Un santo para cada día: 25 de junio S. Adalberto (Patrón de Bohemia, Polonia, Hungría y Prusia. )
La gente de nuestro tiempo trata de ocultarla cuidadosamente para que no pueda perturbar el goce del momento presente, pero por mucho que nos empeñemos, la muerte está ahí, a la vuelta de la esquina, como bien ha quedado de manifiesto con la pandemia del coronavirus
Al comienzo de la andadura por esta vida lo más frecuente es que la gente viva absorbida por las preocupaciones del presente y luche por vivir lo mejor posible sin que le falte de nada, sin acordase siquiera de ese final en que todo acaba, porque lo vemos tan lejano que nos parece que nunca va a llegar para nosotros; solo cuando hemos cumplido muchas primaveras cambiamos nuestro punto de vista; los asuntos del más acá dejan de interesarnos y comienza a preocuparnos los del más allá. Sucede, no obstante, que la vida nos coloca a veces en situaciones límites o dramáticas, que nos muestran de repente la fugacidad de la existencia y entonces abrimos los ojos y nos damos cuenta de que el poco tiempo de que disponemos es necesario administrarlo bien. Exactamente lo que sucedió con Adalberto quien, siendo todavía joven, presenció la muerte de Dithmaro arzobispo de Praga; este hombre que había llevado una vida mundanizada, veía ahora como el minutero de su reloj estaba a punto de parase y desconsolado se lamenta de haber echado sus días al cubo de la basura, malgastándolos en placeres y vanidades, que solo habían dejado en el alma un poso de amargura. Adalberto no pudo olvidar la escena y la tendría presente toda su vida. Le había dejado marcado para siempre y no volvería nunca a sonreir.
Adalberto había nacido hacia el año 956 en Libice (Bohemia), perteneciente a una familia checa preminente, fue bautizado con el nombre de Vojtech. Pudo sobrevivir a una grave enfermedad que le tuvo al borde de la muerte y que significó un serio aviso para él, enseñándole que hay que estar preparado porque en cualquier momento Dios pude llamarnos, esto unido a la escena anteriormente relatada, da razón de por qué vivió triste y un tanto horrorizado ante el pensamiento de la muerte.
Estudió durante doce años en Magdeburgo, bajo la tutela del arzobispo Adalberto, de quien tomaría el nombre al recibir el sacramento de la Confirmación,como recuerdo de su preceptor, muerto el cual se trasladó a Praga, donde fue ordenado sacerdote por el arzobispo Dithmaro. A finales del siglo X le vemos en Hungría realizando una brillante acción pastoral, después que el príncipe húngaro Geza abriera las puertas de su reino para que pudieran evangelizar allí los misioneros cristianos. En el año 993 este mismo Príncipe pediría el bautismo a Adalberto para él y para su hijo Vajk. A partir de entonces Geza, al igual que su hijo Vajk, cambiarían de nombre y pasarían a llamarse ambos Esteban. Su instrucción cristiana correría a cargo de Adalberto, quien el 996 se lleva consigo a su discípulo Anastasio y juntos trabajarían con éxito en la labor evangelizadora del Principado de Hungría. Tantos esfuerzos serían recompensados al dedicarle la primera basílica construida en la ciudad húngara de Estrigonia. Cuando Adalberto tuvo que ausentarse de estas tierras, Anastasio se haría cargo de la labor emprendida.
A la muerte del arzobispo Dithmaro. Adalberto fue designado para cubrir la sede de Praga que había quedado vacante. Durante seis años trabajó denodadamente, rezó, ayunó, hizo penitencia, para que el rebaño a él encomendado se convirtiera, pero los resultados fueron tan exiguos que desalentado llegó a Roma a pedir su dimisión al papa Juan XV, quien aceptó su renuncia, lo que Adalberto aprovechó para retirarse a vivir entre los monjes con los que durante cinco años compartiría con ellos su vida ayudando a la comunidad en los humildes menesteres, ofreciendo su abnegada vida por la conversión de Praga, pero la realidad era que Praga iba de mal en peor, por lo que el papa después de esos cinco años de retiro, le pidió que volviera.
Adalberto regresó a Praga acompañado de unos monjes benedictinos, pero ni por esas, la escena volvió a repetirse, teniendo nuevamente que buscar refugio en su convento de benedictinos. Lo intentaría una vez más, hasta que comprendió que era un pueblo de dura cerviz, por lo que encaminó sus pasos hacia Prusia, a ver si allí la semilla pudiera dar los mismos frutos obtenidos por el rey de Hungría con los polacos paganos. Una vez en Prusia la cosa no fue mal, adaptándose a su forma de vida al fin consiguió atraerlos en parte, pero la situación llegó a hacerse tensa, tanto que los paganos, que se resistían a sus enseñanzas, le persiguieron hasta darle alcance y ser atravesado por una lanza cuando corría el año 997 y él, que nunca había sonreído, ahora lo hacía con el gozo de saber que había cumplido fielmente con su misión. Según la leyenda, el duque Boleslao I quiso hacerse con su cuerpo pagando su peso en oro, trasportándolo a una sepultura en Gnienzo, que sería visitada por Otón III entre otros muchos peregrinos.
Reflexión desde el contexto actual:
Nunca como ahora se ha pensado tan poco en la muerte. La gente de nuestro tiempo trata de ocultarla cuidadosamente para que no pueda perturbar el goce del momento presente, pero por mucho que nos empeñemos, la muerte está ahí, a la vuelta de la esquina, como bien ha quedado de manifiesto con la pandemia del coronavirus. No nos engañemos, la muerte forma parte de la vida, tal como Adalberto viene hoy a recordarnos. No quiere ello decir que hayamos de vivir obsesionados con la muerte, de ninguna manera, solo que seamos conscientes de que se encuentra en nuestro humano horizonte, por mucho que nos incomode.