Un santo para cada día: 1 de septiembre S. Gil (Patrono de los pastores)
Como suele ser frecuente en la vida de los santos, lo que nos ha llegado de este personaje vine envuelto en una nebulosa, donde es difícil distinguir lo que es histórico con lo que es puramente ficción, aun así, estamos delante de uno de los santos más reconocidos y venerados de siglos precedentes y solo por esta razón, merece la pena ocuparnos de él
Como suele ser frecuente en la vida de los santos, lo que nos ha llegado de este personaje vine envuelto en una nebulosa, donde es difícil distinguir lo que es histórico con lo que es puramente ficción, aun así, estamos delante de uno de los santos más reconocidos y venerados de siglos precedentes y solo por esta razón, merece la pena ocuparnos de él. Pertenece al grupo de los 14 santos auxiliadores y con ello estaría dicho casi todo.
Gil o Egidio, que significa protector, habría nacido en Atenas en el año 640, sus padres Teodoro y Pelagia seguramente eran de ascendencia noble, por lo que pudo recibir una educación esmerada, pero más que la ciencia profana lo que a él le atraía era la doctrina de Jesús, que bien pronto trató de poner en práctica. Muertos sus padres vendió todas sus posesiones para repartir el dinero entre los pobres, quedando así libre de preocupaciones que le mantuvieran atado al mundo, de este modo ya solo podía pensar en el bien de su alma y en el de los demás. Su generosidad y fama de santo le hicieron popular entre los suyos, mas, como él rehuía todo halago y vanidad, decidió marcharse a Camarga, en el Sur de Francia, donde conoció al arzobispo de Arles, Cesáreo y allí fundo un convento benedictino del que fue abad, pero nuevamente la fama y la popularidad volverían a traer turbación a su espíritu, por lo que decidió vivir en solitario, retirándose a un lugar apartado, después de haber hecho este comentario: “Puesto que los hombres se obstinan en rodearme de respeto, iré a vivir entre las fieras“.
Buscando este remanso de paz llegó hasta el Ródano y en una de sus riberas se encontró con Veredimo, un anacoreta que vivía por esos parajes y con él permanecería algún tiempo hasta que se cansó, decidiendo proseguir en solitario la aventura hasta llegar a la Provenza francesa, lugar inhóspito donde no había nada que comer y aquí, en medio de malezas, se construyó una ermita. A partir de aquí comienza una leyenda atribuida también a otros santos como él.
Es normal que esos parajes agrestes, en aquellos tiempos, estuvieran habitados por especies de la fauna salvaje. El caso es que por allí comenzó a merodear una cierva, que fue bien recibida por el anacoreta y con el tiempo se fueron haciendo amigos, hasta el punto de que el animalito consintió que de sus ubres extrajera su protector el alimento necesario para su sustento, como si de una cabra domesticada se tratara, hasta que un día la cierva se vio acosada por los perros de unos cazadores y en semejante situación buscó ayuda en la choza de su amigo. Una vez dentro, los perros perdieron el rastro de la presa. El hecho se volvió a repetir hasta que sobre la gruta cayó una lluvia de flechas de los arqueros.Cuando los cazadores penetraron en la cueva, encontraron a Gil desangrándose y a la cierva echada a sus pies. Llegando al sitio del suceso, el rey se disgustó por lo ocurrido y ofreció lo que hiciera falta para compensar el daño producido al anciano anacoreta, quien le dijo que para él no pedía nada, pero sí que le gustaría construir un monasterio en ese lugar, a lo que el monarca accedió. A partir de este momento ambos mantuvieron estrechas relaciones y corriendo el tiempo el monarca sería confidente suyo, hasta el punto de confesar a fray Gil un grave pecado de incesto que atormentaba su conciencia y que a nadie más que a él había manifestado.
El monasterio de S. Gil efectivamente fue edificado tal cual el rey había prometido, siendo objeto de regalos y privilegios por parte del Papa. En el habría de morir Fray Gil después de haber tenido una premonición de la fecha en que esto habría de suceder. Su fallecimiento acaeció posiblemente en el año 721. Su tumba se convirtió en un centro de peregrinaciones, de donde surgiría la ciudad de Saint Gilles, que con el paso del tiempo habría de ser bastante próspera durante la Edad Media, hasta el siglo XIII.
Reflexión desde el contexto actual:
Ir en pos de los grandes secretos que se encierran en nuestro interior, fue en épocas pasadas una aspiración bastante generalizada entre las personas espirituales; nada mejor para encontrar la verdad sobre nosotros mismos y sobre Dios que aislarse del mundo como hizo Gil. Hoy día no son frecuentes estas prácticas ascéticas, aunque nunca falta alguien que busca refugio en la soledad y el silencio. En pleno siglo XXI acaba de saltar a primer plano la noticia de que el obispo de la India, Jacob Muricken, había renunciado a su cargo para hacerse ermitaño, sobre la cima de la colina de Nallathoanni, en el distrito de Idukki, lugar de emplazamiento de un antiguo monasterio. Lo hace según sus propias declaraciones para tener sus ojos fijos solamente en Dios.