Un santo para cada día: 16 de agosto S. Esteban Rey de Hungría (Con él comienza la conversión cristiana de su país)

San Esteban de Hungría
San Esteban de Hungría

A los 45 años de muerto comenzaron a obrarse milagros en su sepulcro. Fue canonizado por Gregorio VII en 1083. Su fiesta se celebra en Hungría el 20 de agosto y ese mismo día se conmemora la fundación del Estado Húngaro

Decía San Esteban “El rey que no escucha la voz de la misericordia es un tirano”. San Esteban fue el último gran príncipe de los húngaros y el primer rey de Hungría.

El año de su nacimiento es un poco confuso, a finales del siglo XI o principios del XII (suelen dar como fecha entre el 997 y el 1001) en Esztergom. Su nombre original era Vajk (de origen pagano) pero lo cambió por Esteban, cuando fue bautizado por San Adalberto. Fue el único hijo varón del gran príncipe Geza y la princesa Sarolta. Tendría que haberle sucedido su hijo, pero según una antigua tradición de los pueblos húngaros, la corona pasó al de mayor edad de la dinastía, llamado Capani, quien ostentaba el título de duque. Se entabla entonces una lucha entre Capani y Esteban, ganando éste y quedando como heredero. Es bautizado por San Adalberto y se casa con Gisela, hermana de San Enrique II de Alemania.

Esteban era un valiente guerrero y un gran estratega político. Comienza a organizar el territorio húngaro por condados, administrados por funcionarios dependientes del poder central y protegidos por sólidas fortalezas. Era justo y pacífico en el gobierno, defensor a ultranza del cristianismo. Establece obispados y construye monasterios. Cuando tiene ya organizado el país envía a Roma al obispo Astrik, para obtener del Papa Silvestre II la aprobación de los obispados y que le concediera el título de rey. El mismo Papa le envió la corona de oro, nombrándole rey de Hungría.

Fue un monarca muy querido por el pueblo, porque se preocupaba mucho por la gente; él  se encargaba de repartir las limosnas personalmente. Decía la gente que iba a conseguir que no hubiera más pobres. Era gran devoto de María y levantó templos en su honor. Ordenó que cada 10 pueblos construyeran un templo y él los dotaba de ornamentos, libros, cálices, etc. La gente decía: “El rey Esteban convierte más personas con sus buenos ejemplos que con sus leyes o palabras”. Debido a la gran paz que hubo durante su reinado, Hungría se convirtió en una ruta preferida y segura para comerciantes y peregrinos que viajaban a Constantinopla y a Tierra Santa.

A su hijo heredero Emerico, al que llamaron así por su tío materno, lo educó Enrique II, con todo esmero y le dio sabios y prudentes consejos, pero un fatal accidente en una cacería segó su vida, quedando Esteban sin sucesor, ya que los otros hijos habían fallecido siendo niños. Cuando le comunicaron la trágica noticia al rey, solamente exclamó, como Job: “Dios me lo dio y Él me lo quitó, bendito sea su santo nombre”.

Sobrevivió a todos sus hijos, falleciendo el 15 de agosto de 1038 y fue enterrado en la basílica construida en Szekesfehervar dedicada a la Virgen María, junto a su hijo Emerico y el obispo Gerardo de Csaned. A su muerte surgieron guerras civiles que duraron décadas.

San Esteban de Hungría
San Esteban de Hungría

A los 45 años de muerto comenzaron a obrarse milagros en su sepulcro. Fue canonizado por Gregorio VII en 1083. Su fiesta se celebra en Hungría el 20 de agosto y ese mismo día se conmemora la fundación del Estado Húngaro.

Reflexión desde el contexto actual:

En unos tiempos en que el destino de las personas y de los países estaban en manos de los reyes podía ocurrir que la tiranía se impusiera como forma de gobierno, pero también existía la posibilidad de que un monarca prudente y recto se identificara con sus súbditos y juntos construyeran un reinado de paz y de progreso, tal fue el caso del rey Esteban que resultó ser una bendición para su pueblo. Tanto ayer como hoy, el buen gobernante necesita poner en práctica las cuatro virtudes capitales y en los tiempos que corren yo exigiría otra más, cual sería la honradez consigo mismo y con los demás, lo que implica dar preeminencia al bien general sobre el bien personal o partidista.

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