Un santo para cada día: 17 de julio S. Alejo. (El Mendigo de Dios que sobrecoge y fascina)
Nuestro protagonista de hoy nos trae el recuerdo del hijo pródigo, aunque en muchos de los aspectos vendría a ser su antípoda
Según el relato que nos ha llegado vía tradición, estaríamos ante un santo singularísimo. Visos de verosimilitud no se le puede negar, lo que no hay es una certeza, pero tampoco la hay para pensar lo contrario. Nuestro protagonista de hoy nos trae el recuerdo del hijo pródigo, aunque en muchos de los aspectos vendría a ser su antípoda. Alejo, siempre según la leyenda, fue hijo de Fufemiano y Aglais, de condición noble, nacido en Roma y que habría de protagonizar acontecimientos que según la sabiduría del mundo serían tildados de locura, pero acaso ¿no es también una locura el que Dios se disfrazara de carne mortal e hiciera su aparición en la tierra en forma de un frágil niño pobre y menesteroso?
La hagiografía de Alejo responde a la de un joven patricio romano con un corazón noble y elevados sentimientos humanos. Un día se encontró con Cristo, se enamoró de Él y ahí comenzó todo. De su boca le pareció escuchar estas palabras: “Todo el que dejare a su padre, a su madre, todas sus posesiones y campos, por amor de mi recibirá el céntuplo y poseerá la vida eterna” motivo fueron estas palabras, en un principio de gran turbación porque era rico, porque era guapo, porque era noble, porque tenía que dejarlo todo. Le costó mucho decidirse, normal, pero al final lo hizo con la inocencia e ingenuidad de un niño que toma las palabras evangélicas al pie de la letra y adquiere el compromiso de ponerlas en práctica con la resolución de un héroe, ahora solo faltaba fijar el día y la hora.
Así fue corriendo el tiempo hasta que llegó el momento de sus desposorios con una joven de su mismo rango y virtuosa como él. La boda se celebró con gran boato en la Iglesia de S. Bonifacio, como correspondía a la condición de los contrayentes, todo era alegría y jolgorio en la ciudad, cuyas calles fueron sembradas de monedas para que los más pobres participaran también del acontecimiento. Al suculento banquete asistió lo más granado de la nobleza romana. Cuando la fiesta había acabado y el personal comenzaba a desfilar, Eufemiano se acerca a su hijo para decirle “Tu esposa te aguarda” Alejo entró en la cámara nupcial y fue entonces cuando se produjo lo inesperado. Había llegado la hora de poner en marcha una trascendental resolución.
Alejo desapareció de la escena, seguramente con la complicidad de su joven esposa y tomó rumbo a Siria hasta llegar a ciudad de Laodicea y posteriormente a Edesa, donde ya sin ningún recurso se vio obligado a vivir de la mendicidad y hete aquí que una mañana estando sentado en el pórtico del templo pidiendo limosna, aparecieron unos peregrinos hablando un latín impecable, en realidad se trataba de unos esclavos y lo que Alejo pudo captar de su conversación fue que andaban buscando al hijo de unos patricios romanos, que el día de su boda había desapareció dejándoles desolados. Los piadosos sentimientos filiales se agolparon en el corazón de Alejo y por su mente pasó la idea de volver a casa para poder estar cerca de sus padres ya entrados en años. Pensado y hecho.
Después de 17 años Alejo emprendía el viaje de regreso lleno de peripecias. Sus ojos volvían a ver las costas occidentales y su corazón se alegraba pensando que pronto podría estar en Roma. Una vez allí se dirigió por la pendiente del monte Aventino al palacio donde vivían sus padres, con la esperanza de que allí pudiera alojarse sin molestar a nadie. A las puertas llegó sin ser reconocido, porque las penurias pasadas le habían deformado el rostro. Alejo, que conocía bien los sentimientos caritativos de su padre, le habló de esta manera “Recíbeme en tu casa para que el Señor bendiga tu vejez y se compadezca de tu hijo perdido”. No hizo falta más. Durante varios años Alejo pudo alojarse en aquel guango debajo de la escalera, que él bien conocía, dando cariño a todos y viendo envejecer a sus padres. Allí rezó, allí vivió austeramente como un anacoreta, comiendo de las sobras que le traían los criados, aguantando todas las humillaciones que fueran menester, con una sonrisa siempre en los labios y echándole paciencia, mucha paciencia. Al exterior solo salía para asistir a la celebración de los cultos litúrgicos y comulgar, así hasta que un día Eufemiano al pasar a visitar al mendigo se lo encontró yerto e inmóvil envuelto en una manta. “¡Está muerto ¡está muerto!” exclamó. Se arrodilló para besarle su mano y en ella encontró un pergamino que comenzaba diciendo: “Señor y padre mío”…El loco de Dios contaba su propia historia y las lágrimas impedían a Eufemiano seguir leyendo el relato de su hijo. Esto se supone que pudo suceder un 17 de julio de 412.
Reflexión desde el contexto actual:
No está mal poseer bienes, siempre y cuando no nos dejemos poseer por ellos, lo cual quiere decir, que se puede ser pobre de espíritu sin necesidad de desprenderse de los bienes materiales, sucede no obstante que alcanzar este ideal cristiano de la pobreza espiritual, resulta más fácil para el que no tiene bienes materiales que para el que está nadando en la abundancia y éste precisamente es el mensaje que Alejo nos envía a través de un testimonio de vida que para los tiempos que corren puede parecer una locura, pero no lo es, porque, incluso al margen de consideraciones religiosas, lo que cuenta al final, es vivir contento con uno mismo y bien pensado, quien más posibilidades tiene de vivir dichosamente es aquel que más capacidad tiene de arreglárselas con menos