Un santo para cada día: 23 de mayo S. Juan Bautista de Rossi (El apóstol del confesionario)
En el 1763 su mala salud, en parte debida a los excesos ascéticos de su juventud, comienza a ser motivo de preocupación, en este mismo año sufre un ataque al corazón que sería el principio del fin. A los pocos meses Juan Bautista dejaba este mundo para disfrutar de la felicidad eterna en la casa del Padre
Por una serie de carambolas vamos a ver a Juan Bautista en una situación envidiable para poder dar satisfacción a sus aspiraciones vocacionales. La cosa comenzó como sigue: Él había nacido en 1668 en un pueblecito llamado Boltaggio, cercano a Génova, perteneciente a una familia cristiana, con unos padres que le querían mucho y velaban por él, pero sucedió que un verano, cuando Juan Bautista tendría aproximadamente diez años, un matrimonio muy piadoso fue al pueblo a pasar las vacaciones y el muchacho les causó tan buena impresión, que convencieron a los padres para que se fuera a vivir con ellos a Génova. Naturalmente esta separación era desgarradora y suponía un gran desconsuelo, tanto para él como para sus padres, pero tenía la gran ventaja de que allí podría estudiar y formarse convenientemente.
Una vez en la casa de ese piadoso matrimonio habría de producirse otro encuentro aparentemente casual. A casa solían ir con frecuencia unos padres capuchinos amigos, a quienes la familia ayudaba económicamente y sucedió un poco lo mismo; vieron en el muchacho tan buenas cualidades que creyeron oportuno hacérselo saber al P. Provincial, que casualmente era tío de Juan Bautista, quien se puso a su vez en contacto con otro miembro de la familia, que estaba de Canónigo en Roma, el cual acabaría llevándoselo a su lado para que en el Colegio Romano cursara, con gran aprovechamiento, los estudios. Durante el tiempo de seminarista le vemos ya preocupado por los pobres y los enfermos y con ansias de trasmitir a los demás el evangelio.
Acabado el tiempo de formación fue ordenado sacerdote a los 23 años, pasando a ejercer el sagrado ministerio sacerdotal con el celo apostólico de los santos y proyectando su atención sobre tres sectores de la población que él consideraba que estaban más abandonados y necesitaban que alguien se ocupara de ellos. Por una parte, estaban los pobres y los enfermos. Durante cuarenta años estuvo en contacto con los pobres del albergue de Sta. Galla, llevándoles el consuelo, la instrucción y cariño que ellos necesitaban; por otra parte, prestó también especial atención a los campesinos que venían a la ciudad a vender sus productos y con ellos se veía en el Foro Romano y por fin otro sector abandonado, lo constituían las mujeres, que andaban vagando por las calles para acabar en la prostitución. Con mil esfuerzos, alguna ayuda generosa y la bendición de Dios, fundó el Refugio de S. Luis Gonzaga, construido para acoger solamente a mujeres, para que sirviera de cobijo a las sintecho.
Al principio de su ministerio sacerdotal tuvo algún problema como confesor. No se encontraba a gusto en el confesonario, se creía falto de recursos y carente del don de consejo, pero esto sería los primeros años. Poco a poco fue sobreponiéndose y lo que en un principio fue una tortura, llegó a ser para él lugar preferido de su apostolado, hasta llegar a pensar que este era el oficio que Dios le tenía reservado. «Antes me preguntaba yo cuál era el más corto camino para ir al cielo. Ahora sé por experiencia que es el de ayudar a otros en el confesionario... ¡Es increíble el bien que se puede hacer ahí!»
Su fama de buen confesor se extendió, de forma que, cuando él entraba al confesonario, se formaban colas. Si una iglesia estaba vacía y olvidada solo hacía falta que Juan Bautista se metiera en el confesonario para que al poco tiempo por las puertas de esa iglesia comenzara a entrar gente. De todas partes le solicitaban que fuera a confesar a hospitales, cárceles, conventos, religiosos, misiones, por lo que no le quedaba tiempo para hacer otra cosa, hasta el punto de que los papas Clemente XII y Benedicto XIV, le dispensaron de la obligación de asistir al coro, para que pudiera atender al Sacramento de la Penitencia, donde tantas conversiones consiguió y tantas bendiciones y gracia dispensó.
En el 1763 su mala salud, en parte debida a los excesos ascéticos de su juventud, comienza a ser motivo de preocupación, en este mismo año sufre un ataque al corazón que sería el principio del fin. A los pocos meses Juan Bautista dejaba este mundo para disfrutar de la felicidad eterna en la casa del Padre
Reflexión desde el contexto actual:
La cultura posmoderna entre otras cosas nos ha traído un rechazo frontal por todo aquello que significa austeridades y penitencias, sin que falten personas incluso religiosas que se sienten escandalizadas por este tipo de prácticas. En este asunto habría que saber distinguir aquellas mortificaciones voluntarias, que resultan beneficiosas, de aquellas otras que no los son, por supuesto no son aconsejables aquellas que puedan arruinar la salud corporal, pero no todas tienen porqué ser así. Por experiencia personal S, Juan Bautista Rossi pudo aprender la lección que hoy nos trasmite a nosotros: “mejor que aquellas penitencias que ponen en riesgo la salud del cuerpo es aceptar resignadamente los sufrimientos, molestias y trabajos de cada día, sacrificarnos por los demás, aguantar pacientemente sus impertinencias y esmerarnos en hacer bien aún a quienes nos desagradan”.