Un santo para cada día: 1 de junio S. Justino. (Filósofo, laico, apologista, mártir y padre de la Iglesia )
No es fácil resumir en pocas palabras una vida tan densa, en la que confluye el filósofo cristiano, el santo y el mártir, sin que podamos prescindir de ninguna de estas tres dimensiones, porque van íntimamente ligadas y si las separamos quedaría desarticulada la vida de este gran hombre, laico para más señas.
He de comenzar diciendo que Justino, desde sus comienzos, es un hombre dominado por la búsqueda de la verdad, nos recuerda tanto a S. Agustín, que bien podríamos decir que humanamente viene a ser su doble. Justino perteneció a las primeras comunidades de cristianos, debió nacer hacia el año 100 d. de C. en Flavia Neápolis, la ciudad conocida en el A. T. como Siquem, donde tuvo lugar el encuentro de Jesús con la Samaritana, pero su familia no estaba vinculada al judaísmo, sino que era pagana, de habla griega y en este contexto habría de educarse Justino, quien desde muy temprano se entregó de lleno al estudio de la filosofía. Nos lo cuenta él mismo en su Diálogo con Trifón.
Entra en contacto con los estoicos y piensa que a través de su severa moralidad podía encontrar en ellos la paz que su alma necesitaba, pero al no ser así buscará en otras escuelas: pitagóricos, neoplatónicos, que tampoco acaban de satisfacerle, por lo que su corazón sigue hambriento, hasta que en el ejemplo de humildad y fraternidad de los primeros cristianos encuentra satisfacción cumplida a sus anhelos. Justino comienza a intuir que son los mártires cristianos los que están en posesión de la sabiduría plena; reflexiona, medita, busca la soledad en el desierto y a la orilla del mar, para llegar a la conclusión de que la razón por sí sola no basta. A los treinta años este buscador de la verdad se abre a la fe cristiana y en ella encuentra la respuesta a sus inquietudes. A partir de este momento lo que le preocupa es hacer partícipes a los demás de este prodigioso hallazgo, bien sea a través de la palabra, bien a través de los escritos y cómo no, sirviéndose del ejemplo, porque Justino fue un cristiano consecuente, que puso en práctica la teoría, llegando a darlo todo, hasta la propia vida.
Su abrazo sincero al cristianismo no le impidió para nada seguir filosofando, solo que ahora podía hacerlo con más seguridad y gozo. La fe le ayudaba a entender, pero también a la inversa, el entender le atestiguaba que lo más razonable del mundo es creer. Ya tiene un motivo, el mejor de todos, para abrir una escuela en Roma y dar a conocer allí las excelencias de la fe en Jesucristo; ella habría de ser probablemente la primera escuela de filosofía cristiana que habría de conocerse como el Didascáleo romano, donde estudió Taciano Desde el principio supo el filósofo converso que la filosofía estaba llamada a jugar un importante papel dentro del cristianismo y por eso desde la cátedra de filosofía por el fundada, cree poder servir a la causa de Jesucristo; con razón es considerado el más grande apologista del siglo II.
Justino no solo es un filósofo cristiano que rumia reflexivamente los contenidos de la fe, es también un hombre intachable, es un santo que vive lo que piensa, que ha permitido que entrara en su alma Jesucristo, dejándose poseer por Él. Esta vida nobilísima de entrega y amor fue el fruto macerado del filósofo honesto y del apologista profundamente convencido de lo que defiende. Justino fue ese maestro que supo nutrir su vida moral y su ejemplar existencia con el espíritu de fe y con la fuerza de la gracia. Ya solo le faltaba poder coronar su honestísima existencia con la dorada aureola del martirio y esta gloriosa corona también estaba reservada para él.
Justino había dejado dicho que los grandes maestros de filosofía, como lo fueron Sócrates o Séneca, habían tenido discípulos que les admiraban, pero ninguno estuvo dispuesto a dar su vida por ellos. En el caso de Jesús es distinto, su persona arrastra y sus seguidores no dudan en morir por Él, tanto los grandes como los pequeños, los sabios, los ignorantes, todo un ejército de mártires que han encontrado en Cristo la razón de su vivir y de su morir. A finales del siglo I, las persecuciones contra los cristianos arrecian. Justino presiente que él va a ser uno de estos mártires, sus escritos le delatan. El filósofo Crescente, su enemigo, vio llegada la ocasión propicia para vengarse de él y que la sentencia fatídica le alcanzara, siendo emperador Marco Aurelio y prefecto de Roma Junio Rústico, hacia el 165. Justino estaba preparado y dispuesto para dar testimonio de su fe con su propia sangre y cuando llegó el momento no titubeó. Sus últimas palabras fueron: “Nuestro mayor deseo es sufrir a causa de Ntro. Señor Jesucristo y ser salvos”
Reflexión desde el contexto actual:
Justino está convencido y así se lo hace saber a los emperadores Antonio Pio, Marco Aurelio y Lucio Vero, que el cristianismo es aborrecido porque no se le conoce bien. Sin duda que los tiempos en que vivió Justino son distintos a los nuestros, aun así la pregunta sobre si es razonable creer, sigue teniendo vigencia hoy día y quienes honradamente se sientan interpelados por esta pregunta, podrán encontrar en este filósofo cristiano algún tipo de respuesta y muy posiblemente cuando le hayan leído puedan tener argumentos para pensar, no solo que el creer es lo más razonable del mundo, sino la única salida que le queda al hombre para poder penetrar en sus misterios y esclarecer los enigmas en los que se ve envuelto.