obispos eran cada vez más angustiantes. Del diaconado en barrio militar (81), tres años en Boedo, con un cura ausente, un año en Devoto y otro en Flores… mi entusiasmo por ser cura se iba apagando. No sé si la intención era domesticarme o directamente que me fuera. Fue por eso que en el 86 pedí venir a Quilmes, donde sigo hasta hoy, y donde ser cura me llena de alegría. Pero este es otro tema.
No recuerdo cómo ni por qué, pero en ese entonces me invitaron a participar los lunes por la mañana a las reuniones que se hacían en “el Bajo Flores”, reuniones de reflexión, de debates o de descanso. Alguna vez invitamos a alguien a que nos dé una mirada, y otras discutíamos entre nosotros la Iglesia, el País, la política… ¡la vida! Creo que las reuniones en la villa me permitieron sobrevivir el ministerio de cura en una situación pastoral que se me hacía insufrible. Obviamente recuerdo nombres de los curas, ¡muchos! aunque Rodolfo “Richar” Ricciardelli y Jorge Vernazza eran los anfitriones. De hecho, cuando vine a Quilmes (marzo del 87) seguí participando un buen tiempo, aunque ya mi situación eclesial era otra (recuerdo que un obispo auxiliar de Buenos Aires me preguntó cómo estaba y le dije: “Bien, porque antes era funcionario eclesiástico y ahora soy cura”). También recuerdo que en julio del 87 cuando fue el robo de las manos de Perón y la CGT organizó una misa de desagravio, que se hizo en la intersección de la 9 de Julio y Belgrano, que yo fui a la reunión con mi bombo y me dice Richar “- estábamos discutiendo si vamos o no vamos a la misa… Creo que tu opinión está clara”.
Como digo, no puedo hablar de “la villa” ni de “los villeros” del Bajo Flores. Otros lo pueden hacer con mucha autoridad. Eran épocas en las que nacía el que más tarde se llamó “grupo de curas en opción por los pobres” (86). El arzobispo de Buenos Aires todavía era el cardenal Aramburu. No existían los que, mucho más tarde, se llamarían los “curas villeros”, aunque sí existían curas en las villas (desde la época en la que además de Carlos, Rodolfo y Jorge, habría que sumar a Daniel de la Sierra, Jorge Goñi [ambos se fueron con “sus villas” a Quilmes cuando fueron desalojados por la Dictadura], Hector Botán y varios más). Después vino una oleada de curas que quisieron seguir sus pasos (fue en tiempos del cardenal Quarraccino). Y más tarde hubo una tercera oleada, ya en tiempos del cardenal Bergoglio, en la que sí nacen los llamados “curas villeros”, pero me parece entender que con criterios pastorales y eclesiales muy diferentes a los de los dos grupos anteriores (de hecho, creo que no queda casi ninguno de los de la “segunda oleada” en el actual grupo). Sin duda algo caminé la villa con Richar o con alguno, pero no demasiado. Pero sí escuché, aprendí, miré, gusté de Rodolfo y Jorge, y después de Ernesto, por ejemplo. La 1-11-14, la Villa del Bajo Flores fue mi refugio, un lugar donde en tiempos, para mí muy difíciles eclesialmente, pude respirar, pude vivir.
Obvio que la Villa ya no es lo que era. Rodolfo está enterrado en la Iglesia de “Santa María Madre del Pueblo” (obviamente estuve en su entierro… ya no estaba en el Seminario prohibitivo). Hoy hay otros curas y experiencias. Pero es tanto el cariño y el recuerdo por la villa que no puedo más que detestar los comentarios despectivos, las miradas torvas y las palabras repugnantes de un candidato. Gracias Rodolfo, gracias Bajo Flores por enseñarme a ser cura.
Foto actual de la “Villa 31” tomada de https://www.flickr.com/photos/28890724@N03/8359718184