Un santo para cada día: 5 de julio S. Antonio Mª Zaccaría (El Ángel de Cremona que vivió poco e hizo mucho)
La Italia de comienzos del siglo XVI es el más claro ejemplo de una sociedad que mira al futuro con optimismo y trata de descubrir las bellezas naturales y disfrutar de ellas. Atrás habían quedado, esas ansias infinitas de ascetismos trascendentes que impedían disfrutar de los goces terrenos. Son tiempos en los que las motivaciones humanas son ya menos religiosas y comienza a hacer su aparición la razón laica, desde donde se exaltan los valores humanos y el sentimiento antropocéntrico hace su aparición. La Iglesia se veía obligada a hacer frente a una crisis, tanto en la doctrina como en las costumbres; los nuevos tiempos exigían una reorganización que había de ser reorientada en la buena dirección. A grandes rasgos ésta va a ser la situación social que le va a tocar vivir a Antonio Mª, quien decidió poner su vida al servicio de una reforma que tuviera como aspiración la elevación del espíritu. Eran tiempos de decadencia religiosa, en los que los desórdenes y la confusión amenazaban con poner en difícil situación a la Iglesia, por eso había que hacer algo y menos mal que surgieron personalidades de relieve como Cayetano, Ignacio de Loyola o Carlos Borromeo, que pudieron contrarrestar los efectos de la reforma luterana e impulsar ese nuevo movimiento vivificador llamado a fortalecer a la iglesia.
Comienza su corto peregrinaje por este mundo en 1502, siendo la ciudad artística de Cremona (Lombardía) su lugar de nacimiento. Su padre Lázaro Zaccaría habría de morir cuando solo tenía unos meses y fue entonces cuando su joven madre Antonieta Pescaroli, de tan solo 18 años, tuvo que ocuparse de él y lo hace con tanta dedicación y esmero que no duda en renunciar a volver a casarse, para poder entregarse por entero a la educación y cuidados de su hijo, sembrando en él las semillas de la fe que en poco tiempo habrían de transformarse en frutos de santidad. Desde muy temprano anidaron en el muchacho sentimientos de generosidad para con los pobres, que le habrían de acompañar a lo largo de su vida, juntamente con sus dos grandes devociones que fueron la Eucaristía y Cristo crucificado.
A los 15 años abandona su hogar para cursar estudios de humanidades en Pavía y acabados éstos, marcha a Padua y allí realiza los estudios de medicina, graduándose en el año 1524 a la edad de 22 años. Durante su periodo estudiantil dio sobradas muestras de ser un joven equilibrado sensato y prudente, que supo vivir modestamente, manteniéndose firme en los principios y valores cristianos, que su buena madre le había inculcado. Una vez graduado, regresa a su pueblo natal de Cremona, donde los estudios de medicina realizados le iban a permitir dedicarse a los pobres y necesitados, procurando remediar hasta donde fuera posible sus desgracias y dolencias. A través de la parroquia de S. Vidal pudo llevar a cabo una labor catequética con los niños y sus familiares, al tiempo que realizaba una encomiable labor humanitaria.
No contento con ser el médico de los cuerpos sintió la necesidad de hacerse sacerdote para poder ser también cura de almas, por lo que, una vez realizados los estudios teológicos preceptivos, pudo ser ordenado sacerdote en 1528 a la edad de 26 años. Es entonces cuando decide trasladarse a Milán. Al ser ésta una ciudad grande, le ofrecía mayores posibilidades de apostolado, siendo allí donde conoce a Bartolomé Ferrari y Jaime Antonio Morigia, con quienes fundaría la Orden de los Clérigos Regulares de San Pablo, conocida popularmente como “Padres Barnabitas”, aprobada canónicamente en el 1533 por el papa Clemente VII. Aún le daría tiempo a crear en 1535 la congregación de las Hermanas Angélicas de San Pablo, y el movimiento de “Los Laicos de S. Pablo” (1539). Todo ello dentro del espíritu trasformador que es lo que la iglesia estaba necesitando en esos momentos.
Médico y sacerdote para curar a los cuerpos y las almas, fue también fundador. En su corta vida pudo realizar una gran obra para la mayor gloria de Dios, haciendo buena la frase bíblica: “Vivió muy poco tiempo, pero hizo obras como si hubiera vivido una vida larga”. Cuando se sintió agotado de tan intenso apostolado y vio que le faltaban las fuerzas se fue a su refugio de Cremona buscando el cuidado de su madre y allí en sus brazos, el 5 de julio de 1539, cumplidos los 37 años, moriría el "Ángel de Cremona".
Reflexión desde el contexto actual:
Sorprende cómo muriendo tan joven le diera tiempo a hacer tantas cosas a Antonio María, pudiendo ser médico, sacerdote, evangelizador, fundador y santo, todo a la vez. No está mal que como alternativa a la cultura del ocio en la que desesperadamente buscamos mil hobbies para matar el tiempo libre, venga alguien a recordarnos que el tiempo es un gran tesoro que hay que saber administrar, porque siempre hay cosas importantes que hacer y desperdiciar el tiempo es tanto como desperdiciar la vida.