Un santo para cada día: 19 de junio S. Romualdo. (Fundador de los camaldulenses, a mitad de camino entre la vida eremítica y la vida en comunidad.
Había llegado el momento de orientar la vía eremítica por otros derroteros. La innovación que introdujo San Romualdo con la nueva Orden de los “Camaldulenses” responde a este plan. El gran acierto de este hombre fue el haber sabido combinar la vida solitaria de los antiguos eremitas con la vida comunitaria de los monasterio
| Francisca Abad Martín
Había llegado el momento de orientar la vía eremítica por otros derroteros. La innovación que introdujo San Romualdo con la nueva Orden de los “Camaldulenses” responde a este plan. El gran acierto de este hombre fue el haber sabido combinar la vida solitaria de los antiguos eremitas con la vida comunitaria de los monasterios.
Romualdo nació a finales del siglo X, probablemente en torno al 950. Pertenecía a la familia de los Onestis, duques de Rávena (Italia). Educado en un ambiente de lujos y placeres, llevó una vida bastante libre y disoluta durante algunos años y aunque en ocasiones sentía inquietudes de perfección, eran solo “arrebatos” pasajeros. El cambio radical de vida llegó cuando su padre, hombre mundano, mató al adversario en un duelo. Romualdo sintió tal remordimiento por esta muerte, pues su padre le había obligado a asistir como “testigo”, que se retiró al monasterio benedictino de Classe, cerca de Rávena, entregándose a las mayores austeridades y penitencias. Así estuvo durante tres años hasta que se decidió a pedir el ingreso en la Orden.
El ejemplo de Romualdo no fue del agrado de muchos. No hay nada peor para la gente mediocre y relajada, que el constante testimonio acusador de quien hace las cosas bien, por lo que se fue formando tal oposición contra él que no tuvo más remedio, con el consenso del abad, que marcharse de allí.
Marchó a un lugar solitario, cerca de Venecia, donde se puso bajo la dirección de un tal Marino, llegando a alcanzar ambos, altas cotas de perfección. Su fama se extendió y alcanzó al mismo dux de Venecia, que decidió unirse a ellos. Se dirigieron los tres a San Miguel de Cussan, donde se entregaron a la más rigurosa vida solitaria de oración, ayunos y penitencias, incluso se les unió el padre de Romualdo, arrepentido de su vida, bajo la dirección del abad Guérin y durante tres años se castigó con las mayores austeridades. El enemigo le tentó duramente, pero él logró salir victorioso de todas sus embestidas, con lo cual su alma se fue purificando y fortaleciendo.
Volvió después a su antiguo monasterio de Classe y después de nombrarle abad, durante dos años intentó reformarlos, pero como no lo lograba acudió al Obispo de Rávena y a Otón III, el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y puso en sus manos el báculo abacial, renunciando al cargo. Oton III le concedió unos terrenos y los medios económicos necesarios para que construyera un monasterio en el que pudiera llevar a cabo su ideal mixto de contemplación, oración y obediencia, en un lugar denominado Isla de Perea, dedicado a San Adalberto. Se le unieron varios caballeros del séquito de Oton III. Y poco a poco fue organizando otros centros de vida eremítica en Italia. Durante 30 años se fueron fundando conventos por toda Italia convertidos en lugar de remanso, donde los pecadores arrepentidos se retiraban a enderezar su vida y hacer penitencia.
Deseando derramar su sangre por el Evangelio obtuvo del papa el permiso para predicar en Hungría. Se puso en marcha, pero enfermó y tuvo que regresar y así por varias veces. Comprendió entonces que Dios no quería eso para él y regresó a Italia. Al fundar en 1012 el monasterio de Campo Maldolo, o Camaldolo, une esa vida eremítica con actos comunitarios, bajo la regla de San Benito. Había nacido la nueva Orden de los Camaldulenses (mezcla de vida cenobítica y eremítica) imitada luego por otras Órdenes, como los Cartujos. Esta Orden fue aprobada por Alejandro II en 1072.
Finalmente se retiró a Val de Castro, donde expiró, estando completamente solo en su celda. Tenía al menos 80 años. Nos lo cuenta su biógrafo Pedro Damián. La última noche que pasó Romualdo en este mudo tuvo la visita de dos monjes con quienes, después de haber estado conversando, les dijo que se retiraran hasta la mañana para rezar juntos, así lo hicieron, pero temerosos por el estado del enfermo se quedaron haciendo guardia detrás de la puerta, pasado un rato y al no oír nada, ni percibir el más mínimo movimiento, entraron dentro y encontraron al santo varón inerte y boca arriba, pues su alma acababa de volar al cielo. Esto sucedió el 19 de junio de 1027.
Reflexión desde el contexto actual:
Con Romualdo asistimos a la aparición de una nueva experiencia de vida religiosa, destinada a enriquecer la Iglesia y a dotar a la sociedad de potentes resortes de cultura y de progreso. La vida cenobítica que con este fundador se inicia iba a traernos frutos sazonados de los que todavía nos estamos beneficiando. Desde el año 1012 los camaldulenses, con su oración, meditaciones y silencios, vienen siendo una hermosa reserva espiritual, donde se practica y se enseña la santidad. Desde Ntra. Señora de Herrera, en Miranda de Ebro, nos llega la alentadora noticia, según la cual se nota un interés creciente por la Congregación de los camaldulenses.