Un santo para cada día: 13 de febrero S. Benigno (El cantor de salmos)
La vida de Benigno es un ejemplo vivo que interpela a los cristianos apáticos de hoy y de modo especial a la jerarquía vacilante y más que vacilante, irresoluta
Por tradición ha llegado hasta nosotros un suceso bastante pintoresco, según el cual en una ocasión un fraile, movido por la devoción que le inspiraban las reliquias de un santo, no se le ocurrió otra cosa mejor que ir a un convento donde estaban depositados los restos de este santo en un relicario de plata y arramplar con el preciado tesoro, no tanto por el estuche cuanto por lo que había dentro, Cuando ya lo tenía en su poder, intentó salir precipitadamente, pero, fuera por los nervios o porque se desorientó, el caso es que no daba con la puerta de salida y ello le obligó a depositar la preciada reliquia en el lugar en que lo había sustraído y solicitar auxilio. Todo hace pensar que S. Benigno estaba muy a gusto en este convento de benedictinas y no permitió que le movieran de allí.
Benigno había nacido hacia mediados del S. III en la ciudad de Todi (Italia) en la región de Umbría, que limita con Toscana, Lacio y Las Marcas. En su región natal fue ordenado sacerdote por el obispo Ponciano, después de haber sido bien constatada su rectitud y celo apostólico. Su nombre significa “aquel que actúa con benevolencia” y tal nombre hizo honor a su talante bondadoso y piadosos sentimientos. Llega a ser el discípulo más querido de S Patricio, con quien trabajaría codo con codo, haciendo gala de su habilidad de cantor y buen entonador de salmos, lo que le hizo merecedor del sobrenombre de “el salmista de Patricio”. Ambos compusieron juntos el “Senchus Mor” que era una especie de código de leyes. Su ministerio lo realizó fundamentalmente en territorio irlandés, empleándose a fondo en Clare y Terry y posteriormente en la extensa provincia occidental irlandesa, conocida con el nombre de Connaught. Se cuenta incluso que S. Patricio fundó una iglesia en la diócesis de Kilmore, poniendo a Benigno al frente de ella, gobernándola durante veinte años con celo y dedicación. Muerto su protector, sería precisamente él quien le sucedería en el cargo, convirtiéndose en el obispo principal de Irlanda.
Benigno por derecho propio ocupa uno de los puestos destacados de la primitiva historia de la Iglesia, debido fundamentalmente a su obra evangelizadora: Con entusiasmo inusitado se dedicó al apostolado, en el que cabe distinguir dos fases distintas. Una la que corresponde al periodo en el que ejerce como sacerdote y la otra la dedicada a su labor ministerial como obispo. Durante la primera, diríamos que Benigno se dedica fundamentalmente a la Comunidad de creyentes, atendiéndoles en sus necesidades espirituales, pero que una vez iniciada la persecución de Diocleciano, con discreción y cuidado trata de alentar a los fieles fortaleciéndoles en su fe, visitando a los que estaban presos en las cárceles, yendo al encuentro de los que se hallaban en zonas más alejadas, incluso encontraba la mejor forma para estar junto a aquellos que iban a ser torturados o se disponían a padecer el martirio.
En la última fase de su vida no se conforma con eso y da un paso adelante. Decide ir al frente de batalla y ponerse en primera línea. Ya no tiene ningún miedo a la muerte, quiere compartir con los demás la alegría de su vida, que no es otra que la de Cristo. Ha llegado a la conclusión de que ser testigo de Cristo es lo principal. Benigno comienza a dar la cara públicamente e intenta conquistar para la causa de Cristo a los mismos perseguidores. Trata de disuadirles de su error, trata de convencerles de que el culto a sus ídolos es una necedad, siendo Dios el único que puede dar sentido a su vida. Bendita intrepidez la de Benigno, que como era de esperar acabó siendo detenido y después de someterle a horribles torturas para que apostatara de su fe, fue decapitado un 13 de febrero del año 303, bajo la persecución de Diocleciano, siendo sepultado en Feringmere.
Reflexión desde el contexto actual:
La vida de Benigno es un ejemplo vivo que interpela a los cristianos apáticos de hoy y de modo especial a la jerarquía vacilante y más que vacilante, irresoluta. Cierto que el cristianismo ha de ser vivido según el signo de los tiempos, pero siempre dando la cara, aunque nos la partan. Hoy no se teme por la vida; pero se contemporiza, porque se temen perder otras cosas. S Benigno nunca lo hubiera entendido. Hay una lógica humana que nos lleva a pensar en las consecuencias materiales que se pueden derivar de ciertas actitudes y comportamientos, pero hay también una lógica divina que nos dice “buscad primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura”. Esto nos lleva a preguntar ¿Hemos de ser cristianos auténticos o más bien oportunistas? ¿Hemos de pensar que ser cristiano es solo cosa de puertas adentro, pero no de puertas afuera? En definitiva ¿hemos de estar en el mundo y contemporizar con él, o hemos de aprender a estar en el mundo sin ser del mundo?