Un santo para cada día: 16 de septiembre S. Cipriano (Obispo de Cartago en abierta discrepancia con Roma)
Estamos ante uno de los grandes personajes de la historia de la Iglesia. Según estimación generalizada hay que esperar hasta S. Agustín para encontrar una personalidad que pudiera superarle. Por cierto, entre estas dos vidas, a mí me parece ver algún paralelismo, salvando las distancias, naturalmente. El Águila de Hipona posee una más sólida formación humanística y sus escritos rezuman una teología más profunda y elaborada, pudiéndose decir que es una figura más reconocida y universal que Cipriano, pero las similitudes están ahí; ambos proceden del N. de África como lugar común de origen, tienen unos antecedentes paganos y una juventud borrascosa, uno y otro proceden de familia en buena situación, los dos buscaron la verdad con inteligencia recta y corazón leal, para acabar encontrando en el evangelio la satisfacción cumplida a sus aspiraciones más profundas y así como Cipriano encontró en el sacerdote Cecilio un lazarillo que le guiara en medio de las tinieblas, Agustín tuvo a su lado a su madre Mónica y también a San Ambrosio, obispo de Milán, pero sobre todo el paralelismo entre ambos lo encontramos en el ejercicio de su labor ministerial como obispos, cargos a los que llegaron por aclamación popular. Aparte de ser insignes doctores, también fueron santos pastores en sus respectivas diócesis, que supieron conducir con prudencia a su grey en tiempos nada fáciles.
Cipriano sería bautizado hacia el año 245 y a partir de aquí su vida cambió por completo. Repartió sus bienes entre los pobres, dedicándose a la oración, la penitencia y al estudio de las ciencias sagradas, tomando como maestro y guía a Tertuliano. Habría de pasar poco tiempo del bautismo cuando le vemos ordenado diácono y sacerdote, para ser consagrado obispo de Cartago el año 249. Le esperaban tiempos turbulentos a Cipriano en el ejercicio de este sagrado ministerio, tanto por lo que se refiere de puertas adentro como de puestas afuera.
Comencemos diciendo que al principio de su elección había calma, pero no bien pasado un año se decretó una persecución sangrienta contra los cristianos, en tiempo de Decio, lo que le obliga a huir y esconderse para salvar la vida, cosa que no le perdonaron sus adversarios, negándose a aceptar sus justificaciones, pues daban por hecho, que ello fue un acto de cobardía. Cuando cesó la persecución pudo regresar a Cartago, pero aquí se encontró con un panorama desolador, negligencia en el clero, deserciones masivas, siendo muchos los que habían apostatado, no faltando entre ellos sacerdotes, lo que ponía sobre la mesa un problema disciplinar de primer orden. ¿Qué hacer ahora? Cipriano junto con el papa Cornelio era de la opinión de abrir la mano y dejar volver al redil a los lapsis (apóstatas), pero había una fuerte oposición encabezada por Novaciano contra esa medida, acusando a ambos de “Libellatici” (Acatadores de las órdenes del emperador) No fue esto solo, Cipriano tuvo que emplearse a fondo contra la peste y el hambre que asoló a la ciudad, ayudando, consolando y exhortando.
Le quedaba a Cipriano librar una batalla aún más delicada, esta vez contra el papa Esteban I. Éste defendía que los bautizados por apóstatas, bautizados habían quedado; en cambio Cipriano sostenía que esto no era así, sino que había que rebautizarlos nuevamente. Esteban trata de imponerse apelando a la autoridad que le confiere el ser Papa, pero Cipriano responde que la autoridad del obispo romano estaba equiparada, pero que no era superior a la suya propia, en vista de lo cual, Esteban I rompe con Cartago. Cisma a la vista... Quién iba a decir que el autor "De Unitate Ecclesiae", donde se dice; “Nadie puede tener a Dios por padre si no tiene a la Iglesia por madre” o “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, se iba a ver en situación tan comprometida. Afortunadamente, por circunstancias que no son del caso, la cosa no pasó a mayores.
Por si fuera poco, en el año 257 el emperador Valerio decreta una persecución más encarnecida que la anterior. El procónsul, Paterno ordena comparecer a Cipriano y después de interrogarlo decide desterrarlo a Curubis. Unos meses más tarde, el sucesor de Paterno, Galerio Máximo, le vuelve a reclamar para acabar dictando sobre él la sentencia fatal: “Cipriano, queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada". A lo que Cipriano respondió: "¡Gracias sean dadas a Dios!" Llevado al lugar de la ejecución, cayó de rodillas y se preparó para entregar su alma al Altísimo, no sin antes ordenar que se le dieran al verdugo veinticinco monedas de oro.
Reflexión desde el contexto actual:
Sin que ello suponga empañar para nada la grandeza de este mártir y confesor, puede decirse que algunos aspectos de su recia y fuerte personalidad podrían ser susceptibles de enjuiciamiento desde la óptica especial de nuestro tiempo, después de haber pasado tantos siglos. Su enfrentamiento con el Papa Esteban I, en los términos que lo planteaba Cipriano, no deja de ser un tema sensible que merecía la pena estudiar en profundidad. En la actualidad no deja de haber casos así. Estamos viendo cómo, con relativa frecuencia, se producen enfrentamientos al más alto nivel eclesial. Oímos hablar incluso de que el frente anti-Bergoglio no está constituido por un solo obispo disidente, sino que en palabras del cualificado vaticanista Marco Politi "No son una minoría. El 30% del clero, los obispos y los laicos más comprometidos en el mundo están en contra de Francisco”.