Un santo para cada día: 8 de junio S. Maximino de Tréveris (Obispo comprometido en la defensa de la fe)
Ayer había que enfrentarse al destierro, la persecución incluso a la integridad física, hoy en cambio el tipo de agresiones que hay que estar dispuesto a soportar con entereza son de otro tipo: las descalificaciones, desprecios, insultos, ostracismos o determinadas presiones provenientes de los poderes políticos; sea como fuere los obispos han de saber que han de ser los primeros en dar la cara
A comienzos del siglo IV nacía Maximino en Poitiers, en una época de controversias doctrinales, en que era necesario aclarar, explicitar, formular, integrar y sistematizar, toda la doctrina esparcida por el evangelio. En esta villa de Poitiers, evangelizada por San Hilario, trascurre su infancia y adolescencia aprendiendo las primeras letras y los conocimientos básicos, pero pronto, cuando todavía era muy joven, su pasión por aprender le llevó hasta Tréveris, donde enseñaba Agricio, obispo de la ciudad, hombre versado en religión, ciencias y humanidades. Entre ellos pronto se estableció un vínculo de amistad puesto que ambos eran personas bien dotadas, respetándose mutuamente. Cuando murió Agricio, fue nombrado su sucesor por aclamación popular, pasando a ser en el año 332 obispo de Tréveris.
Había cesado la persecución a los cristianos, pero no se había logrado encontrar el punto exacto en que debían mantenerse las relaciones entre la potestad civil y la religiosa. Además, este tiempo que le tocó vivir a Maximino se iba a caracterizar por las pugnas dialécticas y controversias doctrinales internas entre cristianos, que desgraciadamente no siempre estuvieran presididas por el espíritu de comprensión fraternal y caridad cristiana, sino que unos y otros se tiraban los trastos a la cabeza y se excomulgaban entre sí. Eran los tiempos en los que aparecían las secuelas que había dejado el concilio de Nicea que, si bien sirvió para encauzar el futuro de la Iglesia, no se pudo evitar que los cristianos quedaran divididos en dos mitades. Maximino perteneció al bando de los defensores del concilio de Nicea, capitaneados por Atanasio, a quien precisamente en el año 336 tuvo que acoger en su diócesis y darle asilo, hasta que el emperador Constantino el Joven le devolviera la sede que le había sido arrebatada. Atanasio no olvidaría esta fraternal acogida, dedicando a Maximino palabras de elogio a su valor y prudencia. Esta misma acogida la tendría también con Pablo, obispo de Constantinopla.
Durante el tiempo que regentó la sede de Tréveris, Maximino desplegó una gran actividad, trató de hacer frente a las necesidades y socorrer a los pobres, se cree que escribió muchas obras, aunque ninguna ha llegado hasta nosotros, convocó el sínodo de Colonia, en el que Eufratas fue condenado como hereje y depuesto de su sede. Aprovechando las escapadas que el emperador Constante hacía a Tréveris, una de sus ciudades favoritas, trataba de ponerle a corriente y prevenirle contra el arrianismo, lo que en un momento desató las iras de los arrianos de Fililópolis que acabaron excomulgándole y finalmente consiguieron expulsarle de Tréveris para morir alejado de su diócesis, muy probablemente el año 346.
Reflexión desde el contexto actual:
Una vez más la vida santa de un obispo como Maximino viene a recordarnos el papel primordial que los pastores están llamados a jugar en el devenir de la Iglesia. Como sucesores de los apóstoles pesa sobre ellos la gran responsabilidad de conducir al pueblo de Dios sin apartarse del camino recto, asumiendo los riesgos que fueran necesario. Ayer había que enfrentarse al destierro, la persecución incluso a la integridad física, hoy en cambio el tipo de agresiones que hay que estar dispuesto a soportar con entereza son de otro tipo: las descalificaciones, desprecios, insultos, ostracismos o determinadas presiones provenientes de los poderes políticos; sea como fuere los obispos han de saber que han de ser los primeros en dar la cara.