Comentario a las lecturas bíblicas del domingo 30º B En medio de las sombras de la cruz, un mendigo se pone en camino

Israel está cautivo, pocos han sobrevivido, pero Dios les asegura que se ocupa de ellos haciéndoles llegar la salvación, y una salvación que es para todos, inclusiva, no solo para los fuertes de la asamblea.

La carta a los Hebreos empieza a preparar el terreno y dar un paso más en su afirmación teológica de que Jesús es sacerdote. Para ello mira los elementos del sacerdocio antiguo que le son útiles para aplicarlos luego a Cristo.

Jesús está llegando a Jerusalén en un clima de incomprensión por parte de los suyos. Un mendigo ciego grita pidiendo “compasión”, en este caso, recuperar la vista. Pero súbitamente, al recuperarla Marcos nos presenta al ciego como modelo de discípulo, justo cuando se aproxima el momento dramático del ministerio de Jesús y el escándalo de su soledad.

En medio de las sombras de la cruz 

un mendigo se pone en camino

DOMINGO TRIGÉSIMO - "B"
Eduardo de la Serna

Lectura del libro del profeta Jeremías     31, 7-9


Resumen: Israel está cautivo, pocos han sobrevivido, pero Dios les asegura que se ocupa de ellos haciéndoles llegar la salvación, y una salvación que es para todos, inclusiva, no solo para los fuertes de la asamblea.

Jeremías canta e invita a cantar la alegría por el regreso de los desterrados. Es un canto de alegría por “Jacob”, el primero (lit. “la cabeza”, rosh) de los pueblos (cf. Is 12,6; 40,9-10; 44,23; 55,11; Sal 47,2.9-10; 68,33-36). Con tres verbos insiste: háganlo oír, alaben, digan la obra de Dios por los suyos: la salvación.

El pueblo, oprimido en el exilio escucha el anuncio de su regreso, la situación de angustia y muerte se transforma en vida y salvación, Dios ha socorrido a “su pueblo” (’am), a los sobrevivientes (“el resto”, sa’ryt). Al decir el “resto” se trata, en un primer momento, de los sobrevivientes de una batalla (cf. Gen 45,7; 2 Re 19,4.30-31; 1 Cro 4,43; 2 Cro 36,20…) pero – especialmente luego del exilio – es imagen del pueblo de Dios desterrado al cual Dios reúne (Jer 23,3; 42,2; Ez 9,8; 11,13; Am 5,15; Mi 2,12; 4,7; 5,6-7; Sof 2,9; Ag 1,12.14; Zac 8,11-12). El “resto”, salvado por Dios es visto como el pequeño grupo que permanece fiel a Dios y sus caminos. Pablo, al plantear en Romanos la respuesta de Israel frente a Jesús (Rom 9-11) utiliza la imagen del “resto” citando Is 10,22-23 para aludir a aquellos pocos israelitas que reconocieron a Jesús como mesías (Rom 9,27; 11,5).

Este “resto” será “reunido” por Dios de todas las regiones donde está “disperso”. Y los convocados no son solamente los varones fuertes o aptos para la batalla sino también los incapacitados (ciegos y lisiados), impuros para participar del culto (Lev 21,18; 2 Sam 5,8 cf. Dt 15,21; Mal 1,8) y también para las mujeres en situación de debilidad (embarazadas y parturientas). A eso el autor lo llamará “gran asamblea” (qahal gadol; la Biblia griega lo traduce “mucha multitud”). La asamblea de Dios resulta inclusiva, lo que refuerza el grito de alegría.

El contraste entre el pasado y el presente queda expresado en las lágrimas de ayer y el consuelo de hoy manifestado en el camino llano y las corrientes de agua (esto recuerda el anuncio del Deutero Isaías del regreso del exilio, cf. Is 40,3-4;  es posible que alguno haya influido en el otro sin que sea fácil precisar cuál).

Cuando Jeremías profetiza, el reino norte (Israel, “Efraín”; “primogénito”) hacía tiempo que estaba destruido. Asiria (“el norte”) había llevado exiliados a gran parte del pueblo, pocos (“un resto”; cf. Is 43,5-6) habían sobrevivido a un pueblo tan sanguinario. Pero como un nuevo éxodo (camino llano, agua) el Dios de la alianza se presenta como un “padre” (cf. Ex 4,22; Dt 32,6) que se ocupa de su hijo primogénito salvándolo.




Lectura de la carta a los Hebreos     5, 1-6

Resumen: la carta a los Hebreos empieza a preparar el terreno y dar un paso más en su afirmación teológica de que Jesús es sacerdote. Para ello mira los elementos del sacerdocio antiguo que le son útiles para aplicarlos luego a Cristo.

La carta a los Hebreos había mostrado la novedad sacerdotal de Cristo: es creíble (destacado la semana pasada) y compasivo, misericordioso, lo que destacará la lectura de hoy. Pero el texto, para poder afirmar esto (sabiendo que Jesús era laico, no sacerdote) presenta unos elementos característicos del sacerdocio antiguo que le sirven para relacionarlos con Cristo. Dentro de las muchas cosas que podría destacar del sacerdocio antiguo destaca sólo aquellas (5,1-4) que le sirven para mostrar la debilidad (“los pecados”) omitiendo otras (como rituales, baños, vestidos, pertenecer a la tribu de Leví, unciones, sacrificios…). Como el sacerdote debía ofrecer un sacrificio por sus propios pecados (Lev 9,7-8; 16,6) antes de ofrecerlo por los pecados del pueblo (9,15; 16,15) queda de manifiesto su propia debilidad. Pero además, el sacerdocio no se trata de una “carrera” o un “escalafón” sino de algo que sólo Dios puede conferir y es un camino que está cerrado a los ambiciosos (cf. Núm 16). Es decir, el autor toma los elementos del sacerdocio antiguo que le sirven para aludir a la semejanza de todo esto con Cristo al que pretende mostrar como sacerdote también él.

A partir del v.5 comienza a hablar del sacerdocio de Cristo empezando por la humildad: Cristo “no se glorificó a sí mismo” sino que es Dios el que lo ha nombrado Sumo Sacerdote. Pero este sacerdocio, y aquí solamente lo introduce ya que lo desarrollará más adelante (cap. 7), es sacerdocio de un modo nuevo, “al modo de Melquisedec”. La referencia a Melquisedec la recibe del Salmo 110,4 donde había encontrado (v.1) un punto de partida propio de la cristología tradicional (“siéntate a mi derecha”, Heb 1,13). De hecho, para dar el salto teológico de presentar una cristología sacerdotal, antes el autor consideró necesario partir de la cristología tradicional (Sal 2; 110), como se repite aquí: Jesús es “Hijo” (v.5; cf  Heb 1,5; Sal 2,7) y está sentado a la derecha de Dios.




Evangelio según san Marcos     10, 46-52

Resumen: Jesús está llegando a Jerusalén en un clima de incomprensión por parte de los suyos. Un mendigo ciego grita pidiendo “compasión”, en este caso, recuperar la vista. Pero súbitamente, al recuperarla Marcos nos presenta al ciego como modelo de discípulo, justo cuando se aproxima el momento dramático del ministerio de Jesús y el escándalo de su soledad.

La unidad conformada por los tres anuncios de la pasión con sus correspondientes malentendidos y enseñanzas de Jesús llega a su fin. Jesús está llegando a Jerusalén y previamente pasa por Jericó (menos de 30 kms). Al salir de la ciudad con los discípulos y una multitud considerable, en el camino encuentran un mendigo. Para la sociedad antigua el mendigo está más bajo que el esclavo en la escala social ya que al menos, este tiene el sustento asegurado. Mendigar es la última posibilidad que tiene en cuenta como solución el administrador deshonesto (Lc 16,3), y eso lo avergüenza. En este caso, se trata de un ciego (término preferido por Mateo, 17x) que lo que hace es “mendigar” (Lc 18,35), “pedir limosna” (eleêmosynê, término preferido de Lucas-Hechos, 12x).

Sin embargo, al escuchar que el que pasaba era “Jesús el Nazareno”, “se puso a gritar y decía”, pedía “compasión” (eleêson). La raíz verbal es la misma ya que la “limosna” se entiende como  un acto de compasión. Pero no es dinero lo que en este caso el mendigo pide como se dirá enseguida (“¿qué quieres que te haga?”). El ciego lo llama dos veces “hijo de David”, algo que Jesús no parece ver con buen agrado, al menos cuando está puesto en boca de los escribas (12,35-37).



Jesús, que está “en camino” (a Jerusalén, queda dicho) se detiene ante el ciego que está junto al camino”. Y lo “llama” (notar que el verbo “llamar”, fôneô se repite tres veces en el mismo versículo), se trata de “pronunciar / emitir un sonido” y puede ser desde un susurro (Sal 115,7; Is 29,4) a un grito (Dn 4,14; 5,7; Mc 1,26), el canto de un ave (Sof 2,14; el canto del gallo, Mc 14,30), de un instrumento musical (1 Cr 15,16; 1 Mac 9,12; Am 3,6) o una consulta (Is 8,19; 19,3) o invitación (Lc 14,12).



La reacción del ciego es súbita: arroja el manto. El verbo arrojar (apobállô) no es muy frecuente (5x en LXX y 2x en NT), e indica desprenderse (cf. Tob 11,8), dejar caer (cf. Is 1,30). Ex 22,25-26 afirma claramente que el manto (himatíon) es lo único que el pobre tiene y Dios se ocupa de él porque es “compasivo” (eleêmôn). A lo ya señalado agrega que dio un salto (anapêdêsas, única vez en el NT, 6x [o 7] en LXX) y fue hacia Jesús. Allí él le pregunta al ciego: ¿qué quieres tú que haga? ¿Cuál es la “compasión” que pretende?

Con un nuevo título dirigido a Jesús (rabbouní) le pide la vista. Literalmente “rabb” es “fuerte”, por lo que rabbí es “mi fuerte” y rabbouní es un aumentativo, “mi fortísimo” en el sentido de “mi maestro”. Lo que el ciego pretende es “ver” (anablepsô). La frase “tu fe te ha salvado” es repetida en los evangelios en diferentes contextos: una mujer con hemorragias (Mc 5,34), una pecadora en la ciudad (Lc 7,50), un samaritano con lepra (Lc 17,19), un mendigo ciego… siempre se dirige a personas marginales. Obviamente la palabra “salvación” significa diferentes cosas según el destinatario: curación o perdón, por ejemplo. Como ocurre en muchos otros casos luego de obrado el milagro Jesús dice al beneficiario que se vaya: “vete” (cf. 1,44; 2,11; 5,19.34; 7,29), sin embargo, el relato concluye de otro modo: por una parte que “al instante” / entonces (euthús; término preferido de Marcos: 6x en Mt, 3x en Lc, 3x en Jn y ¡42x en Mc!) recobra la vista (anablépsen). Pero en lugar de irse, el que había sido ciego “lo seguía (akoloutheô) por el camino” (hodós). En 10,32 Marcos había dicho que iban “de camino” a Jerusalén, y “los que lo seguían” tenían miedo. En Lc 9,57 Jesús va en camino (a Jerusalén, 9,51) y uno de entre la gente le afirma que lo “seguirá”. “Seguir” es ciertamente un verbo propio del discipulado (x25 en Mt; x18 en Mc; x17 en Lc; x19 en Jn): ver 1,18; 2,14; 6,1; 8,34; 9,38; 10,21.28; 15,41. Es de notar que la unidad empieza con la palabra "camino", pero el ciego está sentado junto al camino, y finaliza con la misma palabra, pero el ex-ciego se pone en camino detrás de Jesús.



El contexto y algunos elementos del relato invitan a descubrir que no estamos ante un mero relato de milagro. Éste ciertamente existe, pero una serie de aspectos invitan a ver algo más. Marcos había presentado otra curación de ciego (8,22-26) pero que en un primer intento no parece exitosa: “veo los hombres como árboles que caminan”, (v.24) lo cual es propio del marco de incredulidad que rodea la unidad. Pero ahora Jesús ha explicado, ante los malos entendidos de los que lo siguen, cuál es el verdadero camino del discipulado (“el que quiera”, 8,35; 9,35; 10,44). Llegando a Jerusalén, donde Jesús ha anunciado su muerte, el relato nos presenta a uno que ve el camino en el que antes estaba detenido, y al “ver” a Jesús (cf. 4,12; 8,18) deja todo lo (poco / casi nada) que tiene (el manto; cf. 1 Re 19,19) y lo sigue. Justo llegando a Jerusalén, en un marco donde los más cercanos a Jesús (Pedro, Santiago y Juan y los Doce) no lo comprenden, Marcos nos presenta un modelo de discípulo (quizás por eso la insistencia en su nombre).
Foto tomada de www.rie.cl
Volver arriba