Un santo para cada día: 1 de abril S. Hugo (El obispo recto)
Discernir el signo de los tiempos, no quiere decir condescender con todos y callar a todo, aunque este gesto cobarde es fácil disfrazarlo de falsa prudencia
En siglo XI gran parte de Europa era cristiana y la Iglesia representaba un gran poder feudal con muchas posesiones y no poco relajamiento en cuanto a la moral y las costumbres, en donde el amancebamiento, la simonía, la investidura etc, estaban a la orden del día. La diócesis de Grenoble, en que se iba a desenvolver la vida de nuestro santo de hoy, se había convertido en la casa de “tócame Roque”, por lo que se hacía de todo punto necesario poner orden en tanto desajuste.
Hugo había nacido en Valence (Francia) el año 1053. Su padre, que se llamaba Odilón, al quedar viudo había vuelto a casarse en segundas nupcias; de este segundo matrimonio nació Hugo, de cuya educación tuvo que hacerse cargo su madre, porque su padre decidió ingresar en la Cartuja, naturalmente con el consentimiento de su esposa, cuando él todavía era muy pequeño. Hugo fue madurando y a los 28 años era un joven de irreprochable conducta, instruido en ciencias religiosas, educado, agradable en su trato, un poco tímido y muy piadoso, era el perfil óptimo para un secretario ideal y así debió entenderlo su obispo, quien se fijó en él para que lo acompañara al sínodo de obispos que se iba a celebrar en Aviñón, para poner remedio a la indisciplina reinante en la diócesis de Grenoble.
Las buenas cualidades de Hugo saltaban a la vista, cualquiera podía percatarse de ellas, por lo que no pasaba desapercibido, todos los ojos se fijaban en él para al final llegar a la conclusión de que él podía ser la persona indicada para hacerse cargo de la diócesis de Grenoble, pero había un problema, no estaba ordenado, era simplemente un laico. No importa, allí había muchos obispos que estaban dispuestos a ordenarle sacerdote de inmediato y así fue, aunque hubo que vencer algunas resistencias por parte del ordenando. Una vez consagrado sacerdote, el delegado papal le pidió que le acompañara a Roma, donde sería recibido cordialmente por Gregorio VII, manifestándole su deseo de ordenarle obispo de Grenoble. Nuevamente aparecen los problemas en forma de objeción de conciencia. No va a poder ser, manifiesta el joven sacerdote de 28 años, porque considera que es excesivamente tímido y además porque se ve asediado por pensamientos pecaminosos, a lo que el Sumo Pontífice le responde: "cuando Dios da un cargo o una responsabilidad, se compromete a darle a la persona las gracias o ayudas que necesita para lograr cumplir bien con esa obligación" El papa tenía razón, Hugo se había quedado sin argumentos y no tuvo más remedio que aceptar.
Una vez tomada posesión, el nuevo obispo quiere saber dónde se ha metido y a medida que va levantando las alfombras van apareciendo nidos de podredumbre, por parte de los clérigos conductas poco ejemplares y usurpación de los bienes de la iglesia, por parte de los laicos, en medio de una situación económica de bancarrota, hasta el punto de que no se podía pagar a los empleados.Hugo intenta poner orden en un mar de desconciertos: exhorta, se hace presente en los lugares, reza, se mortifica, pero lo único que consigue es la enemistad de quienes en manera alguna estaban dispuestos a cambiar. Abatido al ver que tanto esfuerzo no servía para nada, abandona la sede y se refugia en la abadía de Maison-Dieu Clermont, de la que solamente un mandato del Papa logrará sacarle y otra vez a empezar, con nuevos intentos de abandonar y echarlo todo a rodar. Así durante muchos años, hasta que su labor comienza a dar algunos frutos.
A él llegaron un día S. Bruno y 6 compañeros como caídos del cielo, que le van a dar la fuerza y el consuelo que necesitaba en la lucha contra la relajación de las costumbres y contra las maquinaciones de los malos clérigos, que querían perderle de vista y el oficio de obispo, que él nunca quiso ser, acabó finalmente haciéndole santo.
Viejo y enfermo acabaría sus días atormentado por tentaciones, que le impedían arrojarse en los brazos de la Divina Providencia. Se vio asediado por sufrimientos morales y físicos, como la artritis y dolores de cabeza, que le fueron minando hasta llegar a perder la memoria unos días antes de su muerte, acaecida el 1 de abril de 1932
Reflexiones desde el contexto actual:
La gran tentación de quienes tienen a su cargo la responsabilidad de gobernar es la de arrojar la toalla o esconder la cabeza debajo del ala y aquí no pasa nada. Discernir el signo de los tiempos, no quiere decir condescender con todos y callar a todo, aunque este gesto cobarde es fácil disfrazarlo de falsa prudencia. Si de algo nos da ejemplo el obispo de Grenoble es que no se anduvo con contemplaciones y trató de agarrar al toro por los cuernos, sin claudicaciones.