Un santo para cada día: 12 de septiembre Festividad del Dulce nombre de María
El origen viene de muy atrás y nos retrotrae al año 1513, año en que se celebraba en la catedral de Cuenca el Santo Nombre de María. Advocación que contaba con larga tradición de Padres de la Iglesia y que había sido difundida especialmente por San Bernardino de Siena
En la madre de Dios todo es hermoso, comenzando por el nombre, ¿Cómo Dios iba a permitir que el nombre de su madre no fuera el más bello de todos? “No fue inventado, dice S. Alfonso Mª de Ligorio, en la tierra, el nombre santísimo de María, sino que descendió del cielo por divina ordenación. Después del santo nombre de Jesús, es el de María tan rico en bienes soberanos, que ni en la tierra ni en el cielo resuena otro con el que experimenten las almas piadosas tantas avenidas de gracia, confianza y dulzura”. Los nombres están para definir lo que son las cosas y las personas ¿Cómo Dios no iba a cuidar de estos detalles?
Sor María Agreda nos lo cuenta de modo muy expresivo. “A la hora de decidir qué nombre debería llevar la que estaba predestinada a ser la “Reina de los cielos”, la Santísima Trinidad se puso a deliberar, hasta que los ángeles pudieron escuchar la voz del Padre eterno que decía “María se ha de llamar nuestra electa y este nombre ha de ser maravilloso y magnífico. Los que la invocaren con afecto devoto recibirán copiosas gracias, los que le estimaren y pronunciaren con reverencia serán consolados y vivificados”
Fue Lucas quien nos reveló el nombre de la persona elegida por Dios para ser madre del Verbo Encarnado. “Y su nombre, nos dice, era María” en arameo “Miriam”, que significa Doncella, Señora; en hebreo se traduce por hermosa y en el idioma egipcio quiere decir "La preferida de Yahvé ". Sin que por ello deje de tener una relación fonética con la mirra y con el mar, metonimia ésta que enamoró a S, Bernardo quien la veía como “Maris Stella” (Estrella del mar). Los exégetas aseguran que sobre el nombre de María podemos encontrar hasta 60 etimologías distintas.
María, como dijera S. Alfonso Mª de Ligorio “es un nombre cargado de divinas dulzuras... dulcísimo en vida y en muerte”. En su libro Clásico “Las glorias de María”, reproduce algunas invocaciones del dulce nombre de María en boca de grandes santos. María para San Ambrosio, es: “bálsamo lleno de celestial fragancia, y así, Virgen piadosísima, os pido que descienda hasta lo íntimo de mi corazón, concediéndome que lo traiga siempre estampado en él con amor y confianza, pues quien os tenga y os nombre así, puede estar seguro de haber alcanzado ya la gracia divina, o, al menos, prenda segura de haberla de poseer pronto”. A Santa Brígida, le fue revelado que “no hay en esta vida pecador tan tibio en el amor divino que, invocando su santo nombre, con propósito de enmendarse, no ahuyente luego de él al demonio. Y se lo confirmó diciéndole que todos los demonios, de tal modo veneran su nombre y lo temen, que al oírlo resonar sueltan luego del alma las uñas con que la tenían asida”. S Germán de Constantinopla sobreabunda en este pensamiento cuando dice: “así como la respiración es señal de vida, así también el pronunciar a menudo el nombre de María es señal, o de vivir ya en la divina gracia o de que presto vendrá la vida, pues este poderoso nombre tiene la virtud de alcanzar el auxilio y la vida a quien devotamente lo invocare.” Y ¿qué decir de San Bernardo? Este gran devoto de María asegura que: “En todos los peligros de perder la gracia divina pensemos en María, e invoquemos a María juntamente con el nombre de Jesús, pues estos dos nombres van estrechamente unidos. Jamás se aparten estos dos dulcísimos y poderosísimos nombres de nuestro corazón y de nuestra boca, porque ellos nos darán fuerza para no caer y para vencer todas las tentaciones. Son magníficas las gracias que Jesucristo ha prometido a los devotos del nombre de María”. La celebración de esta festividad se inició en Cuenca (España) el año 1531 para extenderse por toda la nación 170 años después, hasta que Inocencio la extendió a toda la Iglesia universal, siendo San Bernardino de Siena uno de los grandes propagadores de esta festividad, que tiene su pequeña historia que vamos a tratar de rememorar brevemente:
El origen viene de muy atrás y nos retrotrae al año 1513, año en que se celebraba en la catedral de Cuenca el Santo Nombre de María. Advocación que contaba con larga tradición de Padres de la Iglesia y que había sido difundida especialmente por San Bernardino de Siena. La celebración de esta festividad fue extendiéndose en España y en la orden trinitaria gracias a la piadosa devoción mariana del prior del convento de los Trinitarios de Cuenca, conocido como el padre “Ave María”, que habría de ocupar puestos relevantes en la Corte Española, llegando a ser famoso predicador y fundador de la Congregación de los Esclavos del Dulcísimo Nombre de María. Estamos hablando de San Simón de Rojas. A su muerte, tomó el relevo Leonor de Guzmán, Marquesa de Monterrey, que logró extender esta devoción por diversas diócesis, hasta que, en 1671, a petición de la Corona Española, el Papa otorga que pueda celebrarse en todas las Españas. Así llegamos al 12 de de septiembre de 1683 cuando el rey polaco Juan (Jan III) Sobieski, interviene en la batalla de Viena y logra una resonante victoria sobre el turco, que supuso un gran alivio para el mudo cristiano En acción de gracias, el papa, un trinitario, marcado por esta advocación mariana, extendió esta festividad a toda la cristiandad, pero en el año 1969 queda suprimida, porque se piensa que está advocación está incluida en la celebración de la Natividad de María y suprimida estuvo hasta 2002, en que Juan Pablo II rescató esta dulce advocación mariana tan ligada al pueblo polaco.
Invocación:
“Quien quiera hallar consuelo en todos los trabajos, acuda a María, invoque a María, obsequie a María, se encomiende a María, se alegre con María, con María llore, con María ruegue, con María camine, con María busque a Jesús. Con Jesús y María, en fin, desee vivir y morir”. (Kempis).