Un santo para cada día: 19 de agosto S. Ezequiel Moreno Díaz (Patrono de los enfermos de cáncer)
Estamos ante un santo casi de nuestros días, que vivió a caballo entre dos épocas, no ajeno a nuestras mismas aspiraciones y a nuestros mismos miedos, que habría de ser recordado como uno de los grandes evangelizadores de Hispanoamérica de los tiempos modernos. Ezequiel nació en Alfaro el 19 de septiembre de 1848, siendo sus padres Félix Moreno y Josefa Díaz; él vino a ocupar el tercer puesto entre los seis hijos que tuvo el matrimonio. Como tantos otros niños de su época decía que de mayor quería ser fraile. Gustoso acompañaba a su madre a los actos piadosos, hasta acabar siendo monaguillo y sacristán en el convento de las dominicas.
En 1864, muerto ya su padre y con una difícil situación económica en el hogar, decidió ingresar en el convento de los agustinos recoletos de Monteagudo (Navarra) cuando ya tenía 16 años, para prometer los votos un año después. Ya profeso, se trasladó a Marcilla (Navarra) para realizar sus estudios eclesiásticos, donde se empapó de neoescolasticismo que era la orientación que por aquel entonces se impartía en los centros religiosos, ello unido al espíritu carlista imperante en su entorno, hizo que se mostrara poco receptivo con el liberalismo, circunstancia ésta que va a tener su importancia cuando allá por el año 1896, durante su estancia en Colombia, se viera envuelto en la polémica con el obispo de Ibarra y otros liberales radicales que le llevaron a escribir su tratado titulado “ Catolicismo o Liberalismo”.
Faltándole poco para acabar la carrera eclesiástica es destinado, junto a 18 compañeros a Manila, donde concluiría sus estudios y sería ordenado sacerdote en el año 1871. A partir de aquí le esperaba una dura tarea, cual era la de evangelizar Palawan, Mindoro y Luzón. Para entrar en contacto con la gente tuvo que aprender el tagalo, al tiempo que ejercía su sagrado ministerio en Calapán. La cosa iba bien hasta que una enfermedad le obligó a regresar a la capital de Filipinas. Repuesto de la enfermedad volvió a Calapán como párroco interino y aquí permanecería hasta ser nombrado párroco en la misión de las Piñas, donde realizó una importante labor humanitaria a favor de quienes habían quedado en la miseria por motivo de una peste y una sequía pertinaz. Sus posteriores destinos serían Batangas, Santa Cruz y finalmente Manila. En el 1885 tuvo que regresar a España al ser nombrado prior del convento de Monteagudo en el municipio de Tudela (Navarra), donde se dedicó a labores de dirección, de predicación y ayuda a los fieles que lo estaban pasando mal a causa de las viruelas, epidemias y las sequías, que se iban sucediendo.
Tras tres años fructíferos de intensa labor ministerial en Monteagudo emprendió viaje a Colombia en el año 1888, con el encargo de restaurar la orden agustiniana por esas tierras, visitando el convento de Candelaria, Raquira y las misiones de Casarena, hasta que el 11 de mayo de 1894 fue nombrado obispo de Pinara. Durante este periodo tendrían lugar las polémicas sobre el liberalismo de las que hacíamos mención al principio.
Al poco tiempo de ser nombrado obispo aparecen los primeros síntomas de una grave enfermedad que le obliga a regresar a España para someterse a una revisión médica, en la que se detecta un cáncer de nariz, que los médicos tratan de atajar por medio de una dolorosa operación, que no sería la última; todas las intervenciones las supo sobrellevar ejemplarmente con espíritu de sacrificio en medio de atroces dolores. Cuando se vio que poco se podía hacer por su salud, buscó refugio en su celda del Convento de Monteagudo junto a su Virgen del Camino, sobrellevando con heroicidad los últimos momentos de su vida. Abrazado a la cruz moría este santo misionero el 19 de agosto de 1906, en el mismo lugar donde había iniciado su vida religiosa.
Reflexión desde el contexto actual:
A los misioneros les cuadra mejor que a nadie la denominación de embajadores de Cristo por todo el mundo. Ésta fue la función esencial en la vida del P. Ezequiel Moreno, que además sufrió en sus carnes el azote del tan temido mal conocido con el fatídico nombre de cáncer, el cual congrega a sus víctimas en torno a una dolorosa experiencia, para compartir generalmente un trágico destino. Como patrón que es de todos los que sufren de cáncer, es por lo que le pedimos en el día de su festividad que interceda para que esta temida enfermedad vaya dejando de ser sinónimo de muerte y cada vez más se vayan abriendo horizontes de esperanza. Quienes la padecen, encontrarán en él la ayuda de su valiosa intercesión y el consuelo de quien conoció en sus propias carnes esta dolorosa experiencia.