Un santo para cada día: 10 de noviembre S. León Magno. (El papa que paró los pies a Atila)
La figura de León Magno se yergue egregia y vigorosa desafiando el paso de los tiempos. Nos queda la curiosidad de saber cuáles fueron esas persuasivas palabras, que disuadieron al bárbaro Atila para no invadir a Roma
A grandes males, grandes remedios. Tiempos de catástrofes y tribulación pueden ser motivo para poner a prueba a los espíritus fuertes. Roma a comienzos del siglo V se desangra y con ella toda la Cristiandad. Los generales y los ejércitos eran ya una sombra de lo que fueron. Todos querían llegar al poder como fuera, Valentiniano asesina a Aecio, Máximo hace lo mismo con Valentiniano. Las fronteras de Roma estaban amenazadas por el norte y por el sur y es el momento en que se produce la traición de Eudoxia por venganza. Entre los cristianos la relajación de las costumbres no cesaba, el desconcierto en el seno de la Iglesia era grande y se extendían las herejías como el maniqueísmo, pelagianismo, priscilianismo, monofisismo, etc.
Hacia el año 418 tenemos notica de un acólito, seguramente oriundo de la Toscana, al que se le encomendó trasportar una epístola de la Iglesia de Roma a la de Cartago, se llamaba León. Siguiendo la pista a este muchacho, pronto descubrimos que había muchos ojos puestos en él. Le vemos de diácono y posteriormente de clérigo haciéndose cargo en el 440 de una delicada misión diplomática en Francia, que no pudo concluir porque inesperadamente le notifican que ha de regresar a Roma con urgencia porque acaba de ser nombrado papa.
Pronto pudo demostrar León, lo acertado de este nombramiento. Los veinte años que va a estar al frente de la Iglesia van a ser una bendición de Dios. Él, como nadie, iba a saber interpretar los signos de los tiempos. Acomete la renovación de la disciplina, tratando de elevar el nivel moral y acabar con la relajación de las costumbres y lo hace con la firmeza que las circunstancias requieren. Como hombre práctico que fue, se entregó a la erradicación de la herejía, allí donde se propagara. Se informa, escribe cartas, ruega, ordena y exhorta. La herejía de Eutiques se va envenenando y embrollándose cada vez más y León va a cortar por lo sano, convocando en octubre del 451 el que habría de ser el Concilio de Calcedonia, donde la cuestión sobre la humanidad y divinidad de Jesucristo quedó zanjada con la lectura de la Epístola dogmática del papa León, que mereció el consenso de los 600 obispos allí presentes al grito de “Pedro habló por boca de León”.
Quedaba por resolver el gravísimo asunto de la amenaza que, tanto por el Norte como por el Sur, se cernía sobre Roma y que afectaba como es natural a todo el orbe católico. Atila, el azote de Dios, estaba oteando la presa. Había traspasado el Rin y una vez atravesados los Alpes había llegado a Mantua, donde fijó el cuartel general a la espera de abalanzarse sobre Roma, donde la gente estaba aterrorizada e indefensa, ya que nadie quería asumir el riesgo de enfrentarse a un enemigo tan poderoso. Las miradas se fijan en León que, aunque no tiene espada tiene un espíritu inquebrantable. ¿Podría hacer algo este valeroso Pastor? Vestido de pontifical, con el anillo y el báculo, se presenta en la tienda donde se aloja el temible caudillo, a pecho descubierto, le habla, le explica, le ruega y Atila acaba cediendo ante la fuerza de sus palabras persuasivas. Las tropas de Atila no invadirían Roma por obra y gracia de la intervención de este gran hombre, que con todo merecimiento se había ganado el título de “Papa de la romanización”, pero esto no iba a ser todo, quedaba un episodio más en la vida de este coloso.
El cojo Genserico se había percatado de la debilidad de Roma y con un poderoso ejército acampó cerca del Tiber dispuesto al asalto. León trata nuevamente de que el invasor entre en razón, pero no puede evitar que la ciudad eterna sea invadida por estos bárbaros, aún con todo, lograría arrancarle la promesa de que no habría muertes ni incendios. Así fue, pero la ciudad quedó como un hospital robado. A León solo le quedaba rezar, consolar a su grey y redoblar esfuerzos para reconstruir tanta devastación.
Afianzada la fe, salvada Roma y fortalecida la autoridad del papado, moría un 10 de noviembre, quien habría de ser recordado como León el Grande.
Reflexión desde el contexto actual:
Quienes conozcan la historia de S. León Magno, seguramente que ya no les parecerá tan descabellada la famosa frase de que “puede más un santo que un ejército de soldados”. La figura de León Magno se yergue egregia y vigorosa desafiando el paso de los tiempos. Nos queda la curiosidad de saber cuáles fueron esas persuasivas palabras, que disuadieron al bárbaro Atila para no invadir a Roma. Un cronista de la época nos dice que “se abandonó al auxilio divino, que nunca falta a los esfuerzos de los justos y que el éxito coronó su fe”. Así debió ser.