Un santo para cada día: 14 de septiembre La Exaltación de la Cruz, convertida en símbolo de amor divino
La cruz tardó un tiempo en ser el símbolo cristiano por excelencia tal y como lo conocemos hoy. Los primeros cristianos veían en ella un instrumento de horror y de tortura como podía ser por ejemplo la horca o la picota. La cruz era tenida como escándalo para los judíos, necedad para los gentiles y para los primeros cristianos era motivo de humillación. Seguramente por influencia de Pablo de Tarso este sentimiento va cambiando y en el siglo II nos encontramos con que los seguidores de Cristo se van familiarizando con este símbolo. Le llevan tatuado en la frente, las manos, colgado del cuello, lo esculpen en las lápidas y en tiempos de la persecución de los emperadores romanos es utilizado como señal secreta de identificación entre ellos. En este acercamiento hacia la cruz como símbolo cristiano tiene gran importancia el suceso que nos ha llegado por tradición, según el cual, la reina Elena, madre del emperador Constantino, que había oficializado el cristianismo, emprendió la búsqueda del madero santo y después de haber realizado unas excavaciones, logra encontrarlo. Para custodiar tan preciado tesoro, Constantino a instancias de su madre Elena, hizo construir allí mismo una basílica, conocida con el nombre de Santo Sepulcro, donde custodiar la santa reliquia. Allí se ofreció por primera vez al culto un 14 de septiembre del año 335, de aquí que se fijara esta fecha para la celebración de esta festividad. A partir de entonces se despertó en las conciencias una devoción desbordada. Los caminos que conducen a Jerusalén se llenaron de peregrinos: príncipes, obispos, monjes, devotos, todos con el mismo objetivo se dirigían a la Ciudad Santa para adorar la Cruz, dándose cita extranjeros de todas las nacionalidades, pero esto iba a tener su final.
En el año 614, Cosroes II, emperador de Persia, invade Jerusalén y se lleva consigo la cruz para ponerla como escabel de su trono. Naturalmente esto produjo un gran disgusto e irritación en el orbe cristiano, que consideró un asunto de honor y deber religioso recuperar la sagrada reliquia, cosa que lograría el emperador Heraclio poco después, en el año 628, llevándola a Jerusalén en medio de un acto solemnísimo el 14 de septiembre de ese mismo año. Aquel sería propiamente el primer acto de exaltación de la Santa Cruz que la Iglesia celebra todos los años cada 14 de septiembre.
Quienes solo acierten a ver la cruz como un patíbulo entenderán que en esa exaltación hay algo de macabro; lo que no saben es que, a los ojos de un cristiano, lo que se ve es un signo de amor y de redención, un árbol del que pende el más sabroso de los frutos, porque la muerte de Cristo significa vida. “Cuando me eleve, dejó dicho, atraeré hacia mí todas las cosas”. Es Jesucristo quien nos está llamando desde su cruz. "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" le dijo un día el Señor al místico carmelitano. Cuando abrazamos la cruz de Cristo lo que estamos haciendo es abrazar la cruz de los demás, la cruz del mundo. en la que todos fuimos crucificados aquella tarde del Gólgota.
Nuestra unión con Cristo en la cruz es signo de amor y de libertad. La Exaltación de la cruz de Cristo no va a hacer que desaparezcan nuestros sufrimientos, pero nos va a ayudar a soportarlos. El misterio en que viene envuelto el dolor humano nunca quedará descifrado del todo, pero cuando pongamos nuestros ojos en la Cruz gloriosa sabremos, al menos, que el dolor, como todas las cosas que Dios permite, tiene un sentido y eso nos basta.
Nos unimos al rezo de Laudes para decir: Reine el Señor crucificado/ Levantando la cruz donde moría / Nuestros enfermos ojos buscan luz / Nuestros labios el río de la vida.
Reflexión desde el contexto actual:
¿Dónde encontrará el hombre la glorificación que busca? La respuesta hace siglos que nos la dio Pablo cuando dijo: “Nunca habré de gloriarme si no es de nuestro Señor Jesucristo y éste crucificado”. Victoria, Tú reinarás. /Oh cruz, Tú nos salvarás. /El verbo en Ti clavado, /muriendo, nos rescató. /De Ti, madero santo, /nos viene la redención