Un santo para cada día: 13 de octubre San Eduardo. (Un rey pobre que trajo prosperidad a su pueblo)
La Iglesia tenía que convivir con unas gentes rudas e indómitas de costumbres toscas, que estaban acostumbradas a crecer bajo la ley del más fuerte, donde todo se resolvía a golpe de hachazos y machetazos
Los tiempos en el Medioevo trascurrían entre el misticismo y la violencia, entre la vida sobria y pacífica del anacoreta y el ímpetu belicoso del guerrero. La Iglesia tenía que convivir con unas gentes rudas e indómitas de costumbres toscas, que estaban acostumbradas a crecer bajo la ley del más fuerte, donde todo se resolvía a golpe de hachazos y machetazos. Humanizar a estas gentes era un asunto prioritario, pero resultaba harto complicado, si tenemos en cuenta el escenario de turbulencias políticas entre los Estados Pontificios y la rivalidad a muerte entre los señores feudales. Complicado era hablar de humanización en un ambiente socio-político, donde no faltaban los sobornos, las simonías, las astucias, las violencias, los crímenes y las venganzas. Tal era el escenario en el que habría de moverse Eduardo de Inglaterra, que ya desde muy pequeño tuvo que aprender a convivir con el infortunio.
Eduardo nació hacia el 1003 en Islip, Oxfordshire, hijo de Etelredo y Emma de Normandía; aunque nacido en palacio con todas las comodidades propias de un príncipe, su infancia no fue feliz. A los diez años tuvo que salir a Normandía desterrado juntamente con su madre y hermano. Allí le iban llegando noticias de lo que ocurría en su país, ocupaciones, saqueos, tiranías y por fin la muerte de su padre y de su hermano. Un día misteriosamente su madre desaparece dejándole solo. En realidad, lo que había pasado es que se había ausentado para casarse con Canuto, el nuevo usurpador de su país. Desolado Eduardo oraba a Dios de esta manera: “Señor no tengo a quien volver los ojos en la tierra. Mi padre murió después de una vida de desgracias. La crueldad ha aniquilado a mis hermanos; mi madre me ha dado un padrastro en mi mayor enemigo, mis amigos me han abandonado. Estoy solo, Señor, y mientras tanto buscan mi alma. Pero Tú eres el protector del huérfano y en Ti está la defensa del pobre”.
Eduardo pasaría 30 años de exilio curtiéndose humana y espiritualmente, sintiéndose amenazado y poniendo su vida en las manos de Dios. Su hermanastro Knut al subir al trono le permitió regresar a su país, pero este murió pronto de forma inesperada, el mismo día de su boda precisamente. En 1042 Eduardo con 40 años fue reclamado para ocupar el trono de Inglaterra como legítimo heredero. Al subir al trono lo hizo olvidándose de todo, sin rencores y sin ánimo de venganza. Estaba dispuesto a gobernar a su país con el pensamiento puesto exclusivamente en el bien de sus súbditos. Seguramente para suavizar tensiones Eduardo, el año 1045, se unió en matrimonio con Edith hija del conde Godwino, hasta ahora opositor suyo, eso sí, haciéndole saber a su futura esposa, su intención de vivir en perpetua continencia, cosa que Edith aceptó sin mayores problemas.
Comenzaba su largo reinado suprimiendo impuestos de guerra, porque él pensaba vivir en paz con todos y esa cantidad destinarla a cubrir necesidades, de este modo pudo proteger y ayudar a los más débiles. En beneficio de todos fomentó la prosperidad de su país, redujo los gastos cortesanos, según palabras de su biógrafo: “era pobre en medio de su riqueza, su tesoro parecía el erario de los pobres y de todo el mundo, sobrio en los placeres, ni se alegraba en la abundancia, ni se entristecía en la necesidad”. Pudo decirse que su lema fue servir más bien que reinar. De él se cuenta que fue un verdadero hombre de Dios, padre del pueblo, que supo perdonar y no castigar, viviendo como un ángel en medio de tantas ocupaciones, hombre bondadoso con todos y muy generoso con los pobres, los monjes y con la Iglesia. El habría de fundar la célebre abadía de Westminster monumento cristiano emblemático de Inglaterra. En fin, el suyo fue un largo reinado en el que el pueblo disfrutó de paz, justicia y prosperidad.
Este hombre, castigado por el infortunio durante muchos años, veía llegar el final de sus días con la satisfacción de haber servido a su pueblo con lealtad y con la alegría de haber sabido ser rey para todos, sin dejar de ser dueño de sí mismo y humilde siervo de Dios. La solemne inauguración del coro del monasterio por el fundado tuvo lugar el 28 de diciembre de 1065, pero él no pudo asistir por encontrarse ya muy enfermo, muriendo poco tiempo después y teniendo detrás al pueblo inglés que bendecía su nombre
Reflexión desde el contexto actual:
La vida de Eduardo de Inglaterra nos coloca ante el hecho desacostumbrado de que un rey antepusiera la rectitud de vida por encima del poder, cuando el común de los mortales, tanto ayer como hoy, estamos invadidos por los sentimientos contrarios y daríamos lo que fuera por ver realizada la utopía de ser grandes y poderosos a costa de lo que fuera. No deja de ser paradójico que cuando tenemos en nuestras manos la posibilidad de poseer lo mejor aspiremos a lo peor, que cuando podemos llegar a obtener los títulos del cielo prefiramos los de la tierra. El hecho es que la inmensa mayoría de los humanos, nunca podremos ser reyes, pero todos podemos llegar a ser santos, cuando quisiéramos que fuera al revés. Eduardo en cambio, a la hora de comparar la santidad con la realeza, lo tuvo bien claro y supo discernir cual es lo que verdaderamente importa, por eso no quiso vivir como rey para poder vivir como santo.