Un santo para cada día: 17 de mayo S. Pascual Baylón (Devoto apasionado de Cristo Sacramentado y Patrón de las manifestaciones eucarísticas)
Después de conocer la vida de un santo así, la sensación que a uno le queda es que la santidad está hecha para todos, para los grandes igual que para los pequeños y que lo importante no es lo que hagas sino el amor con que lo haces. Yo estoy seguro de que entre nosotros hay muchos santos como Pascual, así de sencillos así de humildes, que no hacen ruido, ni nadie se fija en ellos, pero que tienen un corazón que no les cabe en el pecho
Hay santos como Pascual Baylón que no tienen necesidad de que se les atribuyan milagros que nunca realizaron, para que resulten atractivos, porque su vida es un prodigio de naturalidad y cercanía. Lo más milagrosamente admirable de Pascual fue su candorosa sencillez, que hace de él una persona afable y familiar, que lejos de imponer respeto alguno lo que inspira es confianza. Su vida estuvo marcada por la devoción a la Eucaristía, a la que rendía reverencia siempre que le era posible. En el campo, cuando pastoreaba sus ganados, estaba atento para postrarse en tierra al repique de campanas que anunciaban el momento de la consagración, costumbre en su tiempo. Nunca se perdonaría el haber desaprovechado la ocasión que se le brindó de dar testimonio de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía cuando un hereje le preguntó ¿dónde está Dios? La pregunta le cogió desprevenido y él de forma instintiva respondió que en el cielo, cuando dada la naturaleza del interlocutor lo que correspondía es haber dado otro tipo de respuesta.
Gran parte de su vida la pasó Pascual haciendo de pastor en Torrehermosa, por campos de Sigüenza regados por el Jalón. Sus ojos se abrirían en esta tierra el 17 de mayo de 1540 en el seno de una familia integrada por Martín Baylón e Isabel Jubera, que trabajaban para el monasterio Puerto Regio y con ello está dicho todo. Le pusieron Pascual por haber nacido el día de Pascua y lo de Baylón le viene del apellido heredado del padre y no porque a Pascual le fuera la marcha, todo lo contrario, pues según parece, más bien era de temperamento tímido. Su infancia y parte de su juventud la pasó cuidando cabras y ovejas; primero en casa de sus padres y luego las de otros amos, sobre todo las del hacendado Martín García, que llegó a quererle como un hijo. En las largas e interminables horas pasadas en el campo a Pascual le quedaba tiempo para todo, para rezar, para realizar pequeñas manualidades, charlar con los otros pastores, aprender las primeras letras con la ayuda de quienes eran algo más ilustrados que él y cuando ya supo juntar las letras dedicaba también mucho tiempo a leer, sobre todo el viejo devocionario que andaba rodando por su casa y el oficio parvo. Aun con todo, a lo que siempre estaba más dispuesto era a hacer una escapadita para adorar al Santísimo y pasar un rato de rodillas haciéndole compañía. El mejor regalo que podía hacerle su amo era darle permiso para poder asistir a misa.
Los muchos y largos caminos que tuvo que recorrer como pastor, le permitieron conocer muchos lugares y encontrarse con frailes franciscanos alcantarinos, con los que entró en contacto y esto fue lo que le hizo revivir sus ansias monacales, que siempre estuvieron presentes en su corazón, pero el caso es que no acababa de dar el paso definitivo. Por fin, un día se decide a hablar con el P. Guardian del convento de Loreto, quien le admite en el año 1564 para que forme parte de su Comunidad, a la edad de 25 años. En los cinco años siguientes tendrá la oportunidad de conocer varios conventos de la orden, realizando las tareas correspondientes a su condición de lego, cocinero, sacristán, portero, hortelano, pero sobre todo su oficio principal habría de ser el de limosnero, para poder recaudar víveres con que remediar las necesidades de los frailes y de los que eran aún más pobres que ellos. Pascual intensificó su vida de privaciones y sacrificios a las que ya estaba acostumbrado, una de las mortificaciones, no menor, era la de tener que aguantar las rarezas y humillaciones de algunos de los hermanos. Aparte de todo esto, su inmensa vida de oración, su paciencia, humildad y sumisa obediencia, fueron modelando su alma hasta alcanzar altas cotas de santidad.
Por obediencia precisamente tuvo que aceptar una misión arriesgada, que le encomendó el P. Provincial de Aragón. Ésta fue la de ir a Francia a entregar en mano una carta al P. General que se encontraba en Paris. El camino era largo y dificultoso, dada la situación en que Francia se encontraba por aquel entonces, invadida de hugonotes. No era muy difícil detectar al frailecillo como un papista, por lo tanto, su presencia no les resultaba grata a los antipapistas y así lo expresaban de forma clara y contundente con insultos y a veces algo más. Al fin con mil dificultades pudo llegar a la capital francesa, hacia el año 1576 y cumplir su cometido; el viaje había sido largo y dificultoso dejando huellas en su salud. De regreso de Paris anduvo rodando por varios conventos, ocupándose en los diversos menesteres que el P. Guardián le encomendaba, lo hacía con agrado, pero Pascual sentía que las fuerzas ya no eran las mismas. Un domingo salió a pedir y a la vuelta sintió un fuerte dolor en el costado. Llamaron al médico y éste pronosticó lo peor. Ocho días duró la enfermedad. Cuando se estaba celebrando la misa conventual y en el crítico momento que sonaba la campanilla de la consagración, el lego enamorado de la eucaristía dejaba este mundo para volar al cielo
Reflexión dese el contexto actual:
Después de conocer la vida de un santo así, la sensación que a uno le queda es que la santidad está hecha para todos, para los grandes igual que para los pequeños y que lo importante no es lo que hagas sino el amor con que lo haces. Yo estoy seguro de que entre nosotros hay muchos santos como Pascual, así de sencillos así de humildes, que no hacen ruido, ni nadie se fija en ellos, pero que tienen un corazón que no les cabe en el pecho.