Un santo para cada día: 2 de julio S. Bernardino Realino (El santo que cuidó de que a los pobres no les faltara un vaso de vino)
Abogado, predilecto de la Santísima Virgen, excelente confesor y predicador, dando siempre ejemplo de sencillez y humildad
| Francisca Abad Martín
Abogado, predilecto de la Santísima Virgen, excelente confesor y predicador, dando siempre ejemplo de sencillez y humildad.
Nació en Capri, ducado de Módena (Italia) el 1 de diciembre de 1530 y fue bautizado en la festividad de la Inmaculada Concepción. Su padre, Francisco Realino, fue caballero mayor en varias cortes italianas. Debido a las largas ausencias de su padre su educación estuvo fundamentalmente a cargo de su madre, Isabel Bellantini, a la que Bernardino adoraba. Ella le inculcó una tierna devoción a la Santísima Virgen. Falleció cuando él era estudiante y esto representó un duro golpe para él.
Comenzó los primeros estudios en Capri, pasó después a Módena y luego a Bolonia, donde estudió Filosofía y pensaba estudiar también Medicina, pero se enamoró de una joven culta y piadosa, llanada Clorinda, pensando que era la mujer ideal para formar un hogar cristiano, pero a ella no le gustaba que hiciera Medicina sino Derecho. Comenzó esa carrera, doctorándose en Derecho canónico y civil el 3 de junio de 1546. A los 6 meses fue nombrado alcalde de Felizzano. Ejerció después de abogado, como fiscal en Alessandría, en el Piamonte y más tarde fue alcalde de Cassina y Pretor en Castel Leone, a las órdenes del Marqués de Pescara.
Cuando al Marqués de Pescara le nombran Gobernador de Nápoles se lleva consigo a Bernardino. En Nápoles le esperaba la Providencia de Dios, pues en 1561 fallece Clorinda y él atraviesa un periodo de crisis existencial. Allí conoce a los jesuitas. Un día oye un sermón y queda hondamente impresionado. Hace los Ejercicios Espirituales y a los pocos días, mientras reza el Rosario se le aparece la Santísima Virgen con el Niño Jesús en los brazos y le dice que debe ingresar en la Compañía.
Inicia el Noviciado, pero tiene que convivir, a sus 34 años, con compañeros adolescentes. A los 3 años es ordenado Sacerdote, el 24 de mayo de 1567, por el arzobispo de Nápoles. Alternaba el estudio de la Teología con el cargo de Maestro de Novicios. En 1574 le destinan a Lecce, donde pasará el resto de su vida, con otros 3 sacerdotes, para iniciar una nueva fundación, de la que el P. Realino va a ser el superior. Allí se dedica con entusiasmo al confesionario (dicen que leía las conciencias), dirige la Congregación Mariana, socorre a los pobres y visita a los presos. Entre los muchos milagros que se cuentan de él, hay uno anecdótico. Cuentan que todos los días daba a los pobres un vaso de vino, pero que la tinaja nunca se vaciaba. Ya empezaba a circular su fama de santo y venían a confesarse con él caballeros y prelados. Fue para Lecce lo que San Felipe Neri para Roma.
Al cabo de un tiempo quisieron trasladarle a otra ciudad mayor, pero la gente se amotinó a las puertas del convento y comenzaron a hacer rogativas. Cada vez que preparaba la maleta el tiempo empeoraba, tanto que hacía desaconsejable el viaje y no podía salir; otras veces le daba una fiebre tan alta que tenía que guardar cama. Los superiores comprendieron que era la voluntad de Dios y desistieron del traslado. Lecce era una apacible población, capital de provincia, próxima al mar Adriático, rodeada de olivos y viñedos, con una rica tradición histórica a la que habría de quedar vinculado para siempre, incluso después de muerto.
Cuando se corrió la noticia de que estaba muy enfermo, se presentó en su casa el alcalde de la ciudad, Segismundo Rapana, acompañado de una comitiva y acercándose al lecho donde yacía el enfermo, comenzó a leer un documento que decía así: “Grande es nuestro dolor, oh padre muy amado, al ver que nos dejáis, pues nuestro más ardiente deseo sería que os quedarais para siempre entre nosotros. No queriendo, sin embargo, oponernos a la voluntad de Dios, que os convida con el cielo, deseamos, por lo menos, encomendaros a nosotros mismos y a toda esta ciudad, tan amada por vos, y que tanto os ha amado y reverenciado. Así lo haréis, ¡oh padre!, por vuestra inagotable caridad, la cual nos permite esperar que queráis ser nuestro protector y patrono en el paraíso, pues por tal os elegimos desde ahora para siempre”,
Una noche de Navidad se le apareció de nuevo la Santísima virgen y le dejó que sostuviera al Niño en sus brazos. Moriría con fama de santo el 2 de julio de 1616, a los 86 años, de los cuales pasó más de 40 en Lecce. En 1634 abrieron la tumba y encontraron algunas partes de su cuerpo incorruptas. La lengua está en un relicario. Fue beatificado por León XIII el 12 de enero de 1896 y canonizado por Pio XII el 22 de junio de 1947.
Reflexión desde el contexto actual:
Nos cuesta a los humanos poner nuestra vida en las manos de Dios, porque nuestra lógica no coincide con la suya. La sabia lección de sencillez y humildad que nos trasmite Bernardino es que tenemos que dejar hacer a Dios y estar siempre dispuestos a seguir su santa voluntad, renunciando a la propia, porque sus caminos no son nuestros caminos. Caminaremos seguros en el itinerario espiritual tanto en cuanto aprendamos a vivir según el plan de Dios.