Ojalá la Iglesia elija despertar de la pesadilla del temor y vuelva a abrir las ventanas Escasa esperanza ante el Sínodo: "Los papados anteriores provocaron generaciones fascinadas con el invierno"
Los sínodos son importantes en la Iglesia, pero solamente si hay una actitud sinodal. Si no, son bronce que resuena o campana que retiñe. Y hay demasiados jerarcas fascinados con el invierno.
No abrigo esperanzas en Roma para que haya una verdadera actitud de escucha, y el Instrumentum Laboris no hace sino confirmar mi falta de ilusiones.
Si bien es cierto que en ocasiones el Espíritu toma las riendas, el miedo paraliza y congela todo. La escucha de los signos de los tiempos, de los clamores del pueblo o las voces de los profetas no parece que haya disposición a la escucha. Extinguir el Espíritu y despreciar la profecía suele ser clara actitud invernal.
Ojalá el Espíritu de Dios nos dé una buena sorpresa, ojalá la Iglesia elija despertar de la pesadilla del temor y vuelva a abrir las ventanas a un mundo para el cual, dolorosamente, la Santa Institución es cada vez más irrelevante.
Si bien es cierto que en ocasiones el Espíritu toma las riendas, el miedo paraliza y congela todo. La escucha de los signos de los tiempos, de los clamores del pueblo o las voces de los profetas no parece que haya disposición a la escucha. Extinguir el Espíritu y despreciar la profecía suele ser clara actitud invernal.
Ojalá el Espíritu de Dios nos dé una buena sorpresa, ojalá la Iglesia elija despertar de la pesadilla del temor y vuelva a abrir las ventanas a un mundo para el cual, dolorosamente, la Santa Institución es cada vez más irrelevante.
Para evitar malos entendidos, antes de entrar en tema, quiero dejar claros una serie de criterios o pre-juicios personales.
No soy particularmente papista. Y no me refiero a Francisco, sino al Papa, al Papado. Respeto al Papa/do, creo que es el que preside la comunión y la caridad, pero no es el “jefe” de la Iglesia ni cosas por el estilo (por eso, y lo he dicho varias veces, no me alegran los viajes del Papa, salvo cuando se trata de cosas internacionales). Y por eso no entiendo cuando hablan de la “primavera” de Francisco. El Papa no es la Iglesia, y creo que el invierno – gélido en ocasiones – impulsado por Juan Pablo II y continuado por Benito XVI demoraría muchos años, décadas, en templarse, si “la Iglesia” (no el Papa) así lo quisiera. Pero hay demasiados “osos polares” por doquier.
Creo firmemente que los sínodos son expresión de una iglesia en camino, en escucha, y decidida a dejarse conducir por el único “jefe”, que es el Espíritu Santo. Pero, y es evidente, un sínodo sin “actitud sinodal” no es sino “bronce que resuena o campana que retiñe” (como también lo es el Evangelio, o el Concilio, obviamente, para ese tipo de actitudes). Hace muchos años, en tiempos de los glaciares, recuerdo haber escuchado a un obispo que había ido a un sínodo comentar: “¿para qué nos convocan si está todo cocinado?”
Suponiendo la mejor intención y la firme decisión papal de escuchar, nada de eso ocurrirá si en “la Iglesia” no hay una firme actitud sinodal; “el” Papa no es “la” Iglesia, evidentemente. Y, lamentablemente, creo, además, que los papados anteriores provocaron generaciones fascinadas con el invierno. Es decir, no solamente que se sienten a gusto en el frío, sino que también condenan inquisitorialmente cualquier – aunque mínimo – aumento de la temperatura.
Precisamente, notando el clima invernal que nos abarca, no me he manifestado entusiasta ante el sínodo. Un sínodo sobre la sinodalidad sería importante y necesario si hubiera una firme decisión y entusiasmo que se proponga escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias, pero ante tantos jerarcas que se autoperciben dueños y garantes de una única eclesialidad mis dudas se afirman. Ya he señalado, en otra ocasión, que, si congelaron un Concilio, mucho más fácil les resultará poner a hibernar un sínodo. Y, todo esto, lo repito, suponiendo la mejor buena intención romana, algo que me cuesta suponer.
Es sabido que cuando el profeta Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II, rápidamente la maquinaria curial puso a producir documentos propios de Lampedusa y el gatopardismo. Pero en la Iglesia de aquellos tiempos había decenas de movimientos vitales, como los movimientos bíblico, teológico, patrístico, litúrgico, y, paralelamente, el ecuménico, lo cual provocó una intensa modificación de los esquemas vaticanos en los que “todo estaba cocinado”. Pero, es evidente que el Espíritu Santo y su permanente novedad resultaba demasiado incómodo, y entonces surgió el miedo. El miedo que paraliza, que “nos dejó helados”. Es sabido que el frío conserva mejor, así que nada mejor que congelar todo.
Con motivo del próximo sínodo, como es habitual, se publicó un instrumento de trabajo (Instrumentum laboris), y, leyéndolo, no pudimos menos que recordar los esquemas curiales preconciliares. Y, si bien es cierto que en ocasiones el Espíritu Santo toma las riendas del yack y entre patinadas en el hielo conduce la Iglesia a regiones templadas, no son pocas las ocasiones (¡y tantas en los años recientes!) en las que los signos de los tiempos, los clamores del pueblo, y las ligeras insinuaciones de los escasos o silenciados profetas de nuestra era son tapadas por documentos o fogatas inquisitoriales que simulan calores incinerando a las Margaritas Porette o Juanas de Arco de nuestros días. O simplemente las silencian… o las ignoran.
¿Será capaz la Iglesia de hoy de asumir una auténtica actitud sinodal? ¿Será capaz de escuchar al Espíritu? ¿Será capaz de dejar el Instrumentum Laboris en un cajón y ponerse a trabajar en serio en el camino en común? Mientras tanto, con métodos insustanciales que creen que escuchan o dialogan con el Espíritu, sin juzgar, y menos actuar que acompañe a un ver sin profetismo, y en el invierno del miedo no se nos invita a tener casi ninguna esperanza.
Ojalá el Espíritu de Dios nos dé una buena sorpresa, ojalá la Iglesia elija despertar de la pesadilla del temor y vuelva a abrir las ventanas a un mundo para el cual, dolorosamente, la Santa Institución es cada vez más irrelevante. Ojalá… A fin y al cabo a lo largo de los milenios el Espíritu supo hacerse escuchar, aunque en los tiempos actuales muchos no tengamos ilusiones.
Etiquetas