Un santo para cada día: 7 de julio S. Fermín. (Patrono de Navarra, orgullo de los pamplonicas)
Las calles y plazas de Pamplona, que en la primera semana de Julio se llenan de animadas concentraciones para asistir a los mundialmente famosos encierros, fueron allá por el siglo III una fundación romana formada por agrupaciones urbanas asentadas sobre una pequeña meseta bañada por el rio Arga; anteriormente los vascones habían sido los pobladores de esta región, en la que se encontraba Pompelón, que llegaría a ser punto estratégico para los romanos y nudo de confluencia de las vías romanas. El territorio estaba habitado por paganos entre los que se encontraban Firmo, funcionario de la administración romana y su esposa Eugenia, matrona de ilustre cuna, destinados ambos a ser los padres de un niño, al que pondrían por nombre Fermín. La información que se maneja procede en gran medida de las “Actas de la vida y del martirio de San Fermín” en torno al siglo VI y ya más posteriores, son los textos de breviarios medievales y “La Leyenda Dorada”, de Jacobo Vorágine, que data de 1264. Dada la distancia histórica que nos separa de estos documentos no es fácil desbrozar lo que responde a la realidad y lo que es fruto de la fantasía popular, por lo que es preciso andar con tiento para poder ofrecer un relato lo más verídico posible de este santo pamplonica.
Avanzado el siglo III fue enviado a misionar estas tierras Honesto, discípulo de S. Saturnino de Toulouse, proveniente de Tolosa, quien con el tiempo habría de lograr vencer la resistencia del matrimonio entre Firmo y Eugenia, ganándoles para la causa de Cristo y no solamente esto, sino que habría conseguido además su confianza para educar a su hijo Fermín e instruirle convenientemente en la fe cristiana. Dado que el muchacho prometía, se dedicó a prepararle con esmero consiguiendo de sus padres el permiso para que pudiera completar sus estudios en Toulouse, donde Honesto podía seguir de cerca sus pasos, siendo el mismo en persona quien se hiciera cargo de él a la muerte de Saturnino, que había ocupado la sede de Toulouse. Una vez acabados sus estudios, Fermín fue ordenado sacerdote y más tarde obispo, siendo el primero que ocupara la sede episcopal de Pamplona.
El celo evangelizador del joven sacerdote en su tierra natal, hizo de él un pastor solícito, fiel cumplidor de sus deberes y entregado a su pueblo, que veía en su persona a un padre y guía espiritual. Organizó la diócesis, la dotó de los ministerios necesarios y cuando vio que estaba todo en orden y bien dispuesto para el correcto funcionamiento, dejó la diócesis de Pamplona para marchar a otras tierras como las Galias, sacudidas por violentas persecuciones. No tenía miedo al martirio, sus ojos estaban puestos en las gentes paganas de Auvernia, Angers, Anjou y Normandía, que reclamaban a gritos su presencia. Fermín ardía en deseos de llevar la palabra de Cristo a todos los lugares, incluso decidió hacerse presente en el peligroso territorio de Beauvauis, donde la persecución a los cristianos por parte de Valerio era especialmente cruel y ensangrentada y este navarro, que no conocía el miedo, se mezcló entre su gente, pero pronto fue detenido y encarcelado, solo la muerte de Valerio le permitió salir de los calabozos y seguir predicando como si nada hubiera pasado.
Siguió cosechando frutos y la gente veía en él a un hombre íntegro que creía en lo que estaba haciendo; el cariño de la gente hacia él engendró sospechas en el pretor de Amiens, quien mandó que compareciera ante su presencia, pero viendo que se trataba de un hombre honrado, le dejó en libertad; cuando el Pretor se dio cuenta de que Fermín arrastraba cada vez más seguidores, dio orden de que fuera decapitado y enterrado secretamente, pero uno de los suyos llamado Faustiniano se encargó de rescatar su cuerpo. En conmemoración de la sangre vertida por el obispo mártir de Pamplona los mozos sanfermineros lucen un pañuelo rojo en los días de sus fiestas patronales, como uno más de los actos rituales conmemorativos. El culto a la figura de San Fermín en estas tierras comenzó en 1186, con la llegada de una reliquia del santo a Pamplona, siendo obispo de esta ciudad Pedro de París y siglos más tarde en 1657 sería nombrado copatrono de Navarra, juntamente con S. Francisco Javier, declarado así por el papa Alejandro VII.
Reflexión desde el contexto actual:
Aparte del folklorismo festivo “sanferminero”, internacionalizado por el premio nobel Ernest Hemingway, que ha conseguido convertir a Pamplona en la capital del mundo durante 7 días, lo que resulta evidente es que San Fermín sigue vivo en el alma de todo el que se considere pamplonica de pura cepa. La enorme popularidad de la festividad “sanferminera” no ha perdido en modo alguno su componente religioso. En la capital de Navarra siguen celebrándose vísperas y procesiones con toda solemnidad y por supuesto que no falta la ritual invocación de los corredores al Santo Patrón para que les eche el capote, en caso de necesidad y es que el sentimiento religioso ancestral sigue siendo algo consustancial a este pueblo Ibérico. Esta es la realidad. ¡Viva San Fermín!