Un santo para cada día: 2 de octubre Los Ángeles Custodios. (Solícitos guardaespaldas, que siempre tenemos a nuestro lado)
Por primera vez ya en el siglo XV vemos como en la ciudad de Valencia se comienzan a hacer actos conmemorativos en honor al ángel custodio de la ciudad, pero la celebración propiamente dicha de “los ángeles custodios” es algo que no llega hasta finales del siglo XVII
El calendario litúrgico ha dejado señalada una fecha determinada para honrar la memoria de los ángeles custodios. La celebración de esta festividad es relativamente tardía. Por primera vez ya en el siglo XV vemos como en la ciudad de Valencia se comienzan a hacer actos conmemorativos en honor al ángel custodio de la ciudad, pero la celebración propiamente dicha de “los ángeles custodios” es algo que no llega hasta finales del siglo XVII. En principio esta festividad se venía celebrando el día 1 de marzo, bajo la denominación de “el santo ángel de la guarda”, pero en el año 1973 fue trasladada al día 2 de octubre, siendo papa Pablo VI. Para que vayamos aclarándonos, conviene decir que el tratamiento de “los ángeles custodios” no es cuestión que deba hacerse desde el punto de vista hagiográfico, como si se tratara de un santo cualquiera, sino desde la perspectiva teológica, teniendo en cuenta la doctrina que sobre ellos ha ido acumulando la Iglesia durante siglos.
Se da como sentencia segura en teología, la existencia de estas criaturas espirituales, que contemplan, adoran y alaban a Dios, dispuestos siempre a cumplir sus órdenes. Son inmortales e invisibles, dotados de inteligencia y voluntad en grado superior a las del hombre, superándole en perfección, aunque muy por debajo de la Madre de Dios. Han intervenido y siguen interviniendo en nuestra historia personal y humana, haciendo de mediadores entre Dios y los hombres, desde los tiempos de Adán y Eva. Sus apariciones son constantes en el A. Testamento y en el N. T. precisamente “enviado” es lo que su nombre significa.
Algo sorprendente dentro de la misteriosa historia personal de la salvación de cada uno de los hombres y mujeres es saber que cada uno de los bautizados o no, tienen a su cargo asignado un ángel protector que le cuida y le protege como si fuera un hermano mayor. Su tarea comienza en el instante de la concepción y acaba con el último suspiro. La ayuda que ha de proporcionarnos puede llegar a través de varios conductos diferentes, en forma de una inspiración súbita, haciendo renacer en nuestro interior un sentimiento noble y caritativo que estaba soterrado, propiciando la ocasión para concretar un deseo que veníamos acariciando desde hace tiempo, recibiendo el último empujoncito que necesitábamos antes de tomar una determinación. A veces nos suceden cosas que decimos que son fortuitas, pero que en realidad no los son, porque nada sucede al azar, siempre hay una razón que lo explica todo. Son innumerables los casos de conversiones repentinas, que ni siquiera el propio interesado se explica cómo y por qué pudieron suceder. Hablamos de las cosas que ocurren de forma providencial y sin duda así es, pero tal vez, en todo ello ande de por medio nuestro ángel custodio. Caso notorio y bien documentado, con infinidad de testigos de por medio, fue lo sucedido con el padre Pío, fervoroso devoto del ángel de la guarda, por cuya mediación tuvo lugar el hecho portentoso consistente en que este sacerdote ejemplar, en el ejercicio del sacramento de la penitencia, era capaz de entenderse con todos los que se acercaban al confesionario, aunque hablaran las lenguas más extrañas.
Todos hemos tenido a veces que sacar fuerzas de flaqueza o hacer de tripas corazón sin reparar de que a nuestro lado teníamos un aliado que estaba dispuesto a echarnos una mano y a ser nuestro protector, guía, animador y consolador. Estamos ante algo que sucede cotidianamente en nuestra vida, no es una mera conjetura o suposición, sino una realidad teológica con la que hay que contar. La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en el año 2002, al pronunciarse sobre la piedad popular y liturgia, dejó bien claro que la devoción a los santos ángeles custodios es legítima y buena, por lo que sin duda habrá de ser recomendable en la práctica, como lo es también el culto que se rinde a los santos.
Sin duda para cualquier persona, sea creyente o no, debiera ser motivo de satisfacción y seguridad saber que caminamos por la vida de la mano de un “guardaespaldas”, que está siempre dispuesto a echarnos un cable cuando más lo necesitamos, incluso cuando ni siquiera se lo hemos pedido. Los peligros nos acechan a cada momento, de muchos de ellos ni siquiera somos conscientes, en cambio el ángel de la guarda, al que de forma personal estamos encomendados, nos precede en el camino y sabe ya de antemano con qué dificultades podemos encontrarnos. Naturalmente de ninguna manera va a interferir en nuestra libertad, pero sí puede convertirse en un valioso colaborador nuestro, siempre y cuando no le cerremos el paso. Unido a nuestra suerte, será el compañero ideal de por vida y sobre todo en el momento supremo de la muerte.
Ellos son los grandes olvidados de nuestro siglo. ¿Quién se acuerda ya de aquellos tiempos de niño en que un cristiano no podía irse a dormir tranquilo sin antes haber recitado aquella oración que decía: Ángel de mi guarda, dulce compañía, / no me dejes solo ni de noche ni de día/ hasta verme reposar en los brazos de Jesús y de María?
Reflexión desde el contexto actual:
El espíritu supercrítico de nuestro tiempo se muestra contrario a aceptar toda presencia que no sea tangible, éste es el motivo por el cual no se presta el menor interés a una realidad teológica, avalada por el testimonio de los santos padres y confirmada por el catecismo en el art. 336, donde se nos dice con toda claridad que la vida de cada ser humano desde su comienzo hasta el final de sus días está asistida por la custodia del ángel de la guarda. Ante esta consoladora realidad nada mejor que encomendarnos a este compañero que camina constantemente a nuestro lado para decirle: Ángel del Señor, custodio de mi vida, guíame, ilumíname, guárdame, gobiérname, aliéntame. Hazme notar tu presencia para que nunca me sienta solo.